En esta era digital que atravesamos, todos sabemos que internet, los móviles y las redes sociales se han convertido en compañeros vitales y omnipresentes en nuestro discurrir diario. Accedemos a un universo que genera oportunidades inimaginables hace décadas para la conexión, el aprendizaje y la diversión. Sin embargo, empieza a tomar forma un silencioso problema que desde el campo de la psicología y la medicina vaticinan como una de las epidemias tecnológicas del siglo XXI: el FOMO.
FOMO, acrónimo de Fear of Missing Out (Miedo a Perderse Algo), se caracteriza por una ansiedad constante derivada de la percepción de que otros están viviendo experiencias mejores y más emocionantes que uno mismo. Esta sensación se intensifica en el contexto de las redes sociales, donde los usuarios se exponen a un flujo incesante de fotos, vídeos y publicaciones que muestran momentos aparentemente perfectos de la vida de los demás. Puro narcisismo y exhibicionismo on line, escaparates de paja donde generalmente detrás no hay nada más que postureo.
Las repercusiones ya constatadas incluyen baja autoestima, insatisfacción personal, ansiedad, depresión, bajo rendimiento académico y problemas de concentración. Estas circunstancias, en muchos casos, desembocan en comportamientos impulsivos tanto en el ámbito escolar como en el familiar. Como parece imaginable, la adolescencia es la etapa que más está sufriendo este fenómeno, aunque muchas personas adultas también forman parte ya de la lista de afectados.
Podría decirse que el sentimiento que genera quitarle el móvil como castigo a un joven durante un fin de semana podría ser similar al que experimentaba, décadas atrás, otro muchacho al escuchar de sus padres: “Hoy no se sale”. En ambos casos, hablamos de romper con la necesidad inmediata de estar conectados a otras personas, sean reales por su cercanía o virtuales pero las emociones no parecen diferir mucho.
Tal vez hoy sea cuestión de un diálogo previo y abierto sobre los riesgos, y desde la confianza, enseñarles a ser críticos con la información que encuentran en las redes sociales. La tarea es compleja, especialmente si se llega tarde al uso responsable de las tecnologías. No obstante, es fundamental establecer bases desde muy temprano en las escuelas para normalizar el sentido crítico y valorar los beneficios de estar conectados al conocimiento y a las personas. Dialogar y educar en positivo, abiertamente, sin olvidar que para cada docente es un reto seguir actualizando su formación en este cambiante universo digital. Ser guía hacia el conocimiento, el bienestar y el desarrollo personal del alumnado. Todo lo demás ya está en Google o en ChatGPT. Tampoco se debe olvidar el difícil papel de la familia, pero ese es otro asunto que igualmente pasa por que los padres sean también, en este terreno, un modelo a seguir.
Puestos a elegir acrónimos, prefiero el de JOMO (Joy of Missing Out), el “placer de estar ausentes”, señalado por la experta en periodismo digital María Refojos, cuando menciona que debemos trasladar el miedo a perdernos algo en la red al placer de estar ausentes y desconectados digitalmente. Es un puro mecanismo de defensa: levantar la cabeza para mirar más lejos y, por supuesto, a los lados. Justo donde está el presente, el que verdaderamente podemos tocar.