Esta frase se le escuchó a la presidenta del Congreso de los Diputados, no hace muchas fechas. Ojalá hubiesen pasado muchas, fechas digo, y sólo fuese un mal recuerdo, pero no, esas palabras resuenan aún en el hemiciclo, donde dicen reside la soberanía del pueblo español.
Y llevaba razón la presidenta, sus señorías piensan poco en los ciudadanos, cada vez menos, les importa un bledo los temas por los que debían estar ahí, para lo que fueron elegidos, estamos más cerca del tiempo en el que los ciudadanos tengamos que elegir otros representantes de entre nosotros mismos para que se ocupen de nuestros problemas, mientras que los electos, ciudadanos en otro tiempo, diputados hoy, pierden el tiempo en abroncarse unos a otros, cada vez con menos educación y cada vez con menos respeto.
Se perdió la palabra disciplina en el común de los mortales, porque la clase política reinante así lo ha querido, cada vez menos exigencias en la educación, cada vez menos consecuencias en los actos delictivos, cada día que pasa se suavizan más las penas que deben acompañar a las actitudes penadas por la ley, pero es que la ley la están escribiendo cada vez en letras más pequeñas, la desposeen de su espíritu de regular la convivencia de una sociedad que está perdiendo su orden a pasos agigantados.
La vivienda, ahora en boga, la sanidad, cada vez más alejada de lo que fue, y la educación, cada vez más laxa para que la inteligencia que debería ser la que evolucionase, esté cada vez más adormecida… sin espíritu crítico, España se va a la mierda. La política, enterrada ya hace años la vocación de servicio público, se ha convertido en conformar grupos de palmeros alrededor de un secretario general pintado de un color determinado, cuyo trabajo consiste en aplaudir públicamente, y cuanto más públicamente mejor al amado líder, y escupir sin rubor a lo que se pinte de diferente color que el propio. A los ciudadanos, a los ciudadanos señorías…, ya si eso les piensan otro día. ¡Gracias siempre!