jueves 21 noviembre 2024
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Y el descuento duró solo 30 años

El pasado martes murió uno de los mejores amigos que he tenido en mi vida a la edad de 43 años. Como no he pedido permiso a la familia para escribir estas líneas, omitiré su nombre y el de los suyos, pero cualquier antequerano que esté entre los 40 y 60 años debe deducir sin problemas a quién me voy a referir.
 
Fue muy culé y futbolero aunque con el paso del tiempo venido a menos como yo, ya que con la edad, uno empieza a valorar en su justa medida lo que es importante en la vida y va tomando distancia de lo que es secundario. El mejor amigo de sus amigos, alguien quien siempre lo dio todo sin esperar nunca nada a cambio. Todo un ejemplo de superación y de lucha en contra de las adversidades y lo más difícil, siempre con la mejor sonrisa. Hay otro detalle que no quiero olvidar, posiblemente la persona más inteligente que he conocido, sus capacidades eran infinitas hasta el punto de haber podido llegar hasta donde hubiera querido.
 
Durante casi 3 décadas compartimos alegrías, penas y momentos que me llevo en el recuerdo que no sería capaz de expresar con palabras. Después, por esos avatares que nadie llega a comprender de la vida, nos fuimos distanciando poco a poco, aunque nunca en nuestros 43 cumpleaños nos faltó un mensaje o una llamada de felicitación.
 
 Para recordar su vida utilizaré un símil futbolero ya que siempre estuvo muy unido al deporte y especialmente al de esta ciudad. Cuando apenas había comenzado el partido que iba a ser su vida, el árbitro le comunicó que en el año 13 aproximadamente, tendría que abandonar el campo para siempre y retirarse, tenía una lesión grave para la que no existía tratamiento alguno. 
 
“¡Sí hombre!”, pensó él. Aguantó como un campeón los 13 años que le habían pronosticado, llegó hasta los 20 convirtiéndose en todo un hombre, después siguió peleando sin desfallecer hasta los 30 para asombro de muchos incrédulos, y luego hasta los 40 donde incluso lejos de rendirse, añadió un motivo personal más a su vida para darle sentido. Finalmente llegó el 43 y se fue como un grande, discretamente y sin alardear de todo lo conseguido, pero dejando una huella imborrable entre todos los que le rodearon.
 
De una manera que nadie entiende consiguió alargar el descuento durante 30 años y hacer que a todos se nos pareciera excesivamente corto. En este punto he de mencionar a su entrenadora, esa mujer sin la que él no podría haber conseguido aguantar hasta el final. Noches y días dedicados a su entrenamiento, preparación y constante cuidado. Sinceramente digna de habitar el Olimpo de las madres, perdón, entrenadoras… Solo me queda disculparme ante él por dos cosas aunque sé que no me las tendrá en cuenta y nunca me las habría reprochado. 
 
 La primera por no haber podido reunir el valor suficiente para haber estado presente en su sepelio, pero de sobra sé que él pensaba como yo, y que todo el circo y la parafernalia que se monta ese día no le valen para nada al tristemente protagonista. Es preferible haberle demostrado en vida lo que vayas a guardarte para decirle en ese momento. Y la segunda es la de no habernos podido tomar esas cervezas que tantas veces planeamos y al final por una u otra cosa hubo que suspender. Esa espinita me la llevo para siempre, amigo. 
 
 Como creo que todos sabéis de quien me estoy despidiendo aprovecho por último para darles un toque de atención a los políticos de esta ciudad. No se me ocurre una persona mejor con la que poder honrar con su nombre cualquiera de las instalaciones deportivas que existen en la ciudad. Esperemos que por una vez estén a la altura de las circunstancias y recojan mi guante. ¡Adiós amigo, siempre te quise y nunca te olvidaré!
RAÚL BENÍTEZ TORRES
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