Así tuvo que ser al principio. Cuando lo que se vivía en las iglesias, unido a la devoción a las sagradas imágenes, llevó a los templos a abrir sus puertas, promoviendo las procesiones. Algo que hoy sería necesario: volver a los inicios… Pero eso es otra historia.
Mientras que la gente iba de Santo Domingo a Jesús, al llegar al Carmen, se sentía como un viaje al pasado. Luces ténues, los tronos listos, los hermanacos en sus puestos, el cuerpo procesional flanqueando dentro del templo.
Era como la espera del entierro, donde los devotos acompañaban a María en su Soledad, rota de dolor por la muerte de su Hijo. Y fuera de dejar las puertas para que fueran contemplados como ya se hiciera por la mañana, la cofradía que preside José Cantos, optó por rezar un vía crucis.
Entrar y ver todo el cortejo, listo, como si fuera a salir, te sobrecogía. Y llegadas las 21,45 horas, hora prevista de la salida, se apagaron las luces del barroco templo y empezó el rezo del vía crucis.
Diferentes directivos, así como el alcalde Manuel Barón o la pregonera Elena Melero, fueron los encargados de orar. Entre estación y estación, la capilla volcal ‘Lux Aeterna’ (cánticos y misereres en latín) y la musical ‘Ars Sacra’ fueron dando el ritmo entre estación y estación y esa magia de viaje al pasado, al túnel de la fe.
Fue una noche diferente, donde no hubo lamento por no salir, porque entre todos los presentes, se optó por acompañar a María en su Soledad, con la esperanza en la Resurrección del Hijo que acababa de fallecer.
Esta vez los de La Soledad no sorprendieron en la forma de procesionar como años atrás, lo hicieron por cómo afrontar el no salir por la lluvia. Y quienes estuvieron presentes, saben lo que exponemos. Es la esencia de una cofradía.
A su término no se pudieron trasladar las imágenes a la casa hermandad, ya que el tiempo había empeorado desde cerca de las 22 horas. Era el centenario de la primera procesión en el siglo XX. Era un año más de mostrar la raíz del rezo y forma de procesionar de una hermandad.