Atravesamos días con extraños sentimientos que van desde la desconfianza hacia cualquier persona que se mueva en nuestro entorno cercano hasta la duda sobre si estas interacciones van a culminar en una enfermedad tan nueva como el propio año 2020 por el que discurrimos.
En lo económico y en lo social, va a terminar la semana más aciaga de las últimas décadas y con ella todo parece indicar que se inicia un desconcertante período en el que uno a uno van cayendo todos los eventos previstos y el cierre de centros educativos, museos y cualquier acto cultural o festivo. El objetivo no es otro que evitar colapsar simultáneamente los espacios sanitarios como consecuencia de esta pandemia que tal vez dentro de una década sea recordada como lo que ocurrió con la gripe A: algo que pasó y que se podría haber gestionado de otra forma en lo que respecta a la contención, según dicen los expertos.
Ahora, sin embargo, se recuerda que alguien de tan poca torpeza como el magnate Bill Gates, creador de Microsoft, avisó en 2015 que el verdadero problema de la humanidad vendría a través de los virus. Pedía menos inversiones en armas bélicas y muchísimas más en la investigación para combatir a estos minúsculos seres mutantes.
Ha llovido mucho desde aquellos sahumerios de enebro y romero tan habituales en la paliación de las epidemias del siglo XVII que tanto mermaron nuestra ciudad hasta el punto de rematar el despoblamiento de los barrios altos de San Isidro y San Salvador. En este sentido deben resaltarse los interesantes trabajos de la profesora antequerana en la UMA, Milagros León, en los que desarrolla un magnífico acercamiento a las escenas cotidianas en el tratamiento de los enfermos a través del singular cuadro “La epidemia de 1679”.
Son obviamente otros tiempos, pero esa tan humana a la vez que extraña sensación interior que se experimenta ante la poca certeza del devenir, hace que cada cual esté adoptando medidas tan respetuosas como inauditas. Por lo pronto, lo que la ciudadanía está pidiendo es que quienes estén al frente de cualquier institución aúnen sus esfuerzos, olvidando siglas, en aras del bien común que no es otro que restituir en salud a quienes enfermen y en velar para que sea historia este mal de infausto nombre que por hartazgo mediático omito escribir.