La decisión de Tamames llega en un momento donde el español de a pie ni siente ni padece. Da todo o casi todo igual. Su anuncio de plantear una moción de censura hubiera causado estupor entre los pesos pesados de la cultura, del arte y de la filosofía de la España de hace tres décadas. Pero ya nada es igual… Los aprendizajes competenciales han sustituido a los contenidos y da lo mismo ser un idiota, se presume de ello.
Todo vale, todo tiene un hueco, nada parece ridículo. La inteligencia artificial, el metaverso y el ‘gpt chat’ han entrado con fuerza, han irrumpido como un vitorino en las Ventas y que Ramón Tamames, ya casi nonagenario indique que quiere noquear a Pedro Sánchez tiene el mismo peso que pueda tener en lo venidero una conferencia del pequeño Nicolás. Corren otros tiempos y hay otros intereses. Santiago Abascal, que se presenta como el Cid de una España que ya no entiende de caballeros, aparece como el Salvador de una tierra que no entiende de unidad y lo hace cuando, en él mismo, el grado de sinceridad y honradez hace aguas por todos los lados.
Las próximas elecciones van a ser, una vez más, las que reflejen la impronta que en ese momento piense el español y la española de calle. No apuesten por un discurso largo, por una reflexión sensata que analice lo que le espera a España, lo que los españoles necesitan. El despecho, la humillación, el desplante, la desfachatez… están a la orden del día. En una España que lleva varios siglos tratando de autodestruirse no debe sorprendernos nada. El sonrojo de antaño por decir una estupidez ha dado paso al presumir de la ignorancia. Sí, en esas estamos. Mejor valorado está el imbécil, al menos lo conoce el gran público, que el que a diario se bate el cobre tratando de ser más y mejor. En todo este circo mediático entra el anuncio a bombo y platillo de la moción de censura de Ramón Tamames.
Cada ser humano es hoy dueño de sus aciertos y de sus errores, cada uno se cree con absoluto derecho y plenos poderes para casi todo y, eso sí, no se le pueden demandar obligaciones porque nunca se las inculcaron. Unos, por sus errores, ridiculeces y excentricidades son aplaudidos por la muchedumbre; otros, como será el mismo Urdangarín, cobrarán cifras astronómicas por callar ante el acopio de tanta basura.
Y en este patio tan revuelto el colmo lo pone la ley trans que remueve los cimientos para que quienes no estén de acuerdo con su identidad puedan resolverlo incluso casi con los pañales puestos. El núcleo feminista socialista se resquebraja mientras lucha a diestro y siniestro para que la nueva condesa gallega, Yolanda Díaz, no sea capaz de hacer sombra a la ministra Montero que anda de paseo diario por tierras andaluzas y no precisamente para cambiar de sexo o promocionar Andalucía… Ahí lo dejo.