jueves 25 abril 2024
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La Alcazaba de Antequera. Su conformación como Recinto Monumental

El primer estudio de carácter científico sobre los dos recintos amurallados de la Antequera medieval fue publicado en el año 1951 por el arquitecto, arqueólogo e historiador Leopoldo Torres Balbás en la revista “Al-Andalus”. Se trataba de un artículo titulado “Antequera Islámica” y en el mismo hacía un detallado estudio del conjunto murado de época musulmana (califal, almohade y nazarí), haciendo una lectura puntual y exhaustiva de la arquitectura defensiva que aún se conservaba; incluso estudiaba aquellas construcciones que entonces no se veían, como era el caso de las murallas y torre del Asalto que hoy podemos contemplar en la plaza del Carmen.

Una publicación que, en definitiva, venía a desmentir algunas afirmaciones de autores anteriores que se limitaban a decir que del recinto amurallado de Antequera apenas quedaban en pie algunos restos ruinosos. Incluso publicaba en aquel artículo las plantas de las torres del Homenaje y Blanca que conocía de antiguo, pues a Torres Balbás debemos la primera restauración de la torre Blanca en los años de la II República, cuando era arquitecto conservador de la Alhambra. Según el arquitecto Pedro Gurriarán Daza, la torre Blanca de Antequera presenta una especial forma de construir, sin parangón con el resto de las murallas antequeranas, y considera esta obra como un encargo puntual y específico, destinado a resolver la necesidad de alojamiento de alguna personalidad destacada.
De los dos anillos murados que quedaron definidos en cuanto a planta en época almohade, el de la Medina o ciudad y el de la Alcazaba o recinto militar, nos ocuparemos en esta ocasión del segundo de ellos. La Alcazaba antequerana tiene su elemento edificado más destacado en la torre del Homenaje –conocida como torre del Papabellotas, aunque en origen esta denominación popular solo afectaba al templete de la campana–, bajando los lienzos de muralla hasta el acceso principal del recinto, situado en las inmediaciones del actual Arco de los Gigantes. Sigue la muralla paralela a la plaza de los Escribanos, callejón del Aire y calle San Salvador, enlazando con la reconstruida torre del Quiebro y la torre Blanca, uniéndose esta última, a través del lienzo del adarve almenado, con la ya referida torre del Homenaje. Dentro de esta delimitación político-castrense existieron una serie de edificios, hoy desaparecidos, entre los que destacaba la mezquita menor, que tras la conquista castellana de 1410 se convertiría en la primitiva parroquia de San Salvador. De ésta en la actualidad solo se conserva una parte de su cimentación y el aljibe ya sin bóveda, que formaba parte del patio de las abluciones.

Conquistada la Madinat Antaqira nazarí por las tropas castellanas, el Infante Don Fernando nombró a Rodrigo de Narváez como alcaide de la Fortaleza de Antequera, que no alcalde de la Villa como erróneamente se suele repetir. A partir de ese momento se reduce bastante la extensión de la antigua Alcazaba, levantando un nuevo muro cuyo resto actual más significativo es la hoy llamada Puerta Cristiana. Esta definición militar de la alcazaba-fortaleza se mantuvo a lo largo del Antiguo Régimen (siglos XV-XVIII), aunque ya con un carácter más simbólico que real. Con la llegada del siglo XIX y tras de la invasión francesa el recinto deja de tener su antigua función y comienza la ruina de todos los edificios que existieron en sus patios interiores.

