Cuando a mis alumnos de secundaria, les expliqué el feudalismo, el siglo de los católicos reyes, los reinos, las guerras, el servilismo, los matrimonios de Estado para unir tierras y poder… se quedaron con la boca abierta. De sus laringes salían exclamaciones como: ¡Qué brutos! Qué injusto! ¿Pero cómo vivían así? Y muchas más que no voy a exponer aquí, a ver si me acusan de abuso de enseñanza u otra fantasmagórica parrafada y lo que es peor, ¡me cobren por ello!
Señoras y señores, no pretendo que estén de acuerdo conmigo, pero ¿no les mosquea un rato que salgan Rajoy o Guindos diciendo que en el semestre, trimestre… ya iremos para arriba? ¿O que los estudiosos europeos indiquen a dedo, que hay que reducir salarios, abaratar el despido de los contratos indefinidos y mantener abierta la opción del rescate? Mientras, simultáneamente, se llevan las manos a la cabeza, –pero, ¿la tienen?– al comentar lo impresentable y terrorífico que resulta el paro del que gozamos ¿…?
Incongruencias de la política y de estos sabios o expertos que seguro cobrarán mucho sentados en sus mesas, sin vivir en directo el increíble drama de España.
España, una nación, en la que de cuatro niños uno pasa hambre y desnutrición.
España, una nación que mira hacia atrás y dice: parece que estamos peor que hace cuarenta años.
Bueno dejemos este tema para luego o aparcado en un casillero, porque total a mí no me afecta, digo yo que esto opinarán, aquellos calculadores políticos o banqueros que, dándose golpes de pecho, comulgan todos los días con ruedas de molino cargadas de corrupción que es sinónimo de cohecho, soborno, e incluso indecencia y putrefacción.
No tengo en estos instantes a ningún gobierno exterior como ejemplo, pero sí constato que por ahí fuera dimite más gente política por corrupción que en España. Bueno aquí es que no dimite nadie. ¿Por qué la dimisión no es una opción habitual en España?
