En las intervenciones en el patrimonio monumental de las ciudades históricas se suelen establecer, generalmente, dos categorías diferentes: la restauración del monumento en sí y el tratamiento específico que se aplica a su entorno urbano.
Actuaciones que en muchos de los casos se hacen por separado, incluso en el tiempo de su materialización. El caso que vamos a tratar en esta ocasión participa, en cierta medida, de ambas realidades y se llevó a cabo en un mismo momento. En el año 2002 se procedió a la restauración de la fachada principal del templo conventual de Nuestra Señora de Belén y, a la vez, se repristinó su compás como espacio semiurbano, recuperando la primitiva permeabilización visual del hastial de la iglesia, a través de los tres vanos de su muro pétreo de cerramiento.
Y todo ello se hizo mediante una estrecha colaboración entre la comunidad de monjas franciscanas de Santa Clara de Belén y la delegación municipal de Urbanismo y Patrimonio Histórico del Ayuntamiento de Antequera. La iniciativa de esta actuación partió de las propias religiosas, siendo fundamental, en este sentido, el papel de la entonces abadesa Sor Clara, de quien hablaremos más adelante.
La construcción de la iglesia y el compás de Belén
Los frailes Carmelitas Descalzos –primitivos constructores y propietarios del inmueble monasterial que todavía se conserva– fundaron este convento en el casco urbano de Antequera el año 1640, después de abandonar otras localizaciones más o menos provisionales extramuros de la ciudad. Una vez adquirido el solar de la calle de las Tres Cruces –hoy calle Belén– esquina a calle Fresca, comenzaron a edificar la actual iglesia y la tapia del compás de la misma. Para la fachada se siguió el conocido modelo de progenie madrileña que el carmelo reformado impuso en todo el territorio español y que en Antequera tuvo su más directo precedente en la iglesia conventual de los frailes trinitarios descalzos. Como solía ocurrir en estos casos, primero se levantaron los muros y pilares de la iglesia, en esta ocasión también la tapia del compás, y después se construyeron las bóvedas y el maderamen para recibir todas las cubiertas de teja árabe. De hecho, la fachada de la iglesia y el muro que cierra el compás deben fecharse en el período de 1640 a 1680, coincidiendo, en cierta medida, con la obra de la iglesia de los Remedios y su espadaña de piedra arenisca. Esta última, con sus pirámides sobre base agallonada, guarda nexos más que evidentes con los remates de las esquinas de la tapia pétrea del compás del convento Belén.
Con el paso de los siglos esta tapia conventual estaba totalmente irreconocible respecto de su estado original. La portada de la misma había desaparecido, posiblemente en el siglo XIX para hacer posible la salida procesional del palio de la Virgen de los Dolores, las dos puertas laterales se macizaron y los diversos remates del coronamiento aparecían muy mutilados debido a la descomposición de la piedra arenisca, proveniente de la llamada cantera del Matadero (Cerro de Vera-Cruz). La referida portada fue sustituida por un enorme portón de madera, protegido por un pequeño guardapolvo de doble vuelo de tejas, y todo fue encalado de blanco de manera que quedó oculta la primitiva fábrica de sillería de piedra. Para mayor despropósito, a comienzos de los años setenta del siglo pasado, se le encajó un inadecuado zócalo de ladrillo perforado de tipo mecánico, el mismo que todavía permanece en el lateral de calle Fresca. A pesar de este enmascaramiento, cuando se analizaba con detenimiento la tapia del compás, a través de las texturas pétreas que dejaban adivinar las numerosas capas de cal, se intuía que estábamos ante una obra bastante elaborada, aunque muy camuflada.
Problemas de cimentación en la iglesia
Desde comienzos de los años setenta del siglo pasado, o posiblemente desde fecha muy anterior, se venían observando una serie de grietas de importancia señaladas en los arcos fajones de la nave central e incluso en el arco toral de la derecha del crucero de la iglesia. El tema era preocupante y venía a indicar que se estaba produciendo un asentamiento del terreno a lo largo del muro exterior del templo con fachada a la calle Fresca. A finales de la década de los ochenta del siglo pasado, se realizaron por la Junta de Andalucía unas catas de investigación del terreno, en la acera de la citada calle Fresca, para averiguar la naturaleza del problema. El tema consistió, sencillamente, en que en el momento de la construcción de la iglesia los maestros alarifes buscando en profundidad el terreno firme para arrancar la cimentación se quedaron a medio metro de éste; es decir, no llegaron excavando la zanja de cimentación hasta la base arenisca, pensando que se encontraría mucho más profunda. La actuación de la Consejería de Cultura para resolver el problema consistió en recalzar, mediante tramos o bataches, la base de la cimentación con hormigón, a todo lo largo del muro, y en sanear las patologías resultantes del problema original, obras que afectaron incluso al llamado “cuarto del predicador”, situado a la derecha de la sacristía de la iglesia, y al pasillo de acceso al camarín de la Virgen de los Dolores. De no haberse llevado a cabo esta intervención, que pasó desapercibida para el común de los ciudadanos, la bóveda central del templo e incluso las magníficas yeserías barrocas (1704) del maestro escultor Francisco Asensio Carrizo, se hubieran visto notablemente afectadas de desprendimientos y, a la larga, se podría haber llegado al colapso del edificio, como ocurrió en Santo Domingo de Archidona.
