Muertes, asesinatos, horror, desastre, refugiados, baterías antiaéreas, ciudades arrasadas, infanticidios, corredores humanitarios… La brutalidad humana representada por Vladimir Putin ha puesto sobre la mesa un escenario sangriento e injustificable que ha dejado en un segundo plano para el bien de los mortales la jerga de la Covid 19. Por contra, han aflorado otros escenarios que parecían olvidados en la memoria de aquellos que solo estudiaban la historia.
Nos creíamos que el lobo no iba a llegar y se nos ha echado encima. Nos espera una dura crisis que castigará, como de costumbre, a los más débiles y abrirá nuevas brechas sociales. Ha fallado la actividad diplomática porque hay que reconocer que hemos llegado demasiado tarde. A Oriente y Occidente se ha permitido la creación de una bestia llamada Putin que con el aplauso de China (el gigante asiático, la industria del mundo) se ayudan mutuamente para trasladar el eje económico al espacio asiático. Ahí es nada.
Tal vez no esperaban la reacción de Europa, pero la Europa ausente de otras veces se ha hecho presente con más fuerza que nunca. La guerra no es ahora de unos cuantos, es de todos. Las redes sociales y las TIC nos ponen al instante los horrores de la guerra que escandalizan desde los más jóvenes a los más mayores. Todos con Ucrania, pero sin Ucrania. El ataque a Mariupol es un genocidio. No se trata de incorporar Ucrania, un país, una historia; es algo mucho más atroz: hay que acabar con la historia reciente del país para recuperar un territorio sobre el que desarrollar su gobierno.
A Europa, la guerra con Ucrania le llega por el dolor y la solidaridad que se nos genera. Para Rusia, Ucrania le pertenece es su dueña y pasará por ella como una apisonadora mientras el mundo se mantendrá con gestos de solidaridad que no tienen precio. Estamos en una III Guerra Mundial de corte económico. Venezuela aplaudía a Putin y ahora, en menos de una semana, cambia totalmente el discurso viendo venir como las arcas del Estado se llenarán de dólares.
Nos queda esperar y aguantar. En pleno siglo XXI las democracias no deberían haber permitido que tiranos y autócratas como Putin irrumpan escenarios de paz sembrando el caos acabando con la población civil. No es algo nuevo, la historia de Rusia está llena de periodos de terror que algunos han querido ocultar.
