Aprovecho estas líneas para hablar de la mini serie que se ha estrenado en una plataforma televisiva recientemente y que lleva por título el nombre del propio artículo que escribo. Al igual que hace pocos días lanzaba un mensaje de repulsa hacia la desvirtuación que se está haciendo de lo privado y lo público y la ausencia de valores en programas televisivos, en esta ocasión quiero expresar mi más profundo elogio a los creadores de esta serie.
Es una serie que me ha tocado como profesional, pero especialmente como madre. El puro reflejo de lo que estamos atravesando en una sociedad que ha derivado en dejar indefensos a los más pequeños ante un mundo virtual que no saben gestionar. Hemos conocido hace poco cómo dos menores han asesinado a una trabajadora de un centro de internamiento, y noticias parecidas se suceden desde hace tiempo. Somos testigos de actos criminales de niños tan pequeños que no llegamos a creer del todo que hayan cometido tales barbaridades.
¿Cuál es nuestra responsabilidad como padres y como educadores de esta parte de la población? El primer paso es alarmarnos ante lo que sucede, y después no acomodarnos en la tranquilidad de que el mío o la mía no lo hará. Sin embargo pasan muchísimas horas frente a las pantallas y no se revisan los contenidos ni las redes sociales, y lo más importante, no se habla clara y directamente con ellos. A veces nos da miedo escucharlos, y otras veces ni nos lo planteamos pero saber lo que les preocupa y ayudarles a encontrar soluciones y respuestas a sus inquietudes es nuestra obligación.
Ayudarlos a que ellos expresen sus frustraciones y miedos de forma adecuada, pasa por estar alertas y disponibles pero sobre todo por establecer un canal de comunicación que es preventivo al cien por cien. Mejor esto que arrepentirse por no haberlo hecho mejor.