Recuerdo de los veranos de pequeña, los momentos sin prisas, donde el tiempo se detenía y todo era relajado. Entre las mañanas y tardes que eran prácticamente iguales cada día, se colaban los periódicos que mi padre y mi hermano llevaban a casa.
En esos años, me sentaba tranquila a ver lo que acontecía en España, y muy especialmente en el apartado deportivo, era verano, y el mes de julio era sinónimo de Tour de Francia. Prensa, radio y televisión se colaban para contar las hazañas de Perico Delgado y después, de Miguel Indurain.
Pero mis lecturas veraniegas iban más allá del papel, de la prensa, del periódico. Siempre estaban lo libros.Siempre que echo la memoria atrás me recuerdo con libros por todos lados, ya fueran míos, de mis hermanos o los heredados de la familia. Los comic, me encantaban Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, Botones Sacarino, Don Mickey. Y mis inseparables, libros de Marco, en una edición a la que le di mil vueltas una y otra vez. Los libros, fueron cambiando a medida que crecía, Barco de Vapor, El Quijote, Las Leyendas de Bécquer, los poemas de Antonio Machado, las obras de teatro de Lorca y ya por fin, mi inseparable William Shakespeare. Todo fue cambiando y girando, pero siempre en el verano me han acompañado los libros.
Ahora, que el tiempo que tengo es breve y acuciante, echo muchísimo de menos las lecturas. El poder sentarme a leer, sin importante la hora, el reloj, el mañana. Por todo ello, lector, le animo a que si tiene ocasión y no lo ha hecho ya, lea. Lea en cualquier rincón, llévese el libro a cualquier parte y comparta con los que le rodean el placer de la lectura. Aquellos que a su lado, lean, como por ejemplo, sus hijos, se lo agradecerán en el futuro, como yo hoy se lo agradezco a mi familia, porque ellos pusieron los libros en mi vida.
