lunes 20 mayo 2024
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Domingo 5 de febrero, Quinto del Tiempo Ordinario: la Sal y la Luz en el mundo

· Primera lectura: Isaías 58, 7-10.
· Salmo responsorial: Salmos 111. El justo brilla en las tinieblas como una luz.
· Segunda lectura: Primera Corintios 2, 1-5.
· Evangelio: Mateo 5, 13-16.
Las suaves colinas que conforman parte de la orilla del mar de Galilea fueron testigos de algunas de las páginas más hermosas del Evangelio. El sermón del monte, que Mateo nos ofrece estas semanas, nos presenta muchas de las imágenes con las que Jesús quiso enseñar a sus discípulos que era aquello del «Reino de los cielos».
 
Ser sal, ser luz. Estas dos «extrañas» peticiones son las que aparecen el Evangelio de hoy. En un texto que es justo la continuación del discurso de las Bienaventuranzas, que teníamos oportunidad de escuchar en la misa del pasado domingo. Tras esa apertura, tras mostrar cual es la «Carta Magna» de ese reino al que consagró su vida, llegó el momento de aterrizarlo, de llevarlo a la vida, para que sus amigos también lo hicieran suyo.
 
Esa sal y esa luz son dos cosas sencillas, al alcance de la mayoría de sus oyentes el imaginarlas. Pero que, al mismo tiempo, éstas son dos imágenes claras de lo que es la fe para los cristianos. La sal era un producto muy valorado en aquella época. Era incluso la moneda con la que Roma pagaba a sus soldados (el salario, cómo aún hoy llamamos a la cantidad de dinero que remunera nuestro trabajo). Pues la sal tiene, entre otras, la virtud de parecer que no está, que no se nota su presencia física, pero que es capaz de dar sabor a todo lo que toca, aunque siempre en su justa medida. 
 
Un poco de sal marca la diferencia entre que algo sea sabroso a nuestro gusto o no deje de ser insípido. Y a su  debido tiempo. Cuando estamos cocinando, la sal debe incorporarse en su justo momento para que el resultado final sea el deseado sabor final. 
 
Pues algo parecido ocurre con la vida de los cristianos. Muchas veces no se nota su presencia, parece que ni la Iglesia ni los cristianos hacemos nada. Pero si ese amor que nace de la fe, falta de la vida de nuestro mundo, «otro gallo nos cantaría». 
 
Esa «presencia silenciosa» es la que hace que la vida de muchos hermanos sea digna, gracias a los cuidados de los hermanos y hermanas que han consagrado su vida al servicio de los más pobres. O a quienes desde hace décadas, han posibilitado la educación de tantas generaciones de nuestros niños y jóvenes, aquellos que sacaron del analfabetismo a los más pequeños, permitiendo el justo desarrollo que ha ido llegando poco a poco a nuestras vidas. Aunque a algunos parece que se le olvida, por las últimas noticias y ataques a esa educación de índole religiosa. ¡Qué pena! Pero volvamos a nuestra reflexión. 
 
Así ocurre con el otro símbolo, con la luz. Dice el evangelista que no se enciende una lámpara para meterla debajo de la cama. Es cierto. Ni se es cristiano para que ese don solo alumbre nuestra vida en lo privado, sin que se note mucho, vaya. Se es cristiano para que fe dé luz a toda nuestra vida, para que brille con intensidad el amor de Dios allí donde estamos.
 
Máxime en medio de las desesperanzas y oscuridades que nos rodean ahora. Por eso, los cristianos hoy, no podemos «permitirnos el lujo» de pasar desapercibidos, de no ser testigos valientes de ese amor. Y además de un modo concreto. Nos lo decían las bienaventuranzas el pasado domingo. Y nos lo recuerdan estas lecturas de hoy: sigue habiendo hermanos que sufren, que no tienen lo necesario. O que sufren la mayor de las pobrezas, la de no tener a Dios en sus vidas por mucho dinero o poder que tengan.
 
Pidamos con fe el ser sal y luz para ellos en nuestras vidas. Es algo que está al alcance de todos. Es una realidad en la que fácilmente vamos a poder vivir que siempre hay «más alegría en dar que en recibir». En este caso con el testimonio de la vida, viviendo realmente como cristianos. ¡Feliz y santo fin de semana para todos. Que Dios os bendiga!
 
padre Juan Manuel Ortiz Palomo 
 
 
 
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