jueves 28 marzo 2024
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El viaducto de Cenarbe

Cenarbe es un pueblo abandonado en el pre-pirineo oscense. La primera visita que hice a este pueblo fue a finales de los 60 del siglo pasado, y me dejó marcado. Ya abandonado, me adentré en una de sus casas y encontré encima de una mesa de cocina/comedor, varios platos servidos de un cocido que –por lo que fuere– no habían sido consumidos. Pensé inmediatamente en la tristeza de esta familia que había sido obligada a dejar su casa; un ruido me hizo abandonar mis pensamientos: apareció la cabeza de una vaca que merodeaba por allí.

Años más tarde –hacia los 80– supe que todas las casas fueron dinamitadas para evitar que el ganado suelto por aquellos montes penetrara en las edificaciones aún de pie. No obstante, siempre que iba por aquellos parajes, me aventuraba por sus vericuetos. Pues bien, el mismo día que los medios daban la noticia del fallecimiento del presidente de Francia Georges Pompidou, en 1974, viajaba yo a Jaca para dar una conferencia en una reunión científica organizada por el CSIC… y con la idea de acercarme a Cenarbe; no pude llegar al pueblo por la nieve acumulada en el tramo final del camino en aquella complicada vía de tierra. Quería saber qué había sido de aquella comida dejada, ¿por olvido? ¿por prisas?, en aquella casa abandonada años antes. Ilusiones de un iluso como yo.

En cada uno de mis frecuentes viajes al pirineo oscense no dejo de andar por aquel camino de tierra que lleva desde Villanúa hasta Cenarbe. Siempre me detengo en el viaducto, construido en los primeros años del siglo pasado para facilitar el paso del ferrocarril de Zaragoza a Canfranc y Francia: la belleza de su prestancia en ese punto perdido me sobrecoge, y la abundancia de la seta tricholoma terreum (negrilla, como la llaman por aquí) bien entrado el otoño, compensan mis recuerdos hacia la desconocida familia que “dejó” aquella inacabada comida encima de la mesa.

Desde hace unos años no pueden entrar los coches en el último tramo del camino de Cenarbe; la valla metálica a unos cien metros del viaducto lo impide. No importa; el paseo a pie hasta lo que queda del pueblecito abandonado es lo suficientemente atractivo para hacer unos kilómetros más desde el viaducto. Hay a la derecha prados por explorar y setas que buscar.

Debajo del viaducto, donde el verdor se instala, hay que ser pacientes, y esperar a las buenas condiciones de temperatura y humedad; surgen en otoño las negrillas, y aparecen por otros lugares las Lepistas (nuda y personata). ¿Y en primavera? Habrá que explorar las Marasmus. Prometido. Todo esto, sin abandonar la belleza del viaducto y hacer tiempo para ver pasar por encima algún “canfranero” (tren de dos vagones que hace el trayecto Zaragoza-Canfranc).

En la vertiente izquierda del camino a Cenarbe será preciso estar atento a la aparición del Lactarius deliciosus (níscalo)en el avanzado otoño. Mientras tanto hay que ser pacientes, y andar por el camino, visitando la pequeña ermita de San Juan de Izuel. He visto los muros de su interior, cubiertos -al parecer- de pinturas recientes, sin valor histórico, y no he asistido aún a la conmemoración de la fiesta de San Juan con una romería en la que participan romeros de Villanúa, Castiello de Jaca y algún “soñador” del viejo Cenarbe.

Dejemos, pues, para un futuro próximo ¿quizá este próximo 24 de junio?, una nueva subida al imponente y silencioso viaducto de Cenarbe, de 28 arcos, de paso a la pequeña ermita de San Juan, acompañando a los romeros de esos pueblos.

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