sábado 23 noviembre 2024
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Aparece en colección privada el libro de actas de la Hermandad de la Virgen de los Dolores, que abarca los años 1706 a 1848

Es frecuente que cuando se investiga en los archivos o en otros y diversos espacios o ámbitos buscando información sobre un determinado tema o asunto, nos aparezca documentación de otro tema totalmente diferente al que se trabaja. Suele ser un material, a veces inédito, y de mayor o menor entidad y transcendencia, del que se suele tomar debida nota para una posible profundización y estudio específico con posterioridad.

Es lo que nos ocurrió hace ya algún tiempo. Buscando información sobre Francisco Guerrero Muñoz, quien fuera alcalde de Antequera a finales del siglo XIX y principios del XX, decidimos preguntar a un bisnieto suyo residente en nuestra ciudad, Alfonso Guerrero Herrero, si tenía alguna información o documentación de su ilustre antepasado. Su respuesta fue que en su casa tenía “un libro muy antiguo” y algunos “papeles” sueltos, recibidos de su padre que trataban sobre su bisabuelo. Amable e inmediatamente puso todo ello a nuestra entera disposición. Apenas ojeadas las primeras páginas del libro –solo la primera, en realidad– comprobamos que nada tenía que ver su contenido con Francisco Guerrero Muñoz, el antiguo alcalde antequerano, objeto de nuestra investigación en ese momento. Se trataba, en realidad, del Libro de Actas de los Cabildos de la Hermandad de la Virgen de los Dolores, sita desde sus orígenes en los inicios del siglo XVIII y en la actualidad en el convento de Belén, de carmelitas descalzos en la primera de las fechas señaladas y de religiosas clarisas hoy. La primera acta estaba fechada en 1706, es decir, en un momento bien cercano a la fundación de dicha Hermandad cuatro años atrás.

Comentamos a su poseedor que dicho Libro nada tenía que ver directamente con su familia y que, en cambio, podía tener un extraordinario valor histórico y documental para la Hermandad de los Dolores y por ende, para la historia de la Semana Santa de Antequera y para la de la propia ciudad. Le sugerimos la posibilidad y conveniencia de que dicho Libro fuese depositado en el Archivo Histórico Municipal de Antequera como lugar idóneo para su mejor conservación y puesta a disposición de los investigadores. Ya en el pasado mes de abril, Alfonso Guerrero nos mostró su total disposición a así hacerlo.

Hemos de decir que consideramos personalmente que el Libro ahora localizado supone, en efecto, un importantísimo documento para la historia de la cofradía del barrio de Santiago, cuyos dos primeros siglos de vida (XVIII y XIX) apenas nos son conocidos. Solo algunas breves publicaciones en torno a su historia, relativamente recientes, de Gema González Perdiguero (en “Antequera, su Semana Santa”, 2015) y de José Escalante Jiménez (en “Pregón”, 2002), junto a otras anteriores de Agustín Puche Pérez (en “Pregón”, 1992) o José Muñoz Burgos (en “El Sol de Antequera”, Especial de Semana Santa, 1959), nos han facilitado hasta ahora algunos datos ciertamente interesantes pero sueltos y puntuales, y en buena medida deslavazados, de diversos aspectos de la historia de la cofradía con anterioridad al siglo XX. De mayor entidad fue la publicación de “Recopilación de documentos y datos históricos de la Venerable Orden Tercera y Cofradía de Servitas de María Santísima de los Dolores Coronada de Antequera” del ya citado Agustín Puche, libro de 290 páginas, editado por el propio autor en 2005.

Imagen de San Luis Rey de Francia, comprometida
en el contrato de Francisco Primo, pero que debió tallar Diego Márquez

 

Imagen de San Felipe Benicio, santo Servita nacido
en Florencia en el siglo XIII, atribuido a Diego Márquez

Dichas publicaciones solo tienen –insistimos– muy puntuales referencias a la historia de la cofradía para los ya citados siglos XVIII y XIX. A ellas se podrían añadir otras en torno a aspectos concretos relacionados con la cofradía como el artículo publicado en el Especial de Semana Santa de “El Sol de Antequera” de 1984 en el que Jesús Romero Benítez documentaba que Miguel Márquez era el autor de la Virgen de los Dolores.

