viernes 19 abril 2024
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Domingo 4 de septiembre, XXIII del Tiempo Ordinario, ciclo C

Acabamos de iniciar el mes de septiembre, días en los que paulatinamente vamos dejando el verano atrás para retomar la vida cotidiana, esa que extraoficialmente supone la vuelta de la actividad escolar. Es un verdadero inicio del curso que se nos presenta en estos días.

Acabamos de iniciar el mes de septiembre, días en los que paulatinamente vamos dejando el verano atrás para retomar la vida cotidiana, esa que extraoficialmente supone la vuelta de la actividad escolar. Es un verdadero inicio del curso que se nos presenta en estos días.Es momento no solo del volver a la rutina cotidiana, sino que debe ser la oportunidad de proyectos renovados, de ver como se puede ir afrontando la realidad que se nos presenta cada día. Hay quien lo vive con desidia. O quien inundado del síndrome postvacacional, añora el descanso pasado.

Pero no es lo que nos toca a nosotros, a los seguidores de Jesucristo. Si nuestro Dios cada día todo lo hace nuevo, también nosotros estamos llamados a vivir con esperanza, a llenar de amor la vida que nos toca vivir. Pero realmente, ¿hay alguna manera concreta de vivir eso en las claves del evangelio? Pues a esa respuesta parece que está en los primeros versículos del evangelio de este domingo: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a los suyos, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío» (Lc 14, 26). No es fácil seguir el camino de Jesús. En  nuestra sociedad parecen incluso escandalosas estas palabras del Maestro. Jesús no propone, ni por asomo, el desprecio a la familia. Pero deja muy claro que seguirle a él exigirá siempre un auténtico sacrificio que pasa por la cruz.

Ser discípulo del Nazareno no significa sólo aprender una doctrina. Implica vivir como él y estar dispuestos a morir con él. La fe en Cristo Jesús no es un aprendizaje teórico. Nace de un encuentro personal con Él que transforma toda nuestra vida.

 

En palabras de san Pablo, «ya no soy yo, es Cristo quien vive en mi» (Gál 2,20).Así de claro y así de fuerte. No hay lugar para las tonterías. Porque seguir al Señor no es participar de una marcha triunfal sino entrar en su  gran obra de misericordia, de perdón, de amor. Y todos ellos pasan a través de su cruz, el único camino para la gloria. Y ahí es donde nace nuestra fortaleza, en esa debilidad.En las dos parábolas que cierran el texto no lo recuerda.

Tanto el rey ante la guerra como quien quería construir su casa nueva, necesita antes sentarse a «hacer cálculos», sabiendo que lo que podemos poner en juego es algo limitado. Verlo o hacerlo de otra manera es caer en la imprudencia de creernos que todo está en nuestras manos y que somos capaces de cualquier cosa.Y sin embargo vemos que esto no es así, que aunque muchos hermanos nos digan lo contrario, no lo podemos todo, sino que por el contrario si somos capaces de vivir como criaturas, y que muchas cosas no dependen sólo de nuestras fuerzas, sino de aquel que va gobernando nuestra vida. Aunque la verdad que el seguimiento del Maestro no es fácil. Como nos dice la su vida, la cruz es exigente, incluso hasta entregar la vida.

Y esas exigencias nos dan miedo. Por eso intentamos vivirlo a nuestra manera. En lugar de tomar tu cruz Señor, ponemos mucho cuidado en rechazarla en su invitación de tomarla cada día. En la práctica, me cuesta aceptar  el misterio de tu pasión y de tu muerte. Pero, a pesar de todo, yo estoy convencido de que es imposible rehuir siempre y la sombra de la cruz. En alguna curva del camino de nuestra vida nos espera el sufrimiento. Cuando llegue el momento nos olvidemos de poner nuestra vida en manos de aquel que pasó primero por ahí, y que con su muerte y su resurrección espera llenar nuestra vida de consuelo. Feliz y santo fin de semana. Qué Dios os bendiga.

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