domingo 13 julio 2025
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Santísima Trinidad: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

Celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad. El misterio de Dios que viene a sacudir la humana tendencia de querer dominar a Dios. No. Dios es Uno y Trino. Dios siempre es mayor. A Él es a quien hay que comenzar adorando humildemente: Dios Trinidad.

Pero aunque Él sea inabarcable, ha querido descorrer el velo y mostrarnos algo de sí mismo. Por eso, aunque en la Biblia no aparece la palabra trinidad, Jesús descorre el velo del misterio de Dios, pues dice: “A Dios nadie le vio jamás; su Hijo único, que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer”. “Cuando venga el Espíritu, recibirá de lo mío y os lo irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo irá comunicando”.
Y Mateo concluye el envío de Jesús a los discípulos diciendo: “Id y bautizad en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. No es de extrañar, entonces, que ante esta realidad la Iglesia haya formulado la más bella y sencilla alabanza: “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo”.

Esta pequeña oración debería ser fuente de piedad y de vida espiritual para todos. Pues cada vez que oramos con ella debería llevarnos ante el Padre: el Abba que nos reveló Cristo Jesús. Y deberíamos sentirnos hijos que pueden decir: ¡Abba, Padre! Ya que aprender a ser hijos es el más claro camino espiritual. Por tanto, cuando digamos: Gloria al Padre, sepamos que estamos diciendo lo máximo que Dios nos ha regalado, para que nos adentremos en el gozo de sabernos hijos. Y pidamos a Dios vivir como personas que saben mirar y admirar su inabarcable amor de Padre.

Y cuando digamos: Gloria al Hijo, pensemos en Jesús. Y sepamos, entonces, que lo nuestro es ser sus discípulos. Que él es nuestro guía, camino y maestro. Y amanezcamos cada día en la escuela de Jesús, en la que hemos de aprender de su palabra y silencios, de sus gestos, entrega y sacramentos. No nos veamos de otra manera. Sepamos que Jesús nos ha dejado el más grande de los regalos: la eucaristía. Vivamos cada misa con una entrega total. Con un deseo de hacernos comibles como él, ayudando a todos los hombre, nuestros hermanos, para que todos podamos vivir como hijos y gozar de la eucaristía en la que se nos dona Cristo Jesús, nuestro hermano.

Y cuando digamos: Gloria al Espíritu Santo, pensemos, como decía san Bernardo que el Espíritu santo es el beso del Padre. El aliento que nos vivifica. El tono de la voz que dice más que las palabras. La fuerza que nos engendra como hijos y discípulos. La inspiración que hace que nos sintamos hijos y que digamos, Abba, Padre, y conozcamos a Jesús. Y, por eso, cuando tengamos un problema o una oscuridad, invoquemos la Espíritu y él nos iluminará.

Hoy, también celebramos el Día Pro Orantibus, es decir, el Día por las personas que han consagrado su vida a orar por los demás: día de las monjas y monjes de clausura. Qué bueno que haya en la Iglesia unas mujeres y hombres que han dedicado su vida a orar por todos. Tengámoslos muy presentes en nuestra oración y ayuda.

En nuestra ciudad gozamos de la presencia de tres comunidades de clausura: las Clarisas del Convento de Santa Clara, calle Belén; las Carmelitas Calzadas en el Monasterio de la Encarnación; y las Carmelitas Descalzas en el Monasterio de San José. Agradezcamos su presencia y oremos por estas tres comunidades. Como también tengamos presente a la parroquia dedicada a la Santísima Trinidad, regentada por los sacerdotes de la Orden de la Santísima Trinidad. Felicidades.

Y, ahora, alabemos a Dios, uno y trino, orando todos unidos con el “gloria”: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

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