Con tan sólo 21 años, Antonio Paradas Torres asumió la dirección de la empresa Horno San Roque por enfermedad de su padre, Juan Paradas Pérez, quien inició la actividad allá por el año 1957. Antonio estuvo a cargo del negocio familiar unos 15-20 años hasta que cada uno de los hermanos decidieron tomar caminos distintos.
Fue entonces cuando este empresario decidió continuar con la forma de trabajo que tantos años había estado desarrollando su padre en Antequera: elaborar molletes y piquitos de forma artesanal.
Le preguntamos qué tiene el mollete de Horno San Roque que lo hace tan especial: «Elaboramos nuestros productos de forma artesanal, fermentación natural, un poco de buen hacer y poniendo en práctica todo lo que mi padre me enseñó. A ello hay que sumar la cocción final en un horno de leña, que es el único que queda en Antequera de estas características, lo que imprime al producto una textura y un sabor único, inimitable».
Nos comunica también que el 95 por ciento de la producción de la empresa se queda en Antequera… «Al mantener este sistema de trabajo artesanal, nuestra cartera de clientes no es demasiado grande porque no podríamos atender tanta demanda. Preferimos distribuir nuestro producto en Antequera y mantener nuestra forma de elaboración artesana, eso es algo que tenemos muy claro».
En cuanto a los productos que fabrican: «Tenemos cuatro formatos de mollete: el tradicional de 100 gramos, la madrigalita, el mollete mediano y el pitufo o manolito; en cuanto a piquitos, fabricamos el piquito corto, el largo, integral y las regañás».
Por último, le preguntamos dónde encontrar estas exquisitas especialidades: «En la mayoría del comercio tradicional: tiendas de comestibles, panaderías, cafeterías… Tenemos una selección de clientes muy buena que logramos conservar precisamente por nuestra forma de trabajo».
• ALGUNA ANÉCDOTA
«El día que yo nací, mi padre estaba haciendo molletes y tuvo que dejar el trabajo para acudir al parto de mi madre».
• RECUERDOS DE LA INFANCIA
«De mi infancia recuerdo una frase de mi padre que nunca se me olvidará. Nos reuníamos todos al lado de un brasero (porque antiguamente mi padre sólo hacía molletes en invierno, en verano hacía helado) y recuerdo a mi padre decirle a los vendedores que estaban preparados con su canastilla listos para repartir: «Tomás lleva 20 y el quemao», refiriéndose al mollete que estaba más cerca del fuego y se quemaba un poquito, y mi padre lo regalaba».