El Evangelio de hoy nos presenta una de las cumbres de la revelación, ya que nos acerca a la singular relación de Jesús con el Padre. Estas palabras pertenecen al discurso de la última cena o discurso de despedida. Jesús acaba de decirles que donde él va, ellos no pueden ir, al tiempo que anuncia a Pedro que le negará. Y ante esto, los discípulos se ponen tristes.
Y él, entonces, se olvida de su situación y se pone a consolar a los discípulos, invitándolos a la calma, a la fortaleza y a la fe. Por seis veces aparece la fe en este texto. Y les revela que la fe no es un camino sin horizonte, sino un camino que conduce al Padre, a las estancias de la casa de su Padre. ¡Qué imagen! Les confiesa que la casa del Padre es la meta y corona de los que sigan su camino. Por eso anuncia, que cuando lleguen al final de este camino, se encontraran con el gozo de estar con Él, en la casa del Padre: “cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo”.
Estar con Él, eso es el cielo que comienza ya aquí, en la tierra.Hay otra gran revelación en el texto: “nadie va al Padre sino es por Mí, porque Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Yo soy. Egó eimi es la forma de presentarse Dios en el Antiguo Testamento. Recuerden el Éxodo, cuando Moisés ante la aparición de la zarza ardiente, dice: “Dime tu nombre, para que yo se lo comunique a los que me envías”.
Y Dios le responde: “Yo soy el que soy. Yo soy”, expresión que descubre la presencia de Dios. Dios es el que está y estará. Y ahora, Jesús manifiesta su intimidad diciendo: “Yo soy”. Y añade: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Es decir: Yo soy el camino, que conduce a la verdad y a la vida. Yo soy la verdad que conduce por el camino de la vida. Y por eso, aunque Jesús tenga que beber el cáliz de la cruz, (para mostrar a todos el amor de Dios hasta el extremo), él es el “Yo soy” eterno, el camino que salva, porque conduce a la vida.
Él es el que nos acompaña, en todos los momentos de cruz y dolor. Él es el que nos lleva por el camino que conduce a las moradas del Padre, el camino de verdad y esperanza para siempre. Y entonces Felipe, que no entiende, le dice: “Muéstranos al Padre y nos basta.” Y en ese momento, Jesús pronuncia las más sorprendentes palabras del evangelio: “Quien me ha visto a mi, ha visto al Padre… O acaso no crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mi?” Quien me ha visto a mí. Y se nos está diciendo que Dios se deja ver en Jesús. Ver a Jesús es encontrarnos con el Padre, es el único camino que lleva al Padre.
El ABC de la vida espiritual comienza con una mirada, –como el amor–, comienza por la mirada a Jesús. A los primeros discípulos, Jesús les dice: “venid y veréis”. Veréis. Qué bien entendió esto Santa Teresa cuando decía: “no quiero que penséis mucho, sino que le miréis”. Cuando aprendemos a mirarle, él se nos va a ir revelando. Qué bueno que en nuestra ciudad haya imágenes de Jesucristo de especial devoción. Desde nuestro Señor de la Salud y de las Aguas, de la Misericordia, del Mayor Dolor, el Cautivo etc, Aprender a mirarle a él, a Jesús, el hombre, el Nazareno, en su imagen y en la más real de todas la que se trasluce en su palabra, es tarea de todo aquel, que quiera cuidar su vida de fe.
Por eso, ante estas palabras, podríamos preguntarnos: ¿Cómo es mi fe? ¿Creo que el Padre se me ha revelado por medio de Jesús? ¿Cómo es mi relación con Jesús, con su palabra, con su presencia en la eucaristía y en el prójimo? Porque es cristiano quien, a pesar de todas las penas y sufrimientos sabe que no está solo, que hay un camino que lleva a la verdad que colma de esperanza y de vida, Jesús. Él es quien nos conduce al hogar del Padre. Por ello, ¡qué suerte tenemos los que tenemos esta fe! Pues que Dios se lo pague a Dios, como decía mi madre.
