Mientras la música inunden las calles aunque sean de sueños dibujados en pentagramas sin líneas divisorias, mientras los clarinetes y las flautas dulces anuncian el solsticio de verano, durante el largo paseo de los violines por las calles empedradas del mundo en unas interminables escalas, alguien tuvo una percepción y fue Maurice Fleuret el que pensó “saquemos todos los músicos a la calle”. Y esta idea llegó para quedarse y celebrar el solsticio de verano.
Todo comenzó el 21 de junio de 1982 y continuó años sucesivos. En la antigüedad del mundo, esto era una fiesta pagana que iluminaba la vida de los pueblos, una fiesta llena de sonido que se alegraba de que el sol calentara de nuevo e iluminara la vida de las gentes. Así que, ¿por qué no intentarlo de nuevo? Espacios de todo tipo inundados de artistas amateur y profesionales llenaron plazas, calles, parques, salas de conciertos, estaciones de tren, y todo tipo de localizaciones.
Como todo lo alado, este concepto voló fuera de Francia y se extendió por Europa. Celebración de la diversidad de la música: jazz, hip-hop, rock y la danza se unió al concepto de gratuidad y sonidos escuchados y esparcidos por trompetas en distintos idiomas y diferentes culturas. Un día a favor de la música, un día de celebración en el que los sentados al banquete saborean música de todo tipo.
Diez años después de los primeros eventos del Día de la Música en Atenas, socios de Bélgica, República Checa, Francia, Alemania, Hungría, Italia y España, firmaron una carta de principios común del “Día Europeo de la Música” (Budapest en 1995) estableciendo las bases de la Internacional Asociación sin ánimo de lucro del Día Europeo de la Música.
Artistas que intercambian sus conocimientos. Promover, desarrollar, producir su propia música a la vez de compartirla con las gentes con un público que aprende, goza y comunica sus experiencias. La música celebra sus sonidos un día al año. Disfrutemos de sus sones.
