sábado 20 abril 2024
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Domingo 12 de febrero, Sexto del Tiempo Ordinario, ciclo A

Una de las problemáticas que acompañó al principio a la Iglesia fue la del cumplimiento de la Ley. Al principio, y por el origen judío del Señor y de los primeros discípulos, ese cumplir la Ley del Señor se estableció con fuerza, continuando con la forma de actuar de Israel, que para cumplir la alianza que Dios había hecho con ellos, tenían que cumplir dicha Ley.

Los fariseos defendían que ser bueno era eso, era cumplir la Ley, que la Ley era quien salvada al creyente, pues su autor era el mismo Yahvé. Pero pronto las persecuciones que sufrieron los cristianos se hicieron plantearse si realmente esa ley “antigua” tenía vigor o era una imposición de los que ahora se declaraban enemigos.

Y el evangelista Mateo, para solucionar esa dificultad presenta este discurso de Jesús, donde va a aclarar el verdadero alcance de la Ley de Dios para la vida de los creyentes. De ahí la rotundidad de sus primeras palabras en este fragmento: “No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas no he venido a abolir, sino a dar plenitud”. No podía permitir que esa Alianza diera la sensación de que había caído en saco roto?

Él vino a dar plenitud a esa ley, con una Nueva Alianza. Y aunque será en el altar de la cruz donde ocurra eso, aquí desarrolla esa idea y los preceptos de la ley de Moisés. No solo no los anula sino que los eleva a una mayor exigencia, a la exigencia del amor: quien ama solo puede querer lo mejor para los demás.

Por eso, vemos como aterriza en esos preceptos que enumera en el texto, en todas esas concretas a las que tantas veces no les damos importancia. Por ejemplo, hay una cantinela que acompaña a muchas confesiones: “Padre, si yo no he robado ni he matado a nadie”. Y menos mal, sería la Iglesia un lugar peligroso.

Bromas aparte, si vemos nuestra vida a la luz del amor del que nos habla el Maestro, nos damos cuenta que no somos tan santos como muchas veces nos creemos, y que todos dejamos mucho que desear en nuestro actuar ordinario. Y por eso, igual debemos comenzar por pedirle ayuda a Dios para vivir la fe, para que nuestra vida responda de verdad en lo concreto a eso que creemos.

Solo viviendo coherentemente con el amor de Dios y con lo que ello nos pide, podremos ser y llamarnos de verdad cristianos. Solo así podremos amar a los hermanos como Él lo ama, verdadero sentido de todos los que creemos en la Buena Noticia. Eso es cumplir plenamente la Ley del Amor, la nueva Ley que con su vida inaugura el maestro.

Además en este segundo domingo de febrero nos encontramos con una de esas colectas que con el paso de los años se han ganado el respeto en la comunidad cristiana por su importancia y por el buen hacer de Manos Unidas, la organización que la propone. De nuevo ha llegado el día de la “Campaña contra el hambre”. Todos debemos ser conscientes que miles de personas se benefician a lo largo y ancho del mundo de estos proyectos de desarrollo humano que muchas personas consagradas realizan gracias a nuestra generosa aportación.

Porque eso, aunque no nos lo parezca, es algo que está al alcance de todos nosotros. De ahí el lema de esta jornada: “Frenad la desigualdad está en tus manos”. A veces nos preguntamos cómo podemos ayudar a nuestros hermanos más necesitados, que puedo hacer yo por los más pobres. Y Manos Unidas nos ofrece un modo concreto para que nuestro «granito de arena» lleve la Buena Noticia y la dignidad de todos nuestros hermanos. En nombre de estos hermanos y de Manos Unidas, gracias por vuestra colaboración.

Feliz y santo fin de semana para todos. Que Dios os bendiga.

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