sábado 27 septiembre 2025
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Domingo 28 de septiembre: Cercanía cristiana

La realidad en que vivimos nos habla de esa cruda diferencia entre pobres y ricos, entre países que se creen los más poderosos y ricos del mundo e ignoran y dejan morir de hambre a los más pobres, es la realidad que Jesús nos presenta con la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro. Aquí vemos como Jesús pone en evidencia la incompatibilidad entre el seguimiento de su persona y el servicio a la riqueza como a los bienes materiales.

Es decir, el Señor nos advierte sobre la imposibilidad de servicio simultáneamente a él, a su Reino y al dinero, puesto que trae como consecuencia el olvido de las mínimas relaciones de justicia y de la finalidad de la vida misma.

Si analizamos detenidamente el evangelio, en él no se dice que el rico epulón fuera malvado; al contrario, tal vez era un hombre religioso, a su manera. Únicamente veía todo dentro de su vida y no se daba cuenta de lo que le había sucedido a Lázaro. El rico estaba enfermo de mundanidad y sabemos que la “mundanidad” transforma a las personas, haciéndolas perder la conciencia de la realidad, porque viven en un mundo artificial e irreal.

Por eso Jesús no es que maldiga a los “ricos”, sino que condena el pecado del rico epulón que consiste en haber hecho caso omiso a la Palabra de Dios, perdiendo la oportunidad de convertirse por no escuchar a Moisés y a los Profetas. En efecto, el rico epulón se fue para el infierno no por su bienes, sino porque dedicó toda su vida a satisfacer su propio gusto, en vez de emplearla para hacer el bien y obras de misericordia.

Jesús no pronuncia palabra alguna de condena. Es suficiente desenmascarar la realidad. Dios no puede tolerar que las cosas queden así para siempre. Es inevitable el vuelco de esta situación. Esa barrera que separa a los ricos de los pobres se puede convertir en un abismo infranqueable y definitivo. Ciertamente el obstáculo para hacer un mundo más justo lo estamos contemplando hoy que son los intereses egoístas de los ricos que levantan barreras cada vez más seguras para que los pobres no les molesten, ni lleguen a sus casas o países, ni llamen a su puerta.

Echado en el portal de su mansión yace un mendigo hambriento, cubierto de llagas. Nadie le ayuda. Solo unos perros se le acercan a lamer sus heridas. No posee nada pero tiene un nombre portador de esperanza: Lázaro, que significa “mi Dios es ayuda”. El pobre Lázaro está allí mismo, muriéndose de hambre “junto a su puerta”, pero el rico evita todo contacto y sigue viviendo “espléndidamente” ajeno a su sufrimiento. Esta parábola es la crítica más implacable de Jesús a la indiferencia ante el sufrimiento del hermano.

La parábola es un reto a nuestra vida satisfecha. ¿Podemos seguir organizando nuestras “cenas de fin de semana” y continuar disfrutando alegremente de nuestro bienestar cuando el fantasma de la pobreza está ya amenazando a muchos hogares?.

Recordemos que la enseñanza de Jesús en esta parábola no está dirigida especialmente para los “ricos” en dinero o poder sino también a todos los “materializados” de este mundo, que han endiosado lo mucho o poco que tienen, lo que son o aparentan ser y, por ello, viven de espaldas hacia su prójimo e indiferentes a las necesidades del más frágil.
Finalmente recordemos que Jesús enfatiza que el servicio a la riqueza se convierte en esclavitud; ¡tanto!, que puede llegar a perderse la sensibilidad por el que sufre. Y aunque en muchas ocasiones no podemos ayudar materialmente a nuestro prójimo, si podemos dedicar nuestro tiempo, dar una sonrisa o algún gesto de humanidad, cercanía y caridad cristiana.

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