La visita de los escritores románticos Washington Irving y Richard Ford
En la primavera de 1829 llega a nuestra ciudad el escritor romántico de nacionalidad norteamericana Washington Irving, como parada de su viaje desde Sevilla hasta Granada y que relata en el primer capítulo de los “Cuentos de la Alhambra”. Se hospedó durante un par de días en la Posada de San Fernando, edificio situado en la cuesta de Barbacanas, que su actual propietario ha restaurado recientemente de manera ejemplar. Pero, del relato de las impresiones que le produjo la ciudad en su conjunto, nos interesa destacar aquí la visita mañanera que hizo a la Alcazaba. Concretamente escribe:
“Por la mañana temprano (el 4 de mayo) di un paseo hasta las ruinas del antiguo castillo moro que había sido construido sobre las ruinas de una fortaleza romana. Desde allí, sentado en los restos de una torre derruida, disfruté de un extraordinario y variado paisaje, hermoso por sí mismo y repleto de románticos recuerdos históricos, porque me encontraba en el mismo corazón de un país famoso por los caballerescos enfrentamientos entre moros y cristianos. A mis pies, en el regazo de las colinas, yacía la vieja ciudad guerrera tantas veces mencionada en crónicas y romances. Por aquella lejana puerta y bajo aquella lejana colina marchó la hueste de caballeros españoles, escogidos entre los de más alto rango y más temerarias hazañas, para realizar el ataque, durante la Guerra de Granada, que acabó en lamentable masacre entre las montañas de Málaga y cubrió de duelo a toda Andalucía. Más allá se extiende la vega, cubierta de huertos y jardines y campos de trigo y esmaltadas praderas, inferior solo a la famosa vega de Granada. A la derecha, el Peñón de los Enamorados, que se extiende sobre la planicie como un cortado promontorio rocoso, desde el que, desesperados y a punto de ser alcanzados por sus perseguidores, se arrojaron la hija del alcayde moro y su amante”.

En el párrafo anterior de Irving se resume de manera magistral el impacto y la emoción que produjo en un romántico como él la contemplación del paisaje antequerano desde “una torre derruida” de la Alcazaba. Le vienen a la mente viejas hazañas guerreas que plantea como “caballerescos enfrentamientos entre moros y cristianos”; es decir, equipara la nobleza entre los antiguos moradores de la Alcazaba y aquellos que consiguieron su conquista. Algo en cierto modo novedoso, ya que hasta entonces la historiografía local establecía un salto entre las pasadas glorias romanas de la Antikaria clásica y la nueva Antequera cristiana. Como si los ocho siglos de presencia musulmana en nuestra tierra fuera un periodo a olvidar o a considerarlo como una usurpación, cuando la realidad es que la antigua población autóctona visigoda se islamizó en su momento casi por su propia voluntad y conveniencia.

Tres años después de la llegada de Washington Irving, en 1832, visitó Antequera el escritor y dibujante inglés Richard Ford, quien como buen romántico también sube a conocer la Alcazaba. Escribe entonces: “El castillo es moro, construido sobre cimientos romanos. Obsérvese la barbacana. Asciéndase a la Torre Mocha (Papabellotas), con su incongruente y moderno campanario…”; y añade: “El castillo está muy derruido. La curiosa y antigua mezquita que hay en el recinto fue transformada por los franceses en almacén, y la magnífica armería mora desapareció al ser saqueada la ciudad… La última vez que estuvimos en Antequera el gobernador estaba en plena tarea de demoler la mezquita mora con objeto de vender los materiales y embolsarse el dinero: Cosas de España”.

 

Reparaciones de los siglos XIX y XX
A partir de mediados del siglo XIX las murallas exteriores que se ven desde la ciudad de lo llano –particularmente la torre del Homenaje– reciben algunas reparaciones, sobre todo en tiempos del alcalde Francisco Guerrero Muñoz. Unas intervenciones que respondían más a planteamientos romántico-patrimoniales que propiamente funcionales. Como evocando vislumbres del pasado. Durante los años de la II República y en los inmediatos a la finalización de la guerra civil española se siguen llevando a cabo otras obras de consolidación de las murallas, pero solo de aquellas que se veían desde la plaza de San Sebastián. Como si se quisiera conservar una visión pintoresca ya consolidada con la Alcazaba en lo alto y