sábado 27 abril 2024
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Pedro y Judas

En una calle desierta, a las afueras de la ciudad santa, dos hombres atormentados buscaban el refugio de las sombras. 

– ¡Simón! ¿Qué haces aquí? ¿Me sigues?

El interpelado se paró en seco.

– ¡Judas! ¡Traidor, maldito, te voy a…!

Judas empuñó una espada. Simón se contuvo. Pero su ira fue en aumento.

– Hijo de Satanás. ¿Por qué has traicionado al Maestro? ¿Tanto te han pagado?

– Sí, me pagaron. Pero eso ya no cuenta.

– ¿Ah, no? ¿Entonces…?

– ¡Cállate! El Maestro nos ha decepcionado. Ama a todos, incluso a los pecadores más despreciables, a los mendigos, hasta a los romanos. Y, además, odia la violencia. Con líderes así, nunca volverá a ser Israel lo que fue con David y Salomón. 

– No es el mesías que esperábamos. Pero los dos hemos presenciado los signos tan prodigiosos que ha hecho estos años. Siempre a favor del pobre, el enfermo, la viuda, el marginado, la mujer pecadora…

– Lo sé, no hace falta que me lo recuerdes.– Ya nos anunció que sufriría y moriría en Jerusalén. Es lo que está sucediendo ahora. Pero también nos dijo que al tercer día resucitaría. ¡Ojalá sea así!Los dos hombres guardaron silencio.

– Yo me siento perdido– dijo Judas–. He delatado a un inocente.

– Y yo lo negué tres veces en público antes de que cantara el gallo tal y como Él me había dicho. Después me miró. No había reproche ni rabia en su mirada, solo comprensión y perdón. Se me removieron las entrañas. 

De nuevo permanecieron callados. Entonces, Pedro, profundamente convencido, dijo:

– Me he portado como un miserable. Pero el Maestro, íntegro y honesto hasta los huesos, predicó el perdón de las ofensas. Él perdonó todo mal, todo pecado, si el pecador se arrepentía. Yo estoy arrepentido. Sé que me ha perdonado. 

– A mí no me perdonará nunca.

– Estás equivocado, Judas. No has aprendido nada. Arrepiéntete. Su misericordia es mayor que los pecados de todos los hombres juntos.

– Es inútil seguir hablando. No se te ocurra seguirme.

Judas se alejó de Pedro. Estaba desesperado. Nunca amó a su Maestro. Nunca comprendió que Él, como Hijo de Dios, no se movía guiado por criterios humanos, sino divinos. Tampoco comprendió que el Reino de los Cielos que el Maestro predicó, se caracterizaba por el amor, la misericordia y el perdón infinitos.

Simón Pedro también estaba apesadumbrado por la gravedad de su pecado. Pero sabía que si se arrepentía sería perdonado no siete, sino setenta veces siete, por Aquél cuyo amor y misericordia no tenían límites, por aquel a quien amaba.

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