viernes 3 mayo 2024
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Cuarto de Cuaresma: Un retrato del camino que hemos de recorrer

En el Evangelio de este cuarto domingo de Cuaresma, el del ciego de nacimiento, tenemos un retrato del camino que hemos de recorrer los que seguimos a Jesús.          De entrada, los discípulos ven al ciego y buscan una explicación: “Maestro ¿quién pecó este o sus padres, para que naciera ciego”. 

A esta pregunta Jesús afirma que ese mal no es fruto del pecado –“ni pecó él ni sus padres”–, sino que es un lugar donde se puede manifestar la gloria de Dios.(También nosotros hemos de convertir nuestros sufrimientos en lugares que manifiesten la gloria de Dios. Jesús es la luz del mundo y quiere que su claridad alcance hasta nuestras más profundas obscuridades).

Y a continuación, Jesús cura al ciego. Pero como es un gran pedagogo y quiere que su lección no se olvide, hace barro, lo unta en los ojos del ciego y le manda que vaya a lavarse a la piscina de Siloé. Fíjense, Jesús hace dos acciones y pide al ciego otras dos: hace barro y lo unta en los ojos del ciego; y al ciego le pide obediencia en dos tiempos. En el primero, que vaya a la piscina. Y el ciego: “fue a la piscina.”(Obedecer es hoy una virtud difícil de practicar. La bandera de las libertades ha obnubilado la obediencia. Y estamos construyendo un mundo en el que, para que nadie tenga que obedecer, se está matando la paternidad, y nadie asume el deber de mandar, de corregir y reprender. Jesús subraya la obediencia sanadora). La segunda acción que Jesús le pide es que se lave en la piscina de Siloé. El ciego ha de ir y lavarse, pero no en cualquier piscina, sino en Siloé. Y añade Juan: “que significa Enviado”. Y el enviado del Padre es Jesús. 

¿Y qué ocurre? Que el ciego obedece: va, se lava y se produce el milagro. “Fue, se lavó, y volvió con vista”. Pero a quien ha recobrado la vista se le multiplican los problemas, porque los que estaban acostumbrados a verle ciego, creen que no es él; y él tiene que afirmar su identidad y decir: soy yo. Lo conocían por su falta, pero ahora, él quiere que le reconozcan por quien es: soy yo. (En el camino de Cristo somos únicos, valemos por lo que somos, no por lo que tenemos. Ante el Señor cada uno vale por sí mismo, cada uno ha de manifestar quién es y ha de realizarse como persona). Pero eso no convence a los paisanos del ciego y lo llevan ante los fariseos.

Y ante ellos, el que es capaz de manifestarse como persona, ha de dar testimonio de su fe. Y confiesa lo que Dios ha hecho con él por medio de Jesús.Ocurre entonces que, por culpa del ciego, los fariseos hablan mal de Jesús: “confiésalo, le dicen, nosotros sabemos que este hombre es un pecador”.

Y el ciego se erige en defensor de Jesús, al principio con timidez: “Si es un pecador yo no lo sé, sólo sé que yo era ciego y ahora veo”. Después con ingenio y humor: “Ya os he dicho cómo me ha curado, ¿para qué lo queréis oír otra vez? ¿acaso queréis haceros discípulos suyos?”Y por último con dolor, porque lo acusan y expulsan: “Empecatado naciste –le gritan– y lo expulsaron”. Mas al que es capaz de dar testimonio de Jesús, Jesús le sale al encuentro.

“Oyó Jesús que lo habían expulsado, y se acerca al ciego y le pregunta: ¿Crees en el Hijo del Hombre?”.Y el ciego responde con otra pregunta: “¿Quién es, para que crea en él?” Y Jesús le dice: “lo estás viendo, el que te está hablando”. Y el ciego, entonces, une la voz que conocía a la persona que le ha iluminado los ojos, y hace la más bella profesión de fe: “Creo, Señor, dijo y se postró ante él.”Este evangelio describe que si seguimos a Jesús como personas, dando testimonio de él y soportando con paciencia las cruces que nos vengan, lo encontraremos y saborearemos la felicidad que sólo da el Hijo de Dios a cuantos creen en él. 

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