miércoles 24 abril 2024
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Un antequerano en el Pirineo oscense

Empecé a familiarizarme con esa parte del pirineo allá por el año 1967. Y ahora me doy cuenta de haber empleado la palabra familiarizarme; ¡qué pretencioso! Un antequerano como yo, acostumbrado a esos pequeños cerros de unos centenares de metros de altitud que rodean a la ciudad de Antequera nunca podrá sentirse familiarizado con esas montañas tan altas de varios miles de metros… Por ejemplo, entre Jaca y la frontera francesa del Somport se empieza a ver Collarada, orgulloso pico de 2.885 metros de altitud, unos metros más que el Midid’ Ossau, cercano, pero ya en territorio francés, y otros picos que no llegan a tantos metros, pero que configuran un paisaje bellísimo, con y sin nieve.

Empecé, pues, a ir por allí en 1966. La primera vez viajé en tren, por despiste, desde Madrid a Zaragoza y, desde allí, en coche hasta Villanúa, pueblo situado en el valle del río Aragón entre Jaca y Canfranc. Desde aquel día con tormentas que empezaron por Ayerbe y que dejaban la respiración entrecortada, he conocido todos los valles más sonados desde Ansó al Formigal, pasando por Hecho, selva de Oza, Villanúa-Canfranc, Panticosa y Ordesa. Han pasado ya más de 50 años de mi primera visita, realizada por motivos familiares: fui a conocer algo más a Merche, con la que me casé en septiembre de 1967 y, sobre todo, a su familia, que solía pasar los meses de vacaciones en Villanúa, lejos de los fastos de otros lugares pirenaicos, como Panticosa, por ejemplo.

Este largo período da para muchos recuerdos y para no pocas anécdotas, las primeras de ellas, vividas desde Francia: siempre aprovechaba mis días de vacaciones en Francia para pasar unos días en los Pirineos, en el valle del río Aragón. Nunca esquié, pero me fui acostumbrando a aquella trucha del río Aragón, saltarina y con sus grandes deseos de vivir, ya aquellas caminatas, no demasiado elevadas, aunque siempre rodeado de altas montañas. Por ejemplo, el recorrido del Paseo de los Melancólicos, detrás de Canfranc. Mis desplazamientos en tren desde París a Pau me permitían continuar el viaje en tren desde Pau a la estación de Canfranc; así fue hasta el 27 de marzo de 1970, día en que un tren de mercancías descarriló en el lado francés, quedando inutilizado el puente de Estanguet. Las comunicaciones por tren a Canfranc y desde Canfranc, todas en el lado francés, quedaron interrumpidas desde aquella fatídica fecha. 

La dejadez administrativa españolahizo que el noble edificio de la estación de Canfranc cayera en el olvido de muchos e iniciara su agonía y muerte en aquellos ilusionantes años de la transición democrática… en los que muchos desalmados –algunos provistos de martillos– fueron desvalijando a sus anchas casi todo lo bello que había en aquella estación, empezando por la destrucción sistemática de aquel vestíbulo situado en el centro y que servía de “paso fronterizo” entre España y Francia: por él se accedía a España y desde él se pasaba a Francia. Nunca, en estos más de cincuenta años yendo y viniendo al pirineo oscense, he dejado de hacer alguna visita a la estación de Canfranc, aún con más interés y emoción desde la publicación en el 2015 del entrañable libro Volver a Canfranc, de Rosario Raro. En ese libro, su autora nos recuerda su historia, salpicada de pequeñas anécdotas humanas, la grandiosidad de esa estación y de ese túnel que atraviesa el Somport y su inauguración en 1928 por el rey Alfonso XIII, por parte española, y por el entonces presidente de la República Francesa,Gaston Doumergue.

De igual forma y con la emoción de la historia verdadera, me he desplazado en cada una de mis visitas pirenaicas al monasterio de San Juan de la Peña, uno de los grandes símbolos del románico y sitio de descanso eterno de los reyes aragoneses; sí, existió la noble corona de Aragón y no la corona catalano-aragonesa como algunos catalanes de nuevo cuño acostumbran a decir ahora… Cataluña no pasó de ser un condado…

El monasterio de San Juan de la Peña tiene un emplazamiento de ensueño y sobrecogimiento, bien relatado por Unamuno cundo escribe aquello de…la boca de un nudo de peñascos revestidos de un bosque de leyenda… En efecto, el origen de Sanjuán de la Peña es la leyenda de un joven noble cazador que a caballo perseguía aun ciervo; el ciervo acosado, acabó precipitándose por el precipicio, al tiempo que el caballo del joven se paró en el mismo borde de la gran roca y evitó el despeñamiento del joven; debajo de esa monumental roca se encuentra edificado el monasterio, construido con primor románico entre los siglos XI y XIIyque fue Panteón Real de los reyes de Aragón. Su claustro románico es impresionante.

Estas son mis dos visitas obligadas cuando me desplazo al pirineo oscense, la última de ellas hace apenas un par de semanas. Durante la misma me he encontrado con el nuevo proyecto de conversión del noble edificio de la estación de Canfranc en un hotel de lujo. Continúa imponente y dominador el edificio de la estación de 240 m de longitud, 75 puertas y 365 ventanas; han desaparecido las vías a uno y otro lado de la estación y, algo más metida hacia la montaña, se ha construido la nueva estación de Canfranc, pequeñita y funcional que, por ahora acoge únicamente los trenes procedentes de Zaragoza; creo que uno al día: el famoso “canfranero”. 

Recordemos que la estación de Canfranc se encuentra a unos 10-12 kilómetros de Jaca siguiendo la carretera de Francia, y el monasterio de San Juan de la Peña, a unos 20 kilómetros. Recomiendo ir a San Juan de la Peña, quizá por el camino más largo, tomando la carretera de Jaca a Pamplona y el desvío al monasterio que obliga a pasar por Santa Cruz de la Serós, dejando a su derecha Santa Cilia de Jaca. Santa Cruz de la Serós tiene dos iglesias románicas del siglo XI, Santa María y San Caprasio que es preciso visitar.

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