viernes 26 abril 2024
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Celebrando la Navidad desde nuestro interior

En cada hora nos enfrentamos a retos nuevos, nuestro devenir diario no se detiene. Qué duda cabe que en un año la actualidad puede ser muy diferente, pero las campanadas que finiquitarán los últimos doce meses, seguro, van a sonar con la misma cadencia.

La imagen que hoy les dejo, igualmente puede sonar muy diferente, a cualquier estampa navideña, pero si consigue hacerles pensar, meditar, tantear las distintas formas de interpretar las personalidades que concurren y su mínima estética navideña, el objetivo, casi, se habrá conseguido.

Sí, es nuestro pensamiento lo que nos lleva a determinadas fechas, épocas o vivencias. Como ahora nos acercamos a Navidad, a fin de año, el mío, me adentra en lejanos recuerdos. Uno de los personajes de la imagen, al cual daremos el nombre de Alfonso, por haber nacido en la onomástica de San Alfonso, (1 de agosto), me pediría que recordase aquellas navidades que en verdad, eran muy diferentes.

Su familia, la de Alfonso y sus siete hermanos, era una familia muy humilde, muy pobre. El pequeño sueldo del padre no daba para mucho… sí, eran Navidades muy distintas las que Alfonso, a finales de la década de los sesenta del siglo pasado vivía junto a su familia. Él me recuerda que, en la foto están sus padres y los tres hermanos más pequeños: Matilde, Perico y Periquín. ¡Ah… que eso fue una serie radiofónica en estilo comedia, que por aquellas fechas triunfaba en antena! Vale. Es cierto, pero no menos cierto es, que ése era todo el contenido extra que llegaba a su casa, que no fuese la lectura de algún cómic, cuentos e historias trasmitidas en la memoria, de hechos más o menos aciagos y o graciosos, las más de las veces ocurridos en la propia familia o amigos. Todo ello, al calor de la chimenea y con la escasa luz de un quinqué de petróleo. Puestos a recordar, Alfonso me hace hincapié en contar que él, no disfrutó en su vivienda de luz eléctrica, hasta cumplidos los 15 años y de cuando llegó la primera televisión a su casa, que ya pasaba la mayoría de edad. 

La cena de Navidad tenía de especial, por ejemplo; el que esa tarde se preparaba la chimenea con un buen trashoguero para que diese tiempo a prolongar la sobremesa y los comentarios acerca de las ocurrencias y vicisitudes traídas al cuento en el día a día de Perico y Periquín. Todo ello antes de meterse bajo los gruesos ropajes en nuestras camas, procurando no moverse mucho buscando el acomodo en el colchón de farfolla, pues ésta producía gran ruido al moverse molestando sobremanera a los hermanos mayores que, cansados de las duras jornadas de trabajo, trataran de conciliar el sueño más rápidamente. Del menú, poco más que el de cualquier otro día, si exceptuamos que sí, podía ser algo más extenso con la carne de algún desafortunado conejo, pollo o el chivo del año, que pronto había que retirarle a la cabra, para que la leche de ésta diera para alguna variedad en los desayunos. 

La mesa, ataviada con su mantel diario, en una variedad de colores y cuadros, muy bien engarzados con la aguja de croché, confeccionados con la lana de los abrigos viejos o con algún que otro agujero, los cuales los deshilachaban y preparaban para que su madre, con la especial paciencia y dedicación, con la magia de sus endurecidas por el diario y duro trabajo, sus especiales y cariñosas manos, que convertían de nuevo las bolas de lana en un decorativo mantel que se cubría con el hule para evitar las manchas, dado que la cubertería era escasa y con un plato en el centro de la mesa (era más que suficiente) eran probables las mismas con el ir y venir del alimento desde el recipiente a la boca. Esta forma de distribuir la vajilla, tenía sus ventajas, a ninguno de los componentes de la familia, los pequeños tampoco, había que decirles aquello de: ¡Anda… deja ya de hacer tal o cual y ponte a comer! No, era llenar el plato central y todos prestos y silenciosos (“oveja que bala, bocado que pierde”), cuchara, tenedor o simple navaja y sopa de pan, en mano, nos aprestábamos a dar buena cuenta de lo servido.

Hay un personaje más en la imagen, en su mano derecha tiene un libro, es una guía de traducción de francés/español. Sí, es una mujer francesa, una turista (¿no se nota en la indumentaria?). El turismo a finales de los años 60, era toda una novedad. 

La vivienda de Alfonso, ubicada en el borde de una carretera, con una chiquillería que salía a divertirse, viendo la variedad y el aumento de vehículos tan especiales que transitaban por ella. Eran Matilde, Perico y Periquín, Alfonso también, que aplaudían y decían adiós con efusiones a las personas tan distintamente ataviadas, y éstas les correspondían con admiración y sorpresa por la particular y sencilla forma de reír y divertirse de personajes tan menesterosos. 

Y era en el trasporte de mercancías, que también aumentaba y circulaban con cierta asiduidad, donde la chiquillería más amistades adquirió, tanto era así, que los propios transportistas, entre ellos se comentaban: “Tú haz sonar la bocina al paso por la casa”, y verás cuántos niños salen a decirte adiós. 

En agradecimiento, ellos les dejaban caramelos y en ocasiones de Navidad o Reyes, hasta algún que otro juguete. Ni qué decir que estos transportistas eran, sin lugar a dudas, meros mandados de los propios Reyes Magos, que los proveían de los juguetes y les rogaban muy encarecidamente que se los hicieran llegar a niños que tan lejanos residían y que a Ellos no les daba tiempo a visitar algunos años.

En todo ello Alfonso, procuraba encontrar un motivo para aprender, para asumir con resignación y sacar conclusiones positivas de todo aquello, que cada año escuchaba decir a los mayores acerca de lo diferentes que eran los tiempos. El tiempo le demostró que los años pueden variar en su contenido, pero sí la ilusión y la alegría de las personas, si la compartes aunque sea con los propios viandantes y usuarios de una carretera, los Reyes Magos, siempre te lo podrán premiar. ¡Feliz Navidad y próspero año nuevo!

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