Tras una primera lectura relativamente apresurada del Libro ahora localizado, hemos podido comprobar que el documento nos permite trazar con no poco detalle la historia de la Hermandad de los Dolores, su latir cotidiano, en su casi primer siglo y medio de vida. En efecto, el Libro, de trescientas cuarenta páginas, contiene en torno a ciento treinta actas de otras tantas “juntas” y “cabildos” celebrados entre las fechas extremas del 24 de agosto de 1706 y el 14 de mayo de 1848.

Varios son los aspectos, contenidos y conclusiones, provisionales obviamente los unos y las otras, que podemos sacar de esta primera lectura del Libro; provisionalidad que queda pendiente de una necesaria lectura más detenida del documento, de un cotejo con las publicaciones sobre la historia de la cofradía más arriba referenciadas y de algunas otras existentes, y de la debida contextualización espacial, temática y cronológica. De los contenidos que de momento consideramos de mayor o especial interés, dejando por tanto al margen de momento otros muchos, pasamos a hacer sucinta reseña en modo esquema.

1.- La “Hermandad del Santo Rosario de Nuestra Señora de los Dolores” de Antequera, tal como se autodenominaba a sí misma en el encabezamiento de sus primeras actas, funcionó de manera continuada, es decir, que se mantuvo activa y viva, durante sus primeros casi ciento cincuenta años de vida con muy escasos y breves periodos de supuesta o presunta inactividad para los que no hay actas. Quizá sea este, el de la continuidad en el tiempo, uno de los aspectos de mayor importancia y transcendencia del Libro ya que hasta ahora, aunque se pudiera suponer, no existía constancia documental al respecto.

2.- El Libro contiene unas ciento treinta actas de otras tantas juntas y cabildos celebrados entre las dos fechas extremas de 1706 y 1848 ya reseñadas más arriba. Aparte de algunos años o bienios sueltos para los que no hay actas (1707, 1711-1712, 1714, 1718, 1724-1725, 1731, 1736, 1765-1766, 1777-1778, 1785, 1787, 1790, 1793-1794, 1797, 1800, 1814, 1823, 1825-1826 y 1828-1829: 26 años en total), tampoco las hay (hemos de suponer, aunque no concluir, que no se celebraron cabildos en esos años) para los periodos 1748 a 1750, 1810 a 1812, 1831 a 1841 y 1845 a 1847.

3.- La presidencia de las sesiones era ocupada siempre por un religioso del convento de Belén de Carmelitas Descalzos en el que estaba radicada la Hermandad. Se trataba habitualmente del superior o prior de la comunidad de religiosos quien a veces delegaba en otro fraile de la misma. Los últimos cabildos, los de los años 40 del siglo XIX, marcados indeleblemente por los vaivenes políticos, están presididos por otros personajes como canónigos de la Santa Iglesia Colegial, el vicario eclesiástico del partido e incluso –como ocurrió el 26 de mayo de 1842– por el alcalde de barrio por orden del alcalde tercero constitucional. En aquellos años, los frailes carmelitas descalzos habían sido ya exclaustrados.

4.- La mayor parte de los asuntos tratados y de los acuerdos tomados, y recogidos en acta, son, lógicamente, los que podemos considerar rutinarios: aprobación de cuentas, admisión de hermanos, cuidado de enseres, organización del culto a las imágenes y nombramiento de cargos de la Hermandad: hermano mayor, albaceas, priostes, claveros del arca, comisarios de cuentas, comisarios de procesión, hermanos mayores de insignia, camareras de la Virgen, sacristán de la capilla de la Virgen y demás “oficiales”.

En cuanto al nombramiento de hermano mayor de la Hermandad hemos de reseñar que es posible elaborar un listado prácticamente completo de los señores que desempeñaron el cargo desde quien lo era en 1706 (Félix Martín Peñuela), hasta quien lo ocupaba 1848 (Francisco Checa), pasando por Joaquín de Mancha, marqués del Vado, quien lo desempeñó en torno a veinte años entre 1789 y, al menos, 1809.

