Debido a que nunca había oído en directo una exaltación de la Semana Santa tan poética, piadosa y cargada de sentimiento religioso como la ofrecida por el pintor Antonio Montiel días pasados, siempre me han parecido estos tipos de pregones un poco exagerados, donde los límites entre la riqueza patrimonial y ornamental de las imágenes y sus rostros fervorosos y enfervorizados por el dolor de la pasión me resultaban demasiados juntos, iban de la mano, y casi siempre la puesta en escena muy por delante del misterio que encierra para nosotros, los católicos, la vida y resurrección de Cristo. Debo admitir que durante todo el tiempo de la exposición sentir el disfrute, el gozo de una catequesis preparada con acierto y mimo, cargada de mensaje y simbolismo donde estaba toda Antequera representada y arropada. No pensé recibir tanto, ni hubo necesidad de mirar el reloj, ni escuchar el menor bostezo, supo a poco y fue mucho lo que dijo. Debo rendirme ante la grandeza interior de este hombre que puso en pie, no sólo el Teatro Torcal, sino a esta ciudad entera que tuvo que abrirle su puerta más grande para este comienzo de los actos programados en la conmemoración de su Sexto Centenario. Difícil le ha puesto el asunto al Ayuntamiento, éste va a tener que hacer muchas filigranas y apostar por mucha gente si no quiere quedar relegado a un segundo plano. Una persona que da tanto de sí, y además bien documentada, sincronizada al segundo con las actuaciones es capaz de oscurecer mucho y a muchos.
Tengo que confesar que mi asistencia estaba motivada por la venta de entrada que los Trinitarios habían decidido con fin benéfico a los damnificados de Haití. Y este detalle tan altruista y generoso, junto al espectáculo que pudimos presenciar, colmó las expectativas de cuantos acudimos al teatro. Mi más sincera enhorabuena.
