Quizá sin darnos cuenta nos vamos acostumbrando a un cristianismo cómodo, de tradiciones y de un mínimo de compromiso en donde todos deseamos ser aplaudidos. Pero la realidad es que hoy nos presenta Jesús en el Evangelio el rechazo de sus mismos paisanos al hablar en la sinagoga de Nazaret. Recordemos que Nazaret era una aldea pequeña, perdida entre las colinas de la Baja Galilea. Todos conocen allí a Jesús: lo han visto jugar y trabajar entre ellos.
La humilde sinagoga del pueblo está llena de familiares y vecinos. Allí están sus amigos de la infancia. Cuando Jesús se presenta ante ellos como “enviado” por Dios a los pobres y oprimidos, quedan sorprendidos. Su mensaje les agrada, pero no les basta. Piden que haga entre ellos las curaciones que, según se dice, ha realizado en Cafarnaúm. No quieren un profeta de Dios, sino una especie de mago o curandero que dé prestigio a su pequeña aldea.
Jesús no parece sorprenderse. Les recuerda un dicho que quedará grabado en el recuerdo de sus seguidores: “Os aseguro que ningún profeta es bien acogido en su pueblo”. Según Lucas, la incredulidad y el rechazo de los vecinos de Nazaret van creciendo. Al final “furiosos”, lo echan “fuera del pueblo”. El refrán de Jesús encierra una gran verdad. El profeta nos enfrenta a la verdad de Dios, pone al descubierto nuestras mentiras y cobardías y nos llama a un cambio de vida. No es fácil escuchar su mensaje. Resulta más cómodo echarlo fuera y olvidarnos de él.
Pronto pudo ver Jesús lo que podía esperar de su propio pueblo. Los evangelistas no nos han ocultado la resistencia, el escándalo y la contradicción que encontró, incluso en los ambientes más cercanos. Su actitud libre y liberadora resultaba demasiado molesta. Su comportamiento ponía en peligro demasiados intereses. Los creyentes no lo deberíamos olvidar. No se puede pretender seguir fielmente a Jesús y no provocar, de alguna manera, la reacción, la crítica y hasta el rechazo de quienes, por diversos motivos, no pueden estar de acuerdo con un planteamiento evangélico de la vida.
Desgraciadamente hoy sucede que tantas veces a la persona humana no le gusta que otro venga a decirle qué es lo bueno, lo que hay que hacer (y menos que lo haga en nombre de Dios…). Y menos aún le gusta que otro venga a decirle que en su vida hay cosas que no andan bien, que deberían cambiar.
Los cristianos ante este mundo secularista corremos el riesgo de hablar y hablar cosas bonitas de Jesús, pero olvidamos su dimensión de profeta que nos lleva a denunciar las injusticias, mentiras, corrupciones y a anunciar el Amor como camino de la conversión. Pensemos a Jesús, “Profeta de Dios”, le dejamos penetrar en nuestra vida cuando acogemos su palabra, nos dejamos transformar por su verdad y seguimos su estilo de vida.
Ésta es la decisión más importante de los seguidores de Jesús: o acogernos a su verdad o la rechazamos. Esta decisión, oculta a los ojos de los demás y solo conocida por Dios, es la que decide el sentido de mi vida y el acierto o desacierto de mi paso por el mundo.
Finalmente hemos de reflexionar como Jesús rechazado en su propio pueblo de Nazaret nos va mostrando el camino de rechazo y persecución que vamos a tener todos los seguidores de Jesús. Y es que Dios no se ajusta a nuestros esquemas y discriminaciones. Todos son sus hijos, los que viven en la Iglesia y los que la han dejado. Dios no abandona a nadie.