martes 23 abril 2024
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Tormentas de verano

Siempre tuve miedo a las tormentas. Quizá influido desde niño por el gran respeto que nos transmitía mi abuela a todos: nos encerraba en una habitación a oscuras y rezaba en voz alta aquello de Santa Bárbara bendita… Me daba cierta seguridad la expresión tormenta de verano, aplicada a acontecimientos pasajeros. Pero, además de esta expresión, lo cierto es que hay tormentas de verano que truenan y descargan agua y aparato eléctrico. Durante muchos años, a distancia y con miedo, trataba de evitar aquellos truenos y relámpagos. Recuerdo a mis dieciocho años, cuando decidí presentar mi candidatura para ir a un albergue universitario; busqué uno que estuviera planito, sin montañas cercanas, pensando evitar las alturas y las tormentas. Mi candidatura fue seleccionada … para el albergue con más montañas, y probablemente con más tormentas: el albergue del Pueyo. Creo que aquello me dejó sin habla, y, ¡claro!, renuncié a mi plaza. Hace pocos días, subiendo hacia Panticosa en coche por la alta montaña, vi una indicación de carretera hacia El Pueyo. A pesar del buen tiempo, pensé en aquella aventura de mi juventud, que no llegó a serlo.

Desde finales de los años 60 del siglo pasado llevo viviendo esas montañas con la prevención de siempre,con sus tormentas“en vivo y en directo”, prácticamente, sin miedo a los truenos. ¿Y eso, cómo ha sido posible? Pues, aprendiendo a ver tormentas “cara a cara” y aceptando cómo en los pueblecitos pirenaicos, muchos rodeados por altas montañas, no recuerdan los lugareños que haya caído alguna vez un rayo. Tienen además muy claro el tiempo que transcurre entre el relámpago y el trueno, para estimar la distancia a la que está descargando la tormenta, con la seguridad de que el rayo –si cae– lo hará en los picos más escarpados; y los pueblecitos están siempre construidos en el fondo del valle. No hay necesidad de pararrayos ni de rezos a Santa Bárbara para protegerse. La propia protección de la Naturaleza es más que suficiente; aunque yo sostenía siempre que Santa Bárbara no estaba de sobra…

Y debieron pasar algunos años para que me familiarizara con aquellas impresionantes tormentas pirenaicas. Al principio, me “protegía” con los rezos de mi abuela a Santa Bárbara. Después empezaba a hacer caso y a confiar en la seguridad de lo que decían aquellos rudos hombres de la montaña; más tarde, mi confianza era plena… aunque acompañada de Santa Bárbara, que no sobraba. Estos días de gran calor suelen finalizar aquí con cierzo –viento que sopla fuerte del norte– o con espectaculares tormentas de lluvia, granizo, truenos y relámpagos. He podido contemplar lo que dicen los nativos de estas tierras: los rayos han caído muy cercanos, pero en las alturas montañosas que rodean a estos valles…

No obstante, no puedo olvidar aquella primera tormenta pirenaica que viví en coche, por aquella estrecha carretera de montaña; era el año 1967 y recuerdo la gran tormenta que descargó por las tortuosas carreteras de Ayerbe. Me llevaban de Zaragoza a Villanúa, y aquello empezaba a ponerse negro y tormentoso; no me relajó ni el recuerdo del gran sabio Ramón y Cajal, amante de las aguas de estas tierras pirenaicas, y eché mano de Santa Bárbara, cuando observé un coche con matrícula de Sevilla, y no pude por menos que sonreírme esbozando hacia los sevillanos que supuestamente iban en aquel turismo un

¡No sabéis donde os habéis metido!; ¿Quién os ha mandado venir aquí?¡con lo bien que estabais en Sevilla!

Y de esta forma, en la negrura de la noche iluminada por los incesantes relámpagos, llegué a Villanúa…

El día siguiente no fue mejor; el viaje al puerto del Portalet, de día, estuvo acompañado por tormentas de montaña. Mi paso por Sallent de Gállego, bajo una intensa lluvia, acompañada de truenos y relámpagos, fue especialmente “temeroso”. Me resultaba difícil ver cómo la gente se comportaba como si nada; empecé a entenderlo: los rayos solían caer en las alturas… Y así, poco a poco me fui familiarizando con las tormentas pirenaicas; hay que hacer como la ruda gente de estas tierras: mirarlas cara a cara, observarlas en su belleza y contar cada intervalo de tiempo entre luz y trueno (sonido). En cualquier caso, Santa Bárbara nunca está de más…

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