jueves 12 diciembre 2024
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El Niño Perdido recibe a Antonio Moreno, hermano mayor de insignia que fue desde 1993 a 2007

Hay personas que forman parte de esta peculiar Antequera tan querida: profunda, cercana, tan arraigada en nuestras tradiciones, a nuestra identidad, que las hacen indispensables para conocer la historia de los últimos tiempos en nuestra ciudad.

El último día de feria empezaba con la triste noticia del fallecimiento de don Antonio Moreno Díaz, el alma del Niño Perdido. El último día en el que se usaba el camión de riego en los toros, tan vinculado a su familia, se compartía la triste noticia.

Una persona que fue padre para su familia y para sus cofrades del Niño Perdido. ¡Qué grupo consiguió reunir en tan poco tiempo y que permanecieran tanto tiempo! Perteneciente a esa generación de estar al lado de quien lo necesita sin que lo pida, siempre en plan positivo y buscando soluciones.

El Viernes Santo de 1993 volvió a procesionarse el Niño Jesús Perdido de la Cofradía de “Abajo”, del que fue hermano mayor hasta el 2007, además de ebanista antequerano que siguió los pasos de su padre (hermanaco del Niño) y que ve cómo sus hijos y nietos siguen con la tradición familiar de llevar al Niño Jesús.

Pero sobre todo: un buen padre, un fiel esposo, un orgulloso abuelo, un gran ebanista, un vecino querido y apreciado que con 85 años nos dejaba tras afrontar unos últimos años delicado de salud, pero siempre afrontándolos positivamente.

Verlo por el entorno de San Sebastián o en Santo Domingo cada Cuaresma y preguntarle por cómo estaba, era recibir esa bendición de sonrisa tan suya, tan característica que él siempre te daba ánimos y ganas de vivir, pese a que le preguntaras por su salud.

Nació el 19 de diciembre de 1936 en el Callejón de Urbina, hijo de Rafael Moreno Montilla y María Díaz Torres. Su padre era conductor del camión de riego de Antequera, el mismo que se estrenó en el incendio del Angelote en 1926 y el que hoy presume la ciudad en las corridas de toros al regar el albero del coso antequerano. 

Se casó con Oliva Fernández Gómez el 9 de junio de 1966 en Mollina, con quien tuvo unos grandes hijos, cinco, quienes le dieron esos nietos que siguiendo los pasos del padre, son fieles devotos y cofrades de “Abajo”. ¡Qué ejemplo de vida compartida con su esposa Oliva, siempre juntos.

Antonio fue ebanista “toda mi vida” en calle Nájera, donde tuvo su taller hasta su jubilación. Al trabajar en ese barrio “fui armadilla y penitente de la Cofradía de La Paz, de la que mi padre fue hermanaco del Niño Perdido”, nos decía en una entrevista para el Especial de Semana Santa de 2018.

Nos recordaba que fue en 1993 cuando con José Castillo Vegas al frente de la hermandad, volvieron a procesionar la imagen del Niño Perdido.“Dentro de la Directiva, estábamos Pepe Mora, Pepe Castillo y yo queriendo volver a procesionar la imagen que llevó mi padre. Yo le hice la peana que tiene actualmente en el trono, con materiales sencillos, porque no había dinero ni nada, se hizo la tarima y unos brazos que se transformaron de un candelabro que nos regalaron del Señor del Rescate que hizo Miguel González”.

En 2007 dejó su puesto a su hijo Rafael, pero él siempre bajaba a ayudarle, a recibir el cariño de la gente, de sus hermanacos, de su familia, con su hijo Juanlu como sombra en sus pasos por Santo Domingo, Miguel Ángel en el trono y Pili aguardando con su esposa. Luego buscaba su balcón, frente a Santo Domingo, donde rezaba al ver salir y regresar a su cofradía. Y siempre que pudo, acompañaba en el guión. 

Se va otra buena persona, otro padre que supo lo que es padecer en vida… Ahora, el Señor del Dulce Nombre le ha llamado para que encuentre la Paz en su Virgen, tras padecer el calvario del tránsito.

El Cielo incorpora a un buen hombre, la tierra pierde a otro referente. Un gran cofrade que lo dio todo, en aquellos tiempos donde no había la abundancia de medios, ayudas e iniciativas, como las que hay hoy. Había: fe, devoción, ganas de aportar y sentido común.

Al Niño Perdido le prende una lágrima nueva por la pérdida de ese padre que estuvo al frente de su familia, la de sangre y la de devoción a la imagen más pequeña que se procesiona, pero la más grande por el ímpetu de cómo se recuperó. 

Magno habrá sido el recibimiento allá arriba por tenerle cerca del Padre y de la Madre. Encontró al fin a su niño perdido, encontró la paz, pero deja a su familia aquí abajo. Seguro que seguirá velando por ellos, para que sigan manteniendo la familia que formó en vida y que queda cerca del Niño Perdido de Antequera.

 
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