Desde mi humilde punto de vista, las gasas saturadas constituyen unos de los desafíos más serios a los que tendrán que enfrentarse las sociedades occidentales en este siglo. Todos hemos oído hablar de este tipo de grasas, pero quizá no seamos totalmente conscientes de la magnitud de este problema.
Antes de nada, tenemos que tener claro que los lípidos son fundamentales para el desarrollo de la vida. Intervienen en funciones básicas como son estructural y de reserva e incluso participan en procesos más complejos como la regulación bioquímica de ciertas hormonas y vitaminas. Básicamente los lípidos más habituales son los triglicéridos, los que son sólidos se denominan grasas y los que son líquidos se llaman aceites. Las grasas saturadas como su propio nombre indica están formadas por ácidos grasos saturados. En ellas principalmente encontramos ácido butírico (mantequilla), ácido esteárico (cerdo, cordero) y el ácido palmítico (coco). De todos es conocido que el consumo habitual de grasas saturadas constituye un verdadero riesgo para la salud al aumentar los niveles de colesterol LDL (malo). Esto provocará depósitos de placas de ateroma en nuestras arterias (aterosclerosis), que al no presentar síntomas puede llegar en silencio a ser mortal al obstruir las arterias (infarto de miocardio o infarto cerebral). Por el contrario, las grasas insaturadas si son muy saludables, ya sean monoinsaturadas (ácido oleico-aceite de oliva) o poliinsaturadas (ácido graso omega 3-atún).
Por razones de salud muy evidentes debemos controlar el consumo de ciertos alimentos por su alto contenido en grasas saturadas. Entre estos están alimentos tan usuales en todos los hogares como patés, foie-gras, queso, nata, margarina, cerdo, cordero, embutidos, salchichas, hamburguesas, piel de pollo, gambas, bollería industrial y cacahuetes entre otros. Para finalizar, reconozco el efecto tan maravilloso y encantador que ejerce la primavera sobre ciertas personas muy atractivas.
