Las redes sirven para acercar y también para distorsionar. No es una decisión arbitraria ni antojadiza, si hubiese una sola posibilidad de quedarse, los Capuchinos no se marcharían. Quienes piensen que los Capuchinos se van tranquilos es que no los conocen; nadie abandona su casa si no es por motivos muy fuertes. Hay llanto en esa casa, llanto, que no se ve, disfrazado de sonrisa, pena profunda por dejar siglos atrás de una impronta humilde, fiel, profunda, sin dudar un solo momento de la presencia de Dios en sus corazones, vida, casa, y en las oraciones sentidas que alivian y engrandecen a todos los que se acercan a ellos.
Capuchinos es fe, oración y servicio, lejos de la comodidad o del “que salgan las cuentas”, éstas nunca han salido. Capuchinos es el convento de puertas abiertas, del acompañamiento a enfermos. A través de la sencillez, consigue rebajar la soberbia del que se haya más encumbrado por la fortuna o se cree el más principal. En cualquier rincón de esa casa, se respira ternura y paz. Siento no haber estado más cerca de ellos.
Y los siete mártires continuarán regando nuestra fe, pobre y dudosa, y velando por la ciudad de Antequera , donde les tocó grabar su nombre, en plena juventud con letras de sangre. Están felices llenando de amor el universo. Se van con sus frailes y se quedan aquí, un acto de amor tan inmenso, no solo se circunscribe al lugar donde entregaron sus vidas, siguen y seguirán, siendo el alimento espiritual de cuantos conocen esta excepcional Orden.
Antequera se entristecerá cada día, al atardecer, cuando esas campanas dejen de tañer y las puertas se cierren, definitivamente, a tantos, tantísimos, desdichados que acuden a recibir el aliento y la limosna de sus moradores. Sigue abierta la veda. No es el primer convento que cierra sus puertas. Ojalá no les sigan nadie más. Tal vez la Iglesia necesite una renovación y estemos perdiendo un tiempo precioso.
