Esta semana entrevistamos a Gerardo García Sobrino, uno de esos profesores ‘históricos’ del Colegio Público ‘León Motta’, centro donde se jubiló en el año 2010. Al hilo del centenario del Colegio con sede en la Avenida de la Estación, conversamos con uno de los profesores que más huella han dejado en el centro y que formó parte del mismo durante casi cuatro décadas, iniciando su labor de docente en Alameda, llegando posteriormente a nuestra ciudad.
Quien lo tuvo como profesor, sabe que su método de trabajo pasa por ayudar al alumno y, sobre todo, hacerle entender un poco mejor el mundo que le rodea. Esta semana, hablamos con Gerardo García Sobrino (Marmolejo, 8 de agosto de 1950), ahora jubilado, que fue profesor del Colegio Público de Educación Infantil y Primaria “León Motta” hasta el año 2010.
Se muestra orgulloso de su papel como profesor, buscando desde siempre el enriquecimiento personal y de conocimiento de los jóvenes que pasaron por sus clases, que se cuentan por miles después de toda una vida dedicada a la enseñanza.
Para que nos cuente más sobre su experiencia en la enseñanza nos citamos con él en un lugar muy especial: su Colegio, en Avenida de la Estación. Entramos decididos, subimos las escaleras que nos llevan a su interior y cruzamos la puerta. Esa puerta que tantos años seguidos ha cruzado él. Nos dice, con mirada de nostalgia y algún que otro suspiro: “Bueno, pues aquí estamos”.
Pues sí, allí estábamos los dos, antiguo profesor y antiguo alumno, entre esas paredes que tanto tienen que contar, por donde tantos antequeranos han iniciado su particular “carrera” de la vida.
Nos sentamos en la sala de profesores, tras conversar con la actual directora María Ángeles Reina, y comenzamos interesándonos por los inicios del profesor, tanto académicos como personales. Aunque está muy vinculado a Antequera y se siente plenamente antequerano –de hecho, es Hijo Adoptivo de la Ciudad desde 2012–, nació “en Marmolejo porque mi madre era de allí. Mis padres estaban residiendo en Melilla porque mi padre era militar, pero entonces mi madre era muy joven y antiguamente se iba con su madre para tenerme porque prefería que fuese allí y que su madre estuviera en los momentos del parto”.
En Andalucía estuvo “un año y algo, mi padre iba también, pero nos volvimos con mi madre a Melilla. Y desde el año y algo que llegué a Melilla, en el año 1951 hasta que me vine en el 1969 ya con las Oposiciones”.
En Melilla, “hice la Primaria, después bachillerato, la carrera de Magisterio y cuando llegué a la península ya era maestro. También hice muchos cursillos de perfeccionamiento de mi actividad docente. Hice una especialización en Ciencias Sociales, Geografía e Historia. También Ciencias Cívicas. Me especialicé en Religión… También muchos otros cursillos de índole de teatro, música, informática… De todo aquello que me iba haciendo falta para ir desarrollando mi profesión de la mejor forma posible”.
En el 1969, “vamos a Córdoba, me examino de Oposiciones en el 1970, saco las oposiciones y ya me destinan en el pueblo de Alameda y al siguiente, en el año 1971 empecé en Antequera”, nos destaca el profesor.
Aquí, comenzó “en Las Huérfanas, en calle Carreteros, en septiembre de 1971. Estuve allí un año, aunque no completo porque se nos cayó el colegio y me mandaron hasta final de curso a la Parroquia de San Miguel, que estaba al lado. Tanto en Alameda como en Las Huérfanas, eran destinos provisionales”.
El tercero “fue en la calle Rastro, en el año 1972-1973 y ahí seguí hasta final de curso. Allí había una escuela unitaria de niños, que tenía tres grados que hacía, digamos, un colegio con la cuesta de Santo Domingo, que tenía cuatro clases de niñas. Meli Sánchez-Garrido era la directora de niñas. Todo eso se disolvió cuando se hizo el Colegio de Vera Cruz, que lo absorbió”, recalca Gerardo.
Comenzó en el ‘León Motta’ cuando el colegio tenía su sede en la calle del Obispo
García Sobrino explica que le adjudicaron “el León Motta, en calle del Obispo. Me hacen definitivo en Antequera y dejo de estar provisional. Empecé en septiembre de 1973… hasta que me jubilé en el 2010 en la Avenida de la Estación”. Recordemos que fue en septiembre de 1979 cuando el Colegio se “mudó” de ubicación para estar donde actualmente tiene su sede.
Todo ello, “con el interciso del curso 1978-1979, que fue desdoblamiento en la Calzada, que fue cuando el colegio se nos vino abajo y nos mandan allí por la tarde”. Recuerda con mucho cariño los años en la calle del Obispo, cuando aún estaba arrancando en la docencia: “Fueron ancestrales, pero para mí fueron muy emblemáticos. Yo no tenía experiencia ninguna de dar clase, tenía pocos años de docencia y para mí, el director que había entonces, don Agustín Muñoz de la Vega, fue como un padre, porque estaba siempre encima de mí, veía cómo trabaja, le gustaba las horas que estaba en el colegio, que apoyaba a los niños en horas que no eran escolares… Eso él lo valoraba y me amparaba mucho. Para mí, él era como un padre, porque me amparaba, me protegía, me corregía los fallos como docente que uno tiene al principio. Él procuraba solucionar y solventar con los padres y con la comunidad educativa. Fueron años de muy gratos recuerdos”.
