viernes 26 abril 2024
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Magdalena de la Linde: ‘El contacto con la gente, eso siempre me ha gustado’

Dicen que después de los 50 años, la vida apenas empieza, pues ella tiene 90 y aún se siente con energía para ayudar como puede en las tareas de su querido Hostal Colón. Magdalena de La Linde Pérez (Antequera, 5 de febrero de 1930) es un ejemplo de lucha y superación a las adversidades de la vida, que se hizo mayor muy rápido, siendo aún muy joven. Valores tan fundamentales como la simpatía, bondad, espíritu de trabajo, religiosidad y lealtad la definen.

 

Nacida en la que siempre se ha conocido como calle Estepa, en lo que fue el reconocido negocio de ‘Ferretería Linde’, e hija de José de la Linde Gómez y Magdalena Pérez Rosales, esta incombustible antequerana pasó una grata infancia: “Tuve una infancia buena junto a mis cuatro hermanos: Rafael, Encarnación, José y María de la Paz, había mucha armonía. Como yo era la mayor siempre estaba más protegida que los otros, según me decían mis padres. Ellos aseguraban que yo siempre era la primera en el colegio que luego fue al instituto y a la universidad donde tuve la mala suerte que me suspendieron en reválida y no volví a estudiar”.

Magdalena nos explica que en su infancia, en la señera ‘Ferretería Linde’ “veía subir y bajar a los empleados que tenía mi padre… Nosotros no trabajamos en la ferretería, pero recuerdo que a las 8 de la mañana limpiábamos la tienda antes de que vinieran todos”. Aquella niña, que según nos comparte, destacaba entre sus hermanos, se las sabía ingeniar muy bien para ir pasando los cursos y llegar a hacer la reválida, esos exámenes independientes a los que se someten los alumnos en cada final de ciclo formativo: “Estudié en el Colegio María Inmaculada, no era muy mala estudiante, iba pasando, no era tampoco una lumbrera, pero aprobaba sin repetir, llevaba los cursos bien. Recuerdo que los profesores se desplazaban de un centro a otro ayudados pon las monjas como María Tránsito, Madre Trinidad…”.“Con los años cuando terminé el Bachiller pasé a Granada a hacer la reválida, pero me suspendieron y ya no volví más, dejé los estudios totalmente”, añade Magdalena.

Tras volver con sus padres a ayudarles en casa, no pasó mucho tiempo cuando Magdalena decidió casarse: “Me casé con mi marido Ramón Gómez Conejo cuando tenía 22 años y empecé a vivir en la calle Carreteros enfrente de don Isidro Montoro”.Con el paso del tiempo, concretamente en 1970, el matrimonio que tuvo 5 hijos: Magdalena, Francisco, Irene, Ramón y Cristina, se convirtió en hosteleros adquiriendo el edificio que incluía el conocido Hotel Colón: “Cuando nos vinimos aquí empecé a ayudar en las habitaciones del hostal. Pedimos un dinero en el banco y lo fuimos pagando todo poco a poco. Mi marido estaba enfermo, tenía una salud delicada con problemas en el estómago, pasó mucho, tenía mucha voluntad y ayudaba en todo lo que podía, tanto en la tienda como en el hostal, al igual que mis hijos. Esto siempre ha sido un negocio familiar. Mi cuñado Francisco, cuando se quedó viudo, también me hice cargo de él… La segunda planta me quedé yo con ella y la primera y tercera eran de huéspedes donde había diez habitaciones en cada una”.

Con mucho esfuerzo, dedicación y mucha fuerza de voluntad, Magdalena logró sacar adelante un negocio y a sus cinco hijos por lo que el mérito era doble. Todo ello pudo hacerlo: “Porque era joven y me movía mejor. En el hostal siempre he tenido gente trabajando, pero antes era totalmente diferente a como es ahora, había más trabajo porque todo se hacía allí como el lavado, secado y planchado de sábanas… Antes cuando había más trabajo se hacía hasta que se terminaba, ahora todos tienen su horario. En la actualidad tengo dos fijos… Cuando me vine aquí mis hijos eran algo mayores, excepto la chica”. 

Más tarde compraron el Hotel Vergara: “En aquel entonces recuerdo que tenía el salón abajo con el bar que luego vendieron para hacer un banco. Los dueños tenían su piso en la tercera planta y la primera y segunda era para los huéspedes. En cuanto al trabajo, aquí ya teníamos empresas de fuera que nos hacían servicios como llevarse en carros la ropa de las camas para plancharlas,  y eso quieras que no ayudaba mucho”.