5.- El Libro nos confirma –y creemos que se trata de otra cuestión de enorme interés– la salida con regularidad de la procesión de la Virgen de los Dolores “en la tarde” del Lunes Santo cuya primera referencia no nos aparece hasta 1760. Sin embargo, la forma en la que está redactado el acuerdo para la salida a la calle de las sagradas imágenes en la Semana Santa de aquel año no deja la más mínima duda de que la procesión había recorrido las calles de la ciudad en años anteriores, aunque no podamos precisar desde cuándo.

Igualmente se recoge en acta en aquel año de 1760 el acuerdo de la salida en procesión, junto a la Virgen de los Dolores, de la imagen de Jesús del Consuelo, para la que se nombra perpetuamente como “hermano mayor de insignia”, es decir, como encargado de dirigir en procesión su trono, a Francisco Toribio. Igualmente se acuerda nombrar para el mismo cargo, también perpetuamente y en este caso de la Virgen de los Dolores, a Antonio Chaparro. Numerosas referencias encontramos en el Libro en años posteriores a la salida en procesión, junto a la Virgen de los Dolores, no solo de Jesús del Consuelo, sino también de las imágenes del Santo Cristo de la Salud y del Señor de la Vía Sacra, estas dos últimas con Hermandad propia constituida en el propio convento de Belén e integradas ambas, al parecer, y de algún modo, en la Hermandad de la Virgen de los Dolores. En las últimas actas del Libro, las de los años 40 del siglo XIX, siguen apareciendo estas referencias a la salida en procesión, siempre en Lunes Santo, de las imágenes citadas.

Primitivo retablo de la Virgen de los Dolores, recolocado
en la Capilla de los Asensio. Es obra de 1706 del tallista
Francisco Asensio y del dorador Luis de Borja

6.- También nos aporta el Libro una interesante y parece ser que bastante esclarecedora información con respecto a los avatares de la adscripción de la Hermandad a la Congregación de Servitas. Es bien sabido que la Hermandad de los Dolores nace en el convento de Belén el 6 de julio de 1702 “con el Instituto del Santo Rosario pero con la advocación de Dolores”; que algunos años después, en 1722 y desde Barcelona, obtiene licencia de fray Pedro Ponce, provincial del Orden de Servitas, erigiéndola en “Tercería o Congregación de Siervos de María Santísima de los Dolores”; y que sus Constituciones como tal son aprobadas en 1723 por el obispo de Málaga. Pero al respecto, el Libro nos arroja luz sobre una cuestión que no era bien conocida. Medio siglo después, en un cabildo de 1777, se lamenta un hermano de la pérdida del recuerdo, del relajamiento de la práctica y de la ignorancia de los beneficios espirituales que la Hermandad tenía como Congregación de Servitas. El olvido o vago recuerdo de aquel carácter de Siervos de María que tenía la Hermandad a finales del siglo XVIII queda plenamente plasmado en 1792 cuando se toma el acuerdo de comisionar a uno de sus hermanos para que “practique cuanto juzgue conveniente sobre que esta Hermandad consiga esencialmente ser Congregación de Servitas sobre cuyo particular parece tiene alguna concesión haciendo a este fin cuanto juzgue oportuno”.

En 1795 se vuelve sobre el tema y se reseña que a pesar de haber sido buscada no había sido encontrada la licencia del obispo de Málaga de 1723 que decretaba la formal erección de la Tercería. Se acuerda entonces, en consecuencia, pedir a quien por entonces era su sucesor al frente de la iglesia malagueña, Manuel Ferrer y Figueredo, la restauración o nueva erección de dicha Tercería. Tras la tramitación del oportuno expediente se consigue lo solicitado y la Hermandad redacta nuevas Constituciones.

A partir de entonces, y hasta el conflictivo social y políticamente segundo cuarto del siglo XIX, la que hasta entonces se autodenominaba “Venerable Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores” pasa a encabezar sus actas como “Venerable Orden Tercero de Siervos de María Santísima de los Dolores”. Igualmente cambia la denominación del hasta entonces “hermano mayor de la Hermandad” por la de “prior del Orden Tercero”.

