miércoles 26 junio 2024
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Albert Camus

Siempre Camus. Siempre Albert Camus. Desde hace mucho fue uno de mis pensadores-escritores preferidos. Nada más llegar a Francia en 1966, leí en versión original francesa “La peste”, obra publicada en 1947 y, sobre todo, “L’étranger”, libro publicado en 1942 que acabó convirtiéndose en uno de mis “libros de cabecera”, libro que he regalado en sus versiones francesa y española a quien he apreciado y me ha pedido recomendación de un buen libro de un autor francés moderno. ¿Por qué escogía siempre a este autor? Porque, como dejé escrito en mi libro “De ensueños y vaivenes”, atribuí a Camus unos vaivenes que nos ayudaron a recordar su servicio a la verdad y a la libertad…

Albert Camus era un gran escritor y, para mí y otros muchos, una gran persona. Fue considerado como representante del Existencialismo Agnóstico, mientras que Sartre, “presumía” de ser el representante del Existencialismo Marxista. Camus recibió el galardón NOBEL en 1957, unos años antes que Sartre (premio al que renunció Sartre), algunas de cuyas obras leí también en versión original francesa y no recomendé a ningún amigo (Les mots, La nausée, Á Huis-clos, par exemple). No capté cariño alguno de Sartre hacia Camus.

La lectura de la página 24 del suplemento Alfa&Omega del 2 al 8 de mayo me ha revelado otras facetas de Albert Camus. Acaba de salir un libro de Javier Marrodán –sacerdote y periodista, como firma sus artículos– sobre Camus, de título “Albert Camus la nostalgia de Dios”, publicado por editorial Rialp. Este libro es de lectura obligada para todos los admiradores de Camus, que han visto un cierto acercamiento de su Existencialismo a nuestro Dios. La página de Alfa&Omega que cito, escrita por Marrodán se titula “Albert Camus. Profeta en el desierto”, Comienza con la afirmación de Sartre de que la obra de Camus “La caída” es, quizá, el más bello y el menos comprendido de los libros de Albert Camus. Me dije: Hay que leer ese libro. Veremos si Sartre –al cual conocí personalmente en 1968–nos revela algo nuevo sobre Camus –con el que no tuve ocasión de hablar…–.
Conocí a Sartre cuando él presumía de ateo y ya había terminado o estaba terminando sus amoríos con Simone de Beauvoir. De hecho, el título de mi libro “De ensueños y vaivenes”, quedó acortado; suprimí “Del alma”, por respeto a Sartre, a quien no le gustaba que alguien empleara ese término alma, aunque él sí lo usaba en su vida y en sus obras… (He empleado a propósito la palabra amoríos; amor, es para mí, algo mucho más serio).

Volvamos, pues, a Javier Marrodán y acabemos con sus juicios sobre Camus, quien en su producción literaria buscaba de forma indesmayable la felicidad a través de sus personajes, el deseo de un amor ilimitado, la tristeza por las propias incoherencias o el impulso magnánimo que los anima a sobreponerse así mismos. Marrodán ve en todos estos gestos el improvisado testamento teológico de Camus, su modo de clamar en el desierto.
De esta forma volvemos a recordar –sin haberlo leído aún– “La Caída”, ese extenso monólogo que arranca en el México-City, sórdido bar marinero, próximo al puerto de Amsterdam donde Jean Baptiste Clamance cuenta su vida. Quiero comprobar con mi propia lectura de este libro que toda la existencia de Clamance ha sido, en el fondo una búsqueda del amor, y una búsqueda de alguien que se acueste en el suelo por nosotros, como el caso de aquel hombre que tenía un amigo en la cárcel y todas las noches se acostaba en el suelo para solidarizarse con él…

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