Magdalena vio con los años como sus hijos crecían y cada uno comenzó a hacer su vida: “Algunos estaban estudiando y otros que no quisieron como los dos que están en la tienda de La Castellana. Otra se casó, vivía en Antequera, pero tenían un negocio en Mollina…” 

Un duro trabajo diario donde la edad no es para nada un impedimento 

Con una cierta libertad que le proporcionó la independencia de sus hijos, Magdalena se dedicó por entero a su negocio, que no ha abandonado nunca y que continúa en la actualidad a sus 90 años: “A diario siempre he ayudado al personal que he tenido y tengo trabajando aquí. Ayudo en lo que puedo, supervisando al personal en toda las labores que requiere un hostal como éste”. A día de hoy, la incombustible Magdalena nos detalla cómo es un día normal para ella: “Me levanto todos los días a las 7 y media o 8 de la mañana, ayudo en lo que puedo al personal que tengo aquí para que no quede mucho para la tarde. Antes me ayudaban por la tarde, pero ahora no y el trabajo que se queda pendiente lo hacemos ya al día siguiente. Nosotros aquí en el hostal tan solo ofrecemos alojamiento y siempre ha sido así… Ahora me ayuda mi hijo Ramón y el recepcionista”.

Muchos son los años que esta incansable empresaria lleva al frente de su negocio, dedicándole prácticamente toda su vida, día a día, minuto a minuto, segundo a segundo, pero lo que sí tiene claro Magdalena es que de todo ese tiempo no duda en quedarse con “el contacto con la gente, eso siempre me ha gustado mucho, las cosas como son, me he encargado siempre de que a los huéspedes siempre estuviera bien atendida y estar pendiente por si les falta algo. Gracias a Dios no me han dado nunca muchos problemas”. 

La empresaria reconoce que su trabajo le ha aportado muchas satisfacciones: “La verdad es que con que los huéspedes estén bien atendidos con eso estoy pagada, aunque trabajo tiene bastante porque cuando aquí se termina la jornada laboral se termina todo. Antes cuando tenía menos años lo hacía todo en el momento si había algo pendiente por terminar, pero ahora ya se queda para mañana porque ya con mis años ya no puedo”. Toda una vida dedicada a uno de los establecimientos más conocidos de nuestra ciudad donde Magdalena descubrió su verdadera vocación, el contacto con los huéspedes haciendo que se encontraran como en familia: “No me ha costado nunca nada mi trabajo, me ha gustado siempre bregar con los huéspedes, con el personal… no me quejo mucho, ni tampoco regaño, ellos cumplen con su trabajo”.

 

 

Un balance de su vida, con el trabajo como protagonista

Para Magdalena de la Linde el trabajo y su familia siempre han sido los principales motores de su vida. Una vida repleta del cariño de sus hijos y de la admiración de todos aquellos, que han sido muchos, los que se han hospedado en el conocido Hostal Colón y Hotel Vergara. Esta empresaria, haciendo un repaso a toda su vida, hace un sencillo balance de la misma: “He trabajado toda mi vida desde que terminé de estudiar, me costó mucho, ya que de pasar a estar muy bien en mi casa a pasar a tener un negocio en el que había que pagar, pagar y pagar… mi obsesión como empresaria siempre ha sido pagar. Cuando terminé de pagar me quedé más tranquila porque cuando hay trampas de por medio me descompongo…”.

El trabajo y las atenciones hacia los demás siempre han sido las mayores preocupaciones de Magdalena, quien ha dejado un poco a un lado su persona para dar lo mejor a todos aquellos que tanto en lo familiar como en lo laboral han pasado o formado parte de su vida: “He vivido por y para los demás… no he tenido ni viajes… aunque recuerdo una vez que fui a Fátima, pero mi marido se puso malo allí y tuvieron que recogernos… pero viajes de satisfacción pocos… a Granada iba algunas veces, pero con los años cada vez menos porque también tengo menos movilidad…”.

Magdalena no ve la hora de ‘jubilarse’ de parar y descansar tras una intensa vida de cara al público: “Yo dejo que los demás hagan su trabajo, pero si yo puedo intento siempre ayudar. Cuando tenga problemas de las piernas, la cabeza… entonces dejaré de trabajar. Dios quiera que me pueda mover porque me gusta moverme mucho… yo dan las 8 de la mañana y me levanto… Mi espíritu es de trabajar y ayudar. Yo soy Linde y los Linde trabajamos mucho…”.   

La trabajadora empresaria considera que ella necesita poco para vivir en el día a día: “Económicamente no necesito mucho para mí, ahora como poco, menos que antes como muchas personas mayores, salgo a la calle y me compro mis menú aquí enfrente donde me atienden muy bien y así me apaño bien todos los días”.  El trabajo no le ha permitido a Magdalena hacer muchas cosas tales como viajar porque se considera una persona que le gusta llevar una vida tranquila: “Lo primero es que no me gustaría tener problemas con los pies. Yo podía haber hecho viajes como han hecho mis hermanos, pero nunca he podido, aunque me hubiera gustado hacer alguno en mis tiempos cuando era más joven. Con mis hijos he viajado algunas veces a Granada, Madrid… pero han sido viajes de ida y vuelta… Aunque también he de decir que el motivo quizá sea porque no me ha gustado mucho viajar, ya que siempre me ha gustado más trabajar que viajar… me gusta la vida tranquila como cuando llegan las cuatro de la tarde y me pueda sentar a ver mi tele yo sola, eso si me encanta”.

