Es el segundo domingo de Adviento, ciclo C. Y la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Queridos hermanos, muchas felicidades. El Adviento es tiempo de esperanza, por eso la figura de la Virgen María cobra una especial significación. En la espera de la llegada del hijo, es el embarazo de la madre quien nos indica el estado de “buena esperanza”. Por eso, cada 8 de diciembre, nuestra iglesia se llena de alegría al celebrar la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.
Hoy somos invitados a contemplar la belleza de quien está, por don del Eterno Padre, libre de toda acechanza del Mal, incluyendo el momento mismo de su concepción. Para cumplir la gran misión que Dios Padre le había reservado, fue preservada del pecado de Adán, del pecado de los orígenes. Así, en las entrañas purísimas de María Santísima el Verbo Eterno encuentra el lugar donde encarnarse.
Porque esto no ocurre por casualidad, como casi nada importante en la vida. La primera lectura nos habla precisamente de ese pecado de los orígenes, esa primera oportunidad donde el egoísmo vence al amor de Dios en el jardín del Edén. Pero incluso en medio de la decepción, Dios promete una esperanza para los hijos de Eva.
Tuvieron que pasar muchas generaciones para llegar a la plenitud de los tiempos, para que la promesa del Creador se hiciera realidad en la nueva Eva. Ella es la llena de gracia, como la llama el ángel Gabriel. Y desde esa vida plena que vive en Dios, se deja sorprender por Él.
¡Qué grande es nuestro Dios! El Todopoderoso, el Creador de cielo y tierra necesitó el “sí” de una joven nazarena para llevar a cabo su obra redentora. Así es nuestro Dios, quien respeta por encima de todo la libertad de su criatura y aprovecha el seno inmaculado de esta joven para que su Hijo muy amado no entre en contacto con el pecado.
Por eso, en esta fiesta decimos que María, desde su Inmaculada Concepción, nos invita a estar atentos y a cambiar en nosotros mismos todas nuestras propensiones al mal: Envidias, celos, juicios, adicciones, desprecio, distorsión de la verdad, connivencia con la injusticia, aparición de sutiles nuevas formas de esclavitud, generación de violencias y divisiones, increíbles guerras implacablemente destructivas, relativismos que nos confunden en la valoración de la realidad que nos rodea, y un largo etcétera que podríamos seguir enumerando ante la presencia del mal en el mundo.
Es el reto que se nos presenta cada día, la lucha que como cristianos queremos llevar a cabo. Pues en cada lucha y en cada victoria contra el mal en sus múltiples manifestaciones, seguimos aplastando la cabeza de la astuta y maligna serpiente del texto del Génesis. Es necesario que tomemos conciencia de un hecho muy simple, pero que está lleno de malas consecuencias: para que el mal progrese basta con que las personas de bien nos crucemos de brazos, que no hagamos nada por evitarlo o detenerlo.
Por eso en el fruto de esta fiesta tiene que ser que tomemos conciencia del amor de Dios que se derrama en nuestra vida, que busca renovar toda nuestra existencia de la mano de nuestra madre en este tiempo de Adviento. Nuestro mundo necesita de la presencia de hombres y mujeres de esperanza que lleven en su vida la luz de Cristo. Solo así podremos dejar atrás la oscuridad de las tinieblas para que brille el sol “que viene de lo alto”, nuestro Señor Jesucristo, el que lo hace todo nuevo.
Sí siempre es necesaria su presencia,mucho más en momentos como los que estamos viviendo, donde el egoísmo y la falta de empatía parecen cerrar la puerta a toda esperanza. Así podremos cantar al señor un cántico nuevo, porque igual que hizo maravillas en la vida de la Virgen María, quiere hacerlas en todos y cada uno de nosotros. Con ese convencimiento en el corazón, os deseo de corazón una feliz celebración de esta fiesta de la Inmaculada Concepción.