¿Quién puede permanecer sin mancha delante de Dios? En este domingo 30 del tiempo ordinario, el Señor nos enseña por medio del Evangelio de Lucas a ser sinceros con nosotros mismos y no engañarnos ante los demás. Aunque a las personas con las que vivimos y convivimos podemos engañarlas bajo apariencias, mentiras, máscaras… a Dios no se puede, Él sabe que somos barro y como Autor de su creación conoce nuestros pecados, hasta el más pequeño y nadie puede presumir de justos o limpios de pecado alguno, porque todos alguna vez hemos tirado la piedra al suelo antes de apedrear a alguien, como le sucedió a la mujer sorprendida en adulterio.
Si no tememos a Dios y justificamos nuestras faltas y pecados con la de los demás…. ¿no estamos siendo modelos y a la vez jueces respecto a las actitudes y pecados de los demás? Eso es lo que le ocurre al fariseo, se siente modelo y juez hacia el publicano que no se atrevía a levantar la mirada.
¿Cuál debe de ser la actitud correcta ante Dios y los hombres? Jesús nos lo dice claramente: “Todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado”. Jesús nos lo enseña con su propia vida y palabras: ¿No vino al mundo en una sencilla familia de Nazaret?, ¿no vino él siendo servidor?, ¿no nos dice que seamos mansos y humildes de corazón? Quien se presente ante Dios y los hombres como el más pequeño ése es el más grande en el Reino de los Cielos; y ¡no está hablando de estatura! Sino de corazón… “un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias Señor” (cf. salmo 51); aquél que es capaz de estimar más a los demás, más que a uno mismo se encuentra en el camino recto y es el que Jesús nos pide a cada uno de nosotros.
Jesús resume la Palabra de Dios en dos afirmaciones: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Si en vez de amar al prójimo viendo sus debilidades y pecados como las tenemos todos y me siento superior a los demás… ¿no me estoy engañando a mi mismo? Al contrario: ¿No murió Jesús por ti, por mi y por todos como Cordero que quita el pecado del mundo? ¿Qué méritos hago yo para comprender aquello que nos dice el mismo Jesús “misericordia quiero y no sacrificios”?
Comprendamos que no somos perfectos, nadie; y que veamos en la debilidad y pecados de los demás un motivo para amar y perdonar como Dios nos ama y perdona. No nos creamos mejores y jueces de nadie. Amén.
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