Sin duda, para Magdalena la edad no parece ser una barrera para continuar trabajando. Aunque según declara no tiene muchas aficiones, Magdalena solo le pide a la vida: “Tener salud, que me de Dios salud para poderme mover que no me deje imposibilitada, eso es lo que no quiero… No quiero que me lleven y me traigan…  A pesar de una caída que tuve una vez donde me rompí un brazo, con el que tengo ahora menos movilidad, no he tenido más problemas… Quiero mantener esta actividad que tengo a diario y cuando Dios me quiera recoger que me recoja…”.

Un merecido reconocimiento con un Efebo a su trayectoria profesional

El viernes 28 de Febrero, Día de Andalucía, se llevó a cabo la entrega de los “Efebos de Antequera” un reconocimiento a la labor de personas y entidades relacionadas con la ciudad, distribuidos en diferentes categorías. Pues en la de ‘Trayectoria Profesional’, Magdalena recibió esta importante distinción con mucha alegría y orgullo: “Qué vergüenza pasé, menos mal que habló mi hija… No me lo merezco, aunque sé que llevo muchos años aquí sacrificada, no he hecho un trabajo como para que me den a mí un Efebo… Lo único que he hecho es ayudar en lo que he podido a mis hijos y a hacer que los huéspedes que han pasado por el hostal estuvieran atendidos lo mejor posible”.

Sobre cómo recibió esta importante noticia, Magdalena nos dice: “Recuerdo que estaba como siempre en el hostal y me llamó un señor y me dijo que me iba a hablar el alcalde porque me iban a dar un Efebo en el Día de Andalucía…Yo no me lo creía y pregunté por qué y me dijeron que era por los años que llevaba en mi trabajo”.  Volviendo a la entrega de premios, Magdalena de la Linde nos relata su experiencia y lo que sintió encima del escenario del Teatro Torcal cuando recogió el galardón por parte del alcalde de Antequera, Manuel Barón y del teniente de alcalde de Hacienda, Antonio García Acedo: “Sentí muchos nervios. Estaba con mi hija Cristina, la más chica, y yo le decía: ‘Yo no hablo, yo no hablo… tú hablas’… Lo llevábamos escrito… le dije que lo hiciera corto, que no se hiciera muy largo… No quise subir por la escalera vaya que me cayera, llevaba el bastón para apoyarme…  No me acuerdo de mucho de lo que dijo porque estaba muy nerviosa, aunque sé que habló de la tienda, y de que tenía muy buenos jamones y quesos… la gente aplaudió mucho… vaya manera de hacer propaganda de ‘La Castellana’ (ríe)…” 

“Mencioné a mi suegro, Francisco Gómez Sanz,  que era de Soria, aunque se vino para acá y estuvo primero en Málaga. Al tiempo se vino a Antequera y puso en 1922 una tienda de ultramarinos que le puso de nombre ‘La Castellana’ porque él era de Castilla… ellos vivieron también en la calle Carreteros y la tienda hacía esquina con la calle Estepa”, añade una emocionada Magdalena de la Linde.

La empresaria antequerana ha recibido con ilusión y agrado este reconocimiento tan importante para ella: “Me gusta, estoy muy contenta con el premio, aunque exhibirme ante el público no me gusta mucho, pero recibirlo me ha entusiasmado mucho”. Al igual que lo hacen los actores, actrices, directores de cine… una ilusionada Magdalena ha colocado la estatuilla del Efebo en un lugar privilegiado de su hostal para todo aquel que pase por allí pueda verlo: “Lo tengo abajo en una vitrina, junto a recepción. Es extraño porque mi nombre lo pone por detrás y no por delante, el que quiera verlo tengo que cogerlo y darle la vuelta  para que lo lean (bromea)… Para mí el Efebo tiene un valor muy importante y el haber llegado a 90 años y recibirlo es todo un orgullo y satisfacción para mí. Aunque vuelvo a insistir que no me lo merezco yo solo lo que he hecho es trabajar. De noche y de día estoy siempre  pendiente del público, del personal, de que las camas estén hechas…”.

Los deseos de Magdalena y la pasión por su familia y su ciudad 

Dice la definición, que deseo es la consecuencia final de la emoción inducida en origen por la variación del medio. La cadena de causa y efecto que produce es el de la emoción y el sentimiento. A cada deseo le precede un sentimiento y el suyo ha sido, es y seguirá siendo el ayudar a los demás a través de su trabajo. Magdalena tan solo pide: “Que pueda seguir aquí mientras pueda y cuando no pueda, que alguien pueda hacerlo para poder terminar mis días aquí, ésta es mi vida”. La insigne empresaria antequerana siente pasión por su ciudad, ejercer de buena anfitriona y por hacer que todo el que visita su negocio esté lo mejor atendido posible. Sus cinco hijos se sienten muy orgullosos de ella al igual que los 8 nietos y 4 bisnietos que tiene que son su mayor tesoro. Sin duda, la antequerana Magdalena de la Linde Pérez es todo un ejemplo de superación, de hacer posible lo imposible, una mujer luchadora a la que la vida no le ha regalado nada y que a sus 90 años, cumplidos en un mes de febrero de 2020 que no olvidará nunca, continúa al pie del cañón siguiendo el lema de su añorado marido: “Al turista siempre hay que darle la mejor de las sonrisas”.

 
 
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