La Santísima Trinidad representa para el cristiano la apoteosis del misterio. Es imposible para la razón intentar entender o explicar la realidad medular de un Dios en Tres Personas. Tampoco resuelve mucho el problema la recurrencia a determinadas metáforas como las tres velas que unen su llama, o la intensidad profunda de un amor inconmensurable entre dos seres que se transforma en un tercero. Dejémoslo ahí. Es inútil, no lo entenderemos jamás con la sola razón. Pero ahí no termina todo.
El camino más seguro para aproximarnos al Misterio Trinitario e intentar intuir esta realidad divina es el Evangelio, y más en concreto la figura de Jesús. Su resurrección es el fundamento de nuestra fe. Desde ella aceptamos como divina su Persona, su Vida y Palabra. Y quien desee sinceramente buscar a Dios, Dios Trinidad, deberá bucear en las profundidades de esta riqueza espiritual inigualable plasmada en su mensaje que es el Evangelio. Ahí podremos palpar y experimentar en profundidad la riqueza de la vida cristiana personalizada en cada una de las Tres Divinas Personas. ¡Intentémoslo!
Jesús habla en el Evangelio de una figura sublime a la que se dirige continuamente con la palabra abba, en nuestra lengua, papá o también como balbucean los niños, papi. Y sabemos que Jesús, al pronunciarla, manifestaba su absoluta confianza en un Ser que, identificado como la ternura suprema, el cuidado solícito, la misericordia infinita, y la seguridad plena, invita al abandono total de la propia persona en la certeza de experimentar la plena acogida, el cariño absoluto, la felicidad plena. Él le llamaba papá; nosotros podemos imitarle, cuando nos dirigimos a Dios, llamándole también, papá, mamá, o usando el apelativo que mejor exprese, en el contexto de la propia vida personal, la experiencia profunda de amor vivida por Jesús al llamarle Abba. Es lo que quiere expresar Moisés en la primera lectura cuando el Señor pasa ante él, y exclama extasiado: “Dios compasivo y misericordioso…”
Pero este Jesús que nos habla de esta Figura paterna maravillosa, es la segunda persona de la Trinidad, el Hijo. Esto no lo podemos perder de vista ni podemos cesar de meditarlo profundamente. Porque “el Dios compasivo y misericordioso” de Moisés muestra su misericordia y solicitud para con nosotros, enviándonos a su Hijo, en primer lugar para mostrarnos su amor inmenso en Jesús como Palabra y Vida. El amor misericordioso e infinito del Padre se hace carne humana, en Jesús de Nazareth, experimenta la fragilidad y la debilidad de la misma hasta límites humanamente incompresibles; nace, vive y muere en la más absoluta exposición y riesgo; nos enseña un mensaje de amor tan radical y asombroso como perdonar siempre al enemigo, y denuncia con tal vehemencia el pecado humano que le cuesta la vida con una muerte horrible.
El precio de su amor es –por puro odio y venganza– su muerte en Cruz. Cruz que se transforma en redentora y generadora de vida. Desde entonces la humanidad cuenta con un instrumento formidable para cambiar radicalmente su vida; Jesús, el Hijo, pone a disposición del mismo, su Palabra, su Vida, y su Presencia eucarística para todo aquel que quiera seguirle, para que, como nos dice San Pablo en la segunda lectura, “tengamos un mismo sentir y vivamos en paz, nos tratemos y vivamos como hermanos, sin discriminación de nación, pueblo, raza, lengua, o religión”.
Pero el mensaje de esta solemnidad de la Santísima Trinidad no se agota en las Personas del Padre y del Hijo. El amor del Padre y el Hijo, se personaliza en el Espíritu Santo. Él es la fuerza en la debilidad, la luz en las tinieblas, el remedio en la enfermedad, la ilusión en la depresión, la paz en la guerra; Él es el que llena de optimismo esperanzador el horizonte pesimista del ser humano, el que anima al decaído, el que posibilita al mártir la entrega de la propia vida por amor y fe, el que vence el egoísmo, la codicia, la prepotencia, el afán de dominio; Él es el que posibilita la creación de una nueva era humana en la que se hace posible, el amor, la compresión, la solidaridad, la cercanía, el respeto, la misericordia, el perdón, la paz, la armonía.
Vivir esta dinámica del Misterio Trinitario es el quehacer y la tarea del creyente como instrumento privilegiado de su condición de testigo que anuncia el Reino de Dios, denuncia la injusticia y el mal humano viviendo intensamente el misterio de hondo amor trinitario en nombre de la Trinidad.