Tanto es así, recuerda orgulloso, “que cuando se le iba a poner el nombre a la Asociación de Padres de Alumnos (APA) del colegio, empezaron a decir nombres a ver qué se le ponía… Si García Lorca o algún otro nombre… Pero yo defendí la postura de que el APA tuviera el nombre de ‘Agustín Muñoz de la Vega’ y actualmente gracias a eso, ahora se llama así”.
Él, considera convencido “que se lo merecía, Agustín Muñoz de la Vega era un hombre que trabajó mucho por la escuela en unos momentos muy difíciles y tenía que tener algún reconocimiento. Ya que no tuvo ninguno por ninguna parte, por lo menos que la comunidad educativa del Colegio lo recuerde como uno de los profesores importantes que tuvo el centro”.
Años de trabajo y dedicación a su alumnado
Gerardo ha sido un docente entregado en cuerpo y alma a su Colegio. Años de trabajo y de dedicación a mostrar todo lo que tenía para que sus alumnos avanzasen educativa y personalmente hablando. Ahora, hace balance de todo ese tiempo. Al no tener hijos “a los que dedicarme”, destaca, “quizá ese tiempo que podría haber dedicado a mis hijos, lo volcaba en la escuela, a los alumnos que estaban un poco más ‘deficientes’. Les dedicaba mi tiempo para que se fuesen poniendo a la misma altura que el resto de los demás. Eso me satisfacía y me hacía creer que estaba haciendo las cosas como realmente tenía que hacerlas. Era una autosatisfacción personal”.
De todo este tiempo, guarda cientos de recuerdos, aunque hace una mención especial a aquellos a los que más trabajo les costaba aprobar. Confiesa que siempre se acuerda “de los alumnos que eran más torpes. Me acuerdo de gente a la que le costaba muchísimo trabajo tirar para adelante. Me acuerdo sobre todo de uno, que se me ha quedado grabado, que el padre le regañaba demasiado porque no aprobaba, pero es que no podía aprobar porque no podía… Entonces, al final recuerdo que lo dejaba que se copiara. Hacía la vista gorda porque sabía que al final no estudiaría ninguna carrera ni nada. Cuando lo veo por la calle todavía me acuerdo de él y eso que hará ya casi 50 años. Son de esas cosas que se te quedan grabadas porque creo que hice lo que tenía que hacer en un momento así, no creo que lo perjudicara mucho”.
También recuerda “el caso de alumnos que no podían tirar hacia adelante económicamente y, por ejemplo, les hacía falta gafas y los padres no podían y se les compró unas gafas… Hay cosas así, de poder entregar un poco a los que tienes a tu alrededor”.
Entre las anécdotas… los viajes de estudios
Por su puesto, tras tantos años como profesor, no nos podemos resistir a preguntarle por alguna anécdota divertida que haya vivido con unos alumnos a los que también acompañaba en los viajes de estudios que organizaba el centro, para visitar diferentes sitios como París.
Reconoce que anécdotas “muchísimas” y nos subraya… “De los viajes de estudios, recuerdo que siempre había que estar por la noche dando vueltas y claro, los alumnos tenían 14 o 15 años y lo que querían era jugar por las noches, en sus habitaciones. Recuerdo que por las mañanas me gustaba tomarme una copita de aguardiente y algunas veces se caían gotas en el suelo y con los zapatos, cuando yo vigilaba, iba pisándolas y se escuchaba el ‘clac, clac’ y ya los alumnos se daban cuenta y decían ‘¡que viene, que viene!’. Yo tenía que hacer la vista gorda un poco, porque también ellos no hacían nada malo, sino que estaban disfrutando de su viaje. Por una parte, tenía que vigilar, pero por otra, tener un poco de manga ancha para que disfrutaran ellos”.
Todo ello, nos lo comparte con una sonrisa de oreja a oreja y mirando a un punto fijo, como si estuviese volviendo a vivir aquellos momentos que nunca quiere borrar de su cabeza porque, verdaderamente, forman parte de esa faceta más “desenfadada” de la enseñanza.
La evolución: de Franco hasta la Democracia
La Educación de hace varias décadas no es la misma que ahora, eso es algo obvio, pero ¿qué opina Gerardo García sobre este asunto en la actualidad? “Desde las leyes fundamentales que daba en la época de Franco en calle del Obispo hasta ahora con la Democracia y partidos políticos, ¡imagínate cómo la mente ha tenido que evolucionar en el aspecto didáctico!”.
En el aspecto social, “antes los padres colaboraban muchísimo con la escuela. Los padres eran como unos amigos nuestros. De hecho, me acuerdo que la primera Asociación de Padres de Alumnos que hubo en el Colegio, los padres me nombraron a mí para que estuviera. Yo estaba allí porque ellos pensaban que yo era el que mejor podía explicarles las cosas que pasaban en el Colegio y podían enterarse mejor de primera mano”.
