viernes 22 noviembre 2024
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En Antequera podemos presumir de una Alcazaba totalmente remozada

 
 
La foto se comenta por sí sola: ahí está una vista del “Reloj”, tomada desde la calle Jesús. Delante, la casi en ruinas capilla del Portichuelo; detrás, el recinto del Castillo, rodeado de pitas y chumberas, agreste vegetación que era como una moderna y natural “defensa” del Castillo. 

 
De esas chumberas, se recogían los dulcísimos higos-chumbos, que se vendían, desde la Feria para adelante, llevados en cubos para luego colocarlos sobre unas rústicas mesas enclavadas en la Alameda, el recinto del ferial, la Plaza de Abastos y la calle Duranes, o para pregonarlos por las calles de la ciudad que sabía apreciar la exquisitez del rústico fruto, con aquellos gritos de “¡De la Costa!”, respondidos por los críos con un chusco “¡Del Reloj!”, aduciendo a su verdadero origen. 
El empeño e interés de sucesivos Ayuntamientos, desde los tiempos de Francisco Ruiz Rojas al actual Manuel Barón Ríos, pasando por José María González, Pedro de Rojas, Paulino Plata, Ricardo Millán y, sobre todo, Jesús Romero, ayudaron a cambiar esa añeja estampa por la moderna actual.
La imagen, si se quiere llena del tipismo que nos adjudicaban por aquellos años los extranjeros, no deja ver una cantera situada al pie de la parte de murallas que se ven, ni una pequeña casilla, de gruesas paredes, “hotel” de parte de nuestras vacaciones veraniegas, porque cerca estaba una era en la que el abuelo daba vueltas y vueltas con el trillo, mientras la abuela hacía unas inolvidables tortillas de patatas con cebolla. De vez en cuando nos montábamos en el trillo, porque los dóciles mulos, se sabían el camino de memoria, y tan pronto terminábamos la “jornada”, o cuando se hacía la molesta parva, con el polvillo colándose por todos los resquicios de la ropa, preferíamos irnos a la cantera, que tenía un llano espectacular para jugar al fútbol con aquellas pelotas de goma grandes, que eran nuestros balones de los mismos años.
Fueron pasando los años en que lo primero era procurar los jornales que permitieran comer, y llegaron los de pensar en hermosear un pasaje hoy único en nuestra ciudad, con sus jardines y sus paseos al pie de la muralla hace poco inaugurados. El Portichuelo, está de “dulce” y las escombreras que se ven en primer término sustituidas por barandillas de cemento seguras y estables… ¡Viejas estampas que no dejan de perder el carácter peculiar con que las conocimos y las vivimos!
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