Qué difícil es descubrir el sentido del sufrimiento. Yo no soy capaz de explicarlo. Ni tengo la presunción de intentar hacerlo en estas breves líneas. Es difícil entender lo que Jesús dijo: Bienaventurados los pobres… Bienaventurados los que lloran… Bienaventurados los que padecen persecución… Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y os calumnien…
Y un himno de la Liturgia de las Horas reza: “Que cuando llegue el dolor / que yo sé que llegará / que no se me enturbie el amor / ni se me nuble la paz”.
El sufrimiento no es un invento cristiano. La alternativa no es sufrir o no sufrir; llevar la cruz o no llevarla. La alternativa es llevarla con Cristo o llevarla sin Cristo.
Quizá todos recordamos aquellas ocasiones de nuestra infancia en que estando enfermos tuvimos que guardar cama. Teníamos fiebre y esa sensación de malestar general que nos dejaba agotados. Nuestra madre nos llevaba a la cama, nos arropaba y cuidaba de nosotros. Nos daba una cena ligera y unas medicinas. Y después de arroparnos bien se sentaba a nuestro lado, dispuesta a velar nuestro sueño.
Por fin llega la mañana. Nos despertamos con la sensación de que la fiebre ha remitido. Descubrimos una cara –la de nuestra madre– marcada por el sueño y el sufrimiento. Se nota que le ha “costado” estar ahí a nuestro lado, que esa noche ha “sufrido” y que lo “ha pasado mal”. Podría haberse ido a dormir con más comodidad a su cama. Y sin embargo ha querido “sufrir” con nosotros y por nosotros. Vemos la cara de sufrimiento de nuestra madre. Pero, sobre todo, lo que vemos es el amor que nos ha dado durante esa noche.
Podemos juzgar y condenar a Dios por nuestros dolores y sufrimientos. Pero no podemos echarle en cara que no nos ama porque Él sufre con nosotros y por nosotros. Quizá nos olvidamos que ese sufrimiento y ese dolor que hay en el mundo y en nuestra vida no es culpa de Dios. Es precisamente culpa nuestra, de quienes acusamos a Dios, de quienes le juzgamos y le condenamos. La culpa es de nuestro egoísmo y de nuestra soberbia: de nuestros pecados.