Titulo este artículo de esta forma tras haber caminado mucho, haber leído muchísimo sobre el “Camino de Santiago”, y haber pronunciado alguna conferencia sobre “El Camino”. Hace pocos años cayó en mis manos un libro, magníficamente editado, con texto de Yzquierdo Perrín, de título “Los Caminos a Compostela”. En él descubrí lo que ya sospechaba de mis muchas pesquisas: el Camino a Santiago que solíamos hacer los peregrinos era el francés, el popularizado por el Codex Calixtinus, atribuido durante siglos a Aimeric Picaud…
Como caminante-peregrino he hecho diversas etapas, de las que puedo destacar, Borce en Francia hasta el Somport, Saint Jean Pied de Port entre Francia y España hasta Puente la Reina, unas etapas desde Jaca, ya en España, sin olvidar los alrededores de Vezalay y Arlés en Francia, y lo que me han contado de otros tramos caminantes de otros países que he encontrado en mis diferentes etapas: mejicanos que venían desde México, colombianos, desde Colombia, estadounidenses, desde USA,ingleses y alemanes, desde sus países de origen; pude comprobar que aún hoy, los Caminos son fuente de sorpresas y un crisol en el que se funden culturas, lenguas, gastronomía y creencias religiosas de distinto orígenes.
Yo soy fiel a la etapa que abarca la subida al Cebreiro desde Piedrafita, y continúa por parajes del Alto do Poio; no he dejado de hacerla durante mis veinte años de peregrino desde aquella madrugada de principios de enero del 2004 bajo la niebla; no estaba en mi mejor momento anímico para hacer esos kilómetros de Camino organizado por mi amigo Fernando Roldán; aquel día, en los comienzos del Año Santo, franqueé con éxito aquella etapa y decidí hacerla siempre en enero: se unían en ella el misterio, la dureza y el mal tiempo. Recuerdo una noche, en soledad, arriba ya en “El Cebreiro”, cómo ayudé a la Guardia Civil a encontrar a un peregrino que subía el puerto bajo una gran nevada; otra noche, más plácida, mientras paseaba en soledad por las calles del Cebreiro, recibí una llamada desde Santander de mi amigo José María, ginecólogo, recordando nuestros días en París cuando yo traducía para él del inglés al francés, aquellas publicaciones que necesitaba para su trabajo… ¡Ah! Aquella inolvidable y dura etapa del Cebreiro-Poio, cuanto enriquecía mi espíritu…
Volviendo a aquel lejano 2004, recordaré aquel Camino francés, duro, lluvioso, y hecho con más pena que gloria, que finalizó en la Oficina de Acogida del Peregrino, en la Catedral Compostelana, tras una última etapa en la que no cesó de llover; las cámaras de TV, apostadas en la Oficina de Acogida, querían conocer el testimonio de “algún loco” que había decido hacer esa última etapa a Santiago en aquellos primeros días de enero del Año Santo; los amigos que me acompañaban en aquel Camino decidieron que fuera yo el entrevistado por la TV, por ser quien tenía aún resuello para responder. Y respondí, diciendo que habíamos tenido lo que buscábamos: SOLEDAD Y DUREZA.
No les bastó con esto a los amigos de la TV y sacaron una foto mía con el siguiente subtítulo: CIENTÍFICO EN APUROS.
Acabaré estas líneas volviendo a hablar del Camino francés. Años más tarde de aquel Camino, me aventuré a otro Camino, el de Orense que empezaban a promocionar desde “A Gudiña”. Allíviajé en tren TALGO desde Madrid, y tras muchos kilómetros a través de los montes, bien señalizados sus cortafuegos con una concha del peregrino, muy nueva, pregunté por el Camino a Santiago: la respuesta de un taxista fue clara: los de por allí enlazan con el Camino de siempre, el francés. Total, llegué a Orense, tras pasar por A GUDIÑA y XUNQUEIR D’AMBÍA, y me volví.