De eso… “a como están las cosas ahora mismo. Es un atosigamiento y los niños suelen ser como siempre, pero en los padres hay otra mentalidad. Eso se refleja en la escuela. Hay una diferencia muy grande entre tener un padre colaborador contigo, amigo, que está dispuesto a participar y colaborar en fiestas y verbenas, a tener un padre encima, con el ‘hacha’ a ver si te equivocas en algo. Ha cambiado bastante…”.
Por su parte, cree que los alumnos no han cambiado tanto, aunque sí que achaca algunos de esos cambios al efecto que las nuevas tecnologías han causado en ellos y en su forma de comportarse en la actualidad. Los alumnos, “más o menos, son iguales, aunque ahora con los elementos sociales e instrumentos, ordenadores, vídeos… Las mentes se han despertado y como te descuides un poco, se orientan hacia lo negativo y hacia la adquisición de una serie de conocimientos que realmente no le enriquecen positivamente, sino al revés, en el plano negativo. Eso repercute en la escuela, en las cosas que se dicen, en los insultos… Se han metido en la escuela los móviles. Todo lo que sean adelantos, tiene una cosa positiva si se utiliza bien, pero si se desvirtúa el uso, puede originar una serie de problemas y de idiosincrasias muy negativas que repercuten en la escuela de una forma fatal”.
Un inseparable matrimonio junto a Milagros
No solo los alumnos han sido imprescindibles en la vida de Gerardo, también Milagros Montenegro. Con ella compartió años de docencia en el ‘León Motta’, formando un matrimonio muy querido en Antequera. Se conocieron “porque yo estaba de maestro en calle del Obispo y ella estaba haciendo prácticas de Magisterio en el Cerro. Yo tenía una casa, de aquellas primitivas casas que había en el Barrio Girón y se vino allí a estudiar con su hermano. Yo la dejé en la casa. Ella tenía una amiga de estudios de Magisterio y, como no tenían apenas dinero, hicieron unas encuestas que le daban las editoriales, que les pagaban unas pesetas por niño. La amiga le dijo: ‘vámonos a la calle Obispo, que hay un muchacho que se llama Gerardo, que es el que tiene nuestra casa y es muy apañado’. Entonces, fue allí a hacer la encuesta a los niños, le di facilidades para que hiciera todas las que quisiera y ya empezamos a salir, a tomarnos algo… Y eso sería alrededor del 1974 aproximadamente, porque nos casamos en el 1979 y estuvimos 5 años de novios”.
Siempre “procurábamos que no influyéramos uno en la actividad del otro. Cada uno tenía su independencia académica y cada uno llevaba las cosas a su manera, como mejor lo creíamos. Para mí, ella siempre ha sido un modelo y ha sido una persona donde yo reflejarme. Ella ha hecho siempre su actividad profesional muy bien, muy trabajada, muy responsable. Me gustaba cómo lo hacía ella. Yo siempre me considero que no hago las cosas como ella lo ha hecho. Yo trabaja mucho en la escuela, pero veía que ella lo hacía siempre de una manera más positiva. Siempre ha sido para mí un ejemplo y un espejo donde mirarme. No ha habido nunca celos profesionales. Le han hecho muchos reconocimientos a nivel de padres y de todo, y yo siempre he creído que ha sido poco, que ella se merecía más. Ella conmigo, igual”.
En casa, “lo que teníamos era la escuela, también seguíamos una continuación de la labor escolar hablando de todo eso. Como no podíamos hablar de nuestros hijos porque no los teníamos, pues nos poníamos hablar de algún alumno, que si las necesidades, que si los padres…”.
Presente y futuro: cómo debe ser el docente
Aprovechamos este último bloque de la entrevista para que nos hable de los futuros profesores. De los que ahora empiezan a ejercerlo y los que se inician en los estudios de Magisterio: “Les diría que tengan ilusión por la enseñanza, que no lo utilicen como un camino para tirar hacia adelante para colocarse y solucionarse la vida. La enseñanza es algo continuo, tener un cariño, una dedicación y predisposición hacia los niños, hacia su idiosincrasia. Ver que cada uno es distinto, que cada uno necesita una cosa”.
Tienen que procurar “inclinarse hacia las necesidades que cada uno tiene, dentro de tus posibilidades, y poder atenderlas”, insiste. “No solo en el plano del conocimiento, sino también en el de hacer buenas personas, que es lo que realmente la sociedad necesita: gente buena, entregada y gente que colabore con los demás para que esto marche lo mejor posible”. Y así, creo –me permito afirmarlo personalmente– es y ha sido Gerardo: un profesor ejemplar que siempre buscó, ante todo, hacer mejor persona a su alumnado. Más información, edición impresa sábado 9 de noviembre de 2019 (pinche aquí y conozca dónde puede adquirir el ejemplar) o suscríbase y recíbalo en casa o en su ordenador, antes que nadie (suscripción).