sábado 18 octubre 2025
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Domingo XXIX del Tiempo Ordinario: “Promete estar con nosotros”

Cuando nos encontramos con alguien especialmente insistente, “intensos” los llamamos, nuestra tendencia natural es “a salir corriendo”, intentamos no tener que prestar demasiada atención a quien nos aburre con sus peticiones o con sus historias repetidas una y otra vez.

Pues alguien así es quien el Señor pone en el centro de la parábola del evangelio de este domingo: una viuda pobre que día sí, día también va a pedir a un juez que, de una vez, le haga justicia. Aunque la propia parábola califica a ese juez como injusto. Realmente esto lo hace el Maestro para que ante la solución políticamente correcta nos deje delante del tema central del evangelio: ¿sabemos rezar?, ¿somos constantes en esa oración?

Ojo, que esto no es una mera anécdota. Como cristianos, nos decimos amigos de Dios. Pero ¿cuidamos esa amistad con Él? Si no cuidamos nuestra relación con Dios, la enseñanza de esta página evangélica está especialmente dedicada a nosotros.

Nuestra vida de fe se debe basar en esa oración. Y sin embargo, en demasiadas ocasiones, no es así. Unas veces por el estrés de nuestras agendas, llenas de actividades. Otras veces porque nos parece muy monótona, muy repetitiva cuando esa oración se llena de las fórmulas de nuestros mayores o de las oraciones que aprendimos en nuestra infancia. Pero el cansancio o el tener la sensación de perder el tiempo, aparece con demasiada frecuencia cuando nos ponemos a rezar.

Eso es debido a que no hemos descubierto su verdadera importancia para nuestra vida, para la fe. Es uno de sus principales alimentos. Cuando se ha tenido la suerte de hacerlo, de valorar esta relación íntima con Dios, toda nuestra existencia cambia. Y cómo ocurre en las cosas de Dios, en la sencillez de una viuda insistente o de un humilde trabajador, aparece este misterio con gran claridad.

Cuentan que un párroco, mientras empezaba el día rezando ante el sagrario, bien temprano, observaba que cada mañana entraba un hombre de mediana edad y con apariencia de trabajador. Y con un detalle muy curioso. En su oreja siempre llevaba un cigarrillo.

Así cada mañana, hasta que movido por la curiosidad, un día le preguntó: la iglesia del barrio se abría a las 7, pero estaba abierta durante todo el día, no había que ir tan temprano; porque venía tan pronto. Y además aquel cigarro… La respuesta del hombre lo sobrecogió: vengo a “echar el primer cigarro del día con mi Amigo, con el Señor”.
Con esa sencilla respuesta le hizo ver al cura la profundidad de la oración de aquel albañil sencillo, que antes de subirse cada día al andamio, pasaba por la iglesia a hablar con el Amigo. Buena lección para aquel cura, y yo creo que para todos nosotros.

Además, en este domingo nuestra Iglesia celebra un día importante: el penúltimo domingo de octubre es el domingo del DOMUND. Este año su lema tiene “tintes” jubilares, como es lógico: “Misioneros de esperanza entre los pueblos”. En un momento tan complejo como el que la Humanidad vive actualmente, hablar de esperanza o de construir juntos un futuro mejor, suena a utopía, a una falta de realidad.

Pero jornadas como esta nos recuerda que no es así, que el anuncio de la buena noticia a todos los pueblos es una brecha que se abre en la sombría vida cotidiana de muchos hermanos, la luz que brilla llenando de sentido su existencia. La vida y el testimonio de los misioneros nos recuerdan la universalidad de nuestra iglesia, son personas que miran al mundo y a sus gentes con un profundo amor y desean darles la seguridad de un Dios que los ama con locura.

Un Dios que no nos engaña o que no nos dice que nuestra vida va a ser fácil, pero sí nos promete estar con nosotros, particularmente, en los tiempos de dolor, de angustia, ¡de cruz! Con esa esperanza sigamos adelante y ayudemos a nuestros misioneros a continuar con esa tarea, razón de ser de toda la Iglesia. Que Dios os bendiga.

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