7.- Las “fiestas” que se celebraban a lo largo del año –y de los años– en honor de la Virgen de los Dolores, el modo de costearlas –casi siempre con limosnas– y el nombramiento de comisarios encargados de su organización, es un tema recurrente que aparece referenciado en una buena porción de actas. Son varios los momentos, dentro del calendario litúrgico, en los que se llevaban a cabo dichas fiestas que debían coadyuvar al mayor culto de la Virgen: el último domingo de septiembre, el 7 de noviembre, los Viernes de Dolores o los septenarios en los viernes de la Cuaresma.

8.- Otro asunto que ocupa con frecuencia la atención de la Hermandad, nacida precisamente con el título de “Hermandad del Santo Rosario de Nuestra Señora de los Dolores”, es la salida por las calles del Santo Rosario organizado por los hermanos. Ya en su primer cabildo de 1706 se recuerda la obligación que tenían los miembros de la Hermandad de asistir al mismo y en otro, de 1716, se acuerda que saliese a la calle “las noches de todos los días de fiesta de tal forma que a las ocho se estuviese de vuelta en el convento” y que las demás noches de los días de trabajo también saliese si fuera posible guardando siempre la debida formalidad y decoro. Sabemos por las actas que la comitiva del Rosario nocturno la formaban un crucifijo y un grupo de faroles, y que tenía acompañamiento musical tanto de violines y otros instrumentos como de canto coral. Las nuevas Constituciones de la Hermandad aprobadas a finales del siglo XVIII señalaban que era obligación de la Tercería “sacar todas las noches el Santo Rosario de María Santísima de los Dolores por las calle de la ciudad”, costumbre que –así se hacía constar– tenía la Congregación desde sus inicios.

Retablo actual de la Virgen de los Dolores.
Es obra del retablista Francisco Primo, quien lo realizó en 1765
en la cantidad 2.000 reales 

9.- La propiedad de la imagen de la Virgen de los Dolores es un asunto que aparece puntualmente en varias de las actas correspondientes al último cuarto del siglo XVIII. En una sesión celebrada en diciembre de 1781 se da cuenta de lo manifestado por los religiosos carmelitas del convento en el sentido de que la imagen de la Virgen de los Dolores era de su propiedad. La Hermandad designa a dos de sus hermanos para que indaguen la posible existencia de documentos que confirmasen o no dicha propiedad. Poco después, en 1789, se vuelve a tratar el asunto y se acuerda que una comisión de la Hermandad se reuniese con el prior del convento, con la asistencia de letrados nombrados por ambas partes, y que tratasen de dilucidar lo que en justicia correspondiese en tal asunto.

No recogen las actas el resultado de aquella reunión y gestiones, sin embargo, debió quedar claro que los frailes del convento tenían razón. De hecho, cuando se restaura la imagen tras el incendio de 1817, a pesar de costearse las tareas de restauración con limosnas recogidas por la Hermandad y a sus expensas, esta reconoce expresamente que la imagen era propiedad de los religiosos.

En definitiva, el Libro de Cabildos ahora localizado pasa a convertirse, sin duda alguna, en un documento de transcendental importancia dentro del no muy voluminoso archivo histórico de la Cofradía de los Dolores. Hemos de reseñar al respecto que en un Inventario de documentos que conformaban dicho archivo, fechado el 8 de septiembre de 1877, se incluye un “Libro de Actas” –de dieciocho sesiones en total– fechadas entre diciembre de 1865 y junio de 1877, libro que no nos consta que se conserve o esté localizado en la actualidad. En cambio, este Libro que nos ocupa y ahora aparecido no está incluido en dicho Inventario de 1877 por lo que suponemos que ya entonces (hace casi ciento cincuenta años) no estaba en poder de la Hermandad.

Reseñemos para finalizar, que también nos aporta el Libro una serie de importantes y esclarecedores datos sobre algunas de las piezas que conforman el patrimonio artístico de la Hermandad de los Dolores, cuestión que Jesús Romero Benítez estudia con cierto detenimiento, y con sus habituales maestría y sagacidad u olfato en estos menesteres, a continuación.

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