Cumplir cien años es algo, que no todas las personas puedan conseguir, no es tarea fácil, aunque, como sabemos, la media de edad esté creciendo y cada día por fortuna los humanos estemos consiguiendo vivir un poco más y con mejor calidad de vida. Purificación Martín Fernández, es la persona que les traigo a este comentario, sí lo ha conseguido ya. Me alegro mucho por ella, me alegro por toda su familia que así lo pudimos disfrutar, me alegro también porque, ella, es mi Madre, es por ello que conozco, parte de su historia.
Nació un 16 de diciembre de 1921. Difíciles tiempos para una persona que crecía en el hogar de un jornalero, en un muy pequeño pueblo, al Norte de la Axarquia malagueña, Alfarnate. Complicados y convulsos años en los que le tocó vivir su niñez, ¿escuela…? los niños por aquellos años, pasaban de las faldas de sus madres a ser prácticamente adultos, sin más tiempo para otros menesteres, más propios de su edad.
Muy joven, conoció al amor de su vida, aunque ya nos lo recuerda la historia, en la década de los años 1930 se vivieron tiempos muy difíciles. Y en la de 1940… Pero el amor, puede con todo, la ilusión por crear un hogar genera y produce fuerzas y recursos, en las más inverosímiles situaciones. Terminada la contienda nacional, decide unir su vida a José Rodríguez Moreno. Fruto del amor y el deseo de establecer toda una familia, nacieron, nueve hijos. Uno de ellos murió a escasos meses de su llegada a este mundo. Él, mi padre, también fallece en el último día de 1986, que el descanso, la paz y la gloria eterna esté con ellos. Pero la abuela, la bisabuela, con su fuerza, su vitalidad, impregnadas siempre de una gran humildad, ella, siempre ha estado ahí. Pendiente de sus hijos, de los nietos, de los bisnietos, de toda la familia, sin interferir nunca en las vidas de ellos, pero siempre aportando, siempre aconsejando, siempre dando todo lo que a sus manos le ha llegado.
Ella, que jamás le pareció suficiente lo que nos daba, nunca ha llegado a tener en cuenta, que nos dio lo más importante, nos dio: ¡la vida! Y no eran tiempos fáciles para un matrimonio teniendo que alimentar a ocho hijos, trabajó muy duro en condiciones muy precarias, con embarazos, niños muy pequeños… pero a sus hijos nunca les faltó el alimento, ni una ropa de abrigo, limpia, para ponerse. Aún me llegan sus sempiternas palabras: Hijo, “pobres, pero muy limpios”.
Montar en una tarta 100 velas, conseguir encenderlas todas, antes de que no salten las alarmas contra incendios del local elegido para la ocasión, no es tarea fácil. Tampoco, repito, ha sido tarea fácil, ver crecer, a los ocho hijos, 19 nietos, doce biznietos, junto a todas las personas, miembros ya también incluidos en la familia que han hecho posible el crecimiento de la misma hasta un número cercano al medio centenar, por lo que lograr el encendido, soplado y apagado, sin quemar la tarta fue todo un trabajo de equipo.
Nunca sabemos lo que la vida nos tiene deparado, el que será de nuestros seres queridos, mañana, el mes que viene, ni donde estaremos los próximos cumpleaños de nuestras personas queridas. Sólo se puede vivir el aquí y ahora, ella, la “Abuela”, goza aún de una movilidad total, camina a diario su paseo, y, aunque en la memoria, si le estén pasando ya factura los años, nunca ha olvidado y repite muy a menudo el nombre de su esposo, el amor de su vida, y siempre la misma pregunta, ¿Por qué te lo llevaste tan pronto Señor?, y yo, (me sigue diciendo) ¿Cuándo me voy a morir, que hago yo aquí, ya…?
No lo sabemos. La vida continúa, nos quedan vuestras enseñanzas, le repito. El respeto, la tolerancia, vuestro ejemplo, vuestra dedicación y entrega a toda la familia. Vivir y dejar vivir. Resumido todo ello en otras palabras, esta vez de mi padre, también relacionadas con la “limpieza” y que nunca las olvido. ¡Cada cual limpie su arroyo, que a mí el mío, me cuesta mucho trabajo!