Los proyectos de Sor Clara
En todas las ciudades existen personas que pasan desapercibidas para la inmensa mayoría de sus habitantes pero que, sin embargo, dejan una huella indeleble en un determinado campo de acción. Se les ignora en el día a día, por supuesto jamás salen en la prensa o en otros medios y, finalmente, caen en el más absoluto de los olvidos cuando fallecen. Este fue el caso de Sor Clara (Cayetana Granados Jaime, en el siglo) que había nacido en Antequera el 17 de agosto de 1935 y fallecido en la misma ciudad el 29 de agosto de 2015. En 1950, con tan solo quince años de edad, entró en el convento antequerano de Santa Clara de Belén y en el mismo haría su vida de religiosa hasta fallecer recién cumplidos los ochenta. Fue un personaje ciertamente singular en cuanto a sus convicciones y su manera de entender la vida y el paso del tiempo. Sin duda era una buena mujer, bajita de estatura física y muy despierta y consciente de que no estaba dispuesta a que, aún en el mundo de su clausura, nadie le tomara el pelo en detrimento de los intereses de la comunidad a la que pertenecía. Digamos que defendía su convento (iglesia y demás dependencias) frente al normal deterioro de los años y a los intereses de quienes se le suponían cercanos. Su apego a las tradiciones le llevó, por una dispensa especial, a mantener el modelo de hábito ‘antiguo’, incluso cuando el resto de monjas de su comunidad ya habían adoptado el nuevo, bastante más funcional y despejado. Era su forma de mantenerse fiel a una larga tradición que ella vivía a su manera. Por razones difíciles de explicar, siempre mantuve una sincera amistad con Sor Clara, que ella entendía con un cierto cariz casi maternal. Todavía recuerdo lo mucho que se enfadó cuando le comuniqué a finales del año 2002 que había decidido no volver a presentarme como candidato a la Alcaldía de Antequera. Directamente me dijo, sin mayores consideraciones, que quién era yo para tomar esa decisión.
Pero como decíamos, Sor Clara siempre estuvo, particularmente en los periodos que ocupó el cargo de abadesa, velando por la conservación y mejora del edificio conventual. Ella pensaba siempre a futuro, como cuando decidió editar un libro que recogiera la historia y el patrimonio de las Clarisas en Antequera, buscando una valoración objetiva de un legado que debían recibir y apreciar en su justa medida las monjas que viniesen cuando ella ya no estuviera. La justificación de este libro, titulado “Las Clarisas de Antequera. Santa Clara de la Paz y de Belén” (2006), fue la conmemoración del IV Centenario de la fundación de las monjas Clarisas en Antequera (1603-2003). La idea de publicarlo, sin embargo, se vio estimulada en cierta medida por el volumen que había editado la comunidad de Clarisas de Estepa pocos años antes, al celebrar igualmente su IV centenario fundacional (1599-1999). De hecho, la edición de ambos libros tiene bastantes puntos en común, en cuanto a formato y contenidos. Y esta intención de Sor Clara, al día de hoy, ha dado sus frutos, pues la actual comunidad de Clarisas es ejemplo en cuanto a la conservación de su patrimonio artístico.
Entre los proyectos que afectaron a la mejora del edificio conventual en su conjunto, el de mayor envergadura fue la ampliación sur de la casa, con fachada a la amplia huerta y a la Moraleda. El nuevo volumen de tres plantas fue el desarrollo natural de la construcción existente –digamos que inacabada desde siglos atrás–, con la idea de conseguir una serie de dependencias muy necesarias y más funcionales y desahogadas para el vivir cotidiano de la comunidad. Hasta entonces, la cocina, el comedor y el cuarto de recreación se situaban en dos galerías del claustro con separación de tabiques; con la nueva obra, dirigida por el arquitecto Sebastián del Pino Cabello entre los años 1998 y 1999, las cuatro galerías del claustro quedaban completamente despejadas.
En el interior de la iglesia se hicieron otras obras reseñables, auspiciadas igualmente por Sor Clara, consistentes en la restauración de todas las pinturas murales y yeserías de las diferentes capillas de la nave del Evangelio, realizadas por la empresa Chapitel, Conservación y Restauración, S. L. en el año 2002, así como la remodelación, un año después, de las gradas de la capilla mayor. En este caso se suprimió la verja de madera que cerraba el presbiterio –ésta era réplica bastante libre de la del coro de la Colegiata de San Sebastián, realizada en los años cincuenta del siglo pasado–, ampliándose hacia adelante la superficie del mismo y creando una nueva verja de hierro forjado de bastante menor altura que la eliminada. Por cierto, que para este nuevo cerramiento metálico Sor Clara me pidió que le hiciera un dibujo para entregar al maestro herrero y le sorprendió que incluyera en los extremos sendas bolas a realizar en caliza roja de El Torcal; cuando le dije que me había inspirado en otra verja de la catedral de Granada, ya no puso reparos.
La repristinación de la tapia del compás
Coincidiendo con las obras de restauración de la fachada de la iglesia, en el año 2002, llevadas a cabo por la empresa Construcciones Porras, S.L., Sor Clara me planteó la posibilidad de demoler la casilla de una sola planta que fue vivienda de los porteros, situada dentro del compás, a la derecha según se entra desde la calle, y la restauración de la tapia que envuelve este recoleto espacio. Para ello pedía la colaboración del Ayuntamiento, que tendría que aportar todo el material de costeros de granito para el pavimento y la reproducción por el taller municipal de cantería de los elementos ornamentales de arenisca muy destrozados o desaparecidos que rematan la citada tapia. El Ayuntamiento también aportaría la nueva cancela de forja, que sustituía al antiguo y ajado portón de madera, incorporando a la misma unos balaustres de tradición renacentista que teníamos almacenados en los servicios operativos municipales. En el diseño de esta cancela tuvimos en cuenta elementos proto barrocos, acordes con el momento edificatorio del cerramiento del compás.
De entrada, hay que decir que el aspecto exterior del muro del compás presentaba entonces un aspecto bastante desconcertante. Su imagen a primera vista era la de una ‘cortijada’ mil veces blanqueada de cal, lo que generaba unas texturas paramentales de gran indefinición. Para su correcta repristinación, se fueron eliminando las numerosas capas de cal y fue apareciendo la primitiva obra de cantería de piedra arenisca, encontrándonos entonces con la sorpresa de las dos puertas laterales de las que nada se sabía. También se suprimió en aquel momento el zócalo de ladrillo perforado de tipo mecánico; un torpe añadido de comienzos de los años setenta del siglo pasado, como ya queda dicho con anterioridad.
Un problema difícil de resolver, en un primer momento, fue la interpretación de la guarnición arquitectónica que debieron tener en su momento los nuevos huecos de las referidas puertas laterales. La solución la encontramos en el propio despiece de los elementos de sillería ‘machacados’ para enrasar el paramento murario, una vez suprimidos y macizados los huecos laterales de acceso al compás. En origen presentaban sendos arcos adintelados, con un dovelaje muy definido, que se coronaban con sus correspondientes cornisas; el grosor de éstas nos lo marcaron las piezas horizontales enrasadas al paramento. En cuanto al diseño de sus perfiles, se optó por un lenguaje de gran clasicismo, acorde con la impronta de manierismo frailesco que respira toda la obra.
Para el nuevo pavimento del compás, se planteó un espacio camino entre la puerta central del compás y la de la iglesia, formando una ‘T’ con la faja que precede a la fachada del templo, todo ello realizado con grandes costeros de granito. Los dos rectángulos laterales resultantes se pavimentaron con cuadrículas de adoquín granítico reciclado y centros de guijarros gruesos de río. Una vez concluida la obra se ocuparon los alcorques construidos al efecto con cuatro naranjos de importante calibre, provenientes del vivero municipal.
Finalizadas las obras que nos ocupan, la comunidad de Clarisas procedió al pintado de todo el interior de la iglesia, respetando los colores preexistentes (beige, blanco y azul añil para el fondeado de las yeserías ornamentales de tipo orgánico), momento en el que se reabrieron las ventanas cegadas de la linterna de la cúpula, lo que generó un singular efecto de luz derramada desde lo más alto. También entonces se sellaron las grietas de los arcos de las bóvedas, aquellas que en su día avisaron de los serios problemas de asentamiento del terreno y hundimiento de la cimentación en el lateral de calle Fresca.
La suma de las actuaciones referidas, particularmente las llevadas a cabo en la fachada y el compás de la iglesia de Belén, vinieron a enriquecer de manera muy notable el carácter monumental del histórico edificio en sí, pero también del singular entorno patrimonial que conforma con los edificios de la cercana Plazuela de Santiago, entre ellos la parroquia del mismo nombre y el gran volumen de la iglesia de Santa Eufemia, creaciones ambas del genial arquitecto-alarife dieciochesco Cristóbal García. Tres edificios (Belén, Santiago y Santa Eufemia) de notabilísimo interés dentro del Conjunto Histórico de Antequera, que merecerían ser declarados Bien de Interés Cultural (BIC), como elementos patrimoniales individualizados y con sus respectivos bienes muebles vinculados a ellos para la necesaria protección de los mismos. De no ser así, el patrimonio mueble de muchas de nuestras iglesias y conventos seguirá perdiéndose irremisiblemente por la indolencia de las diferentes administraciones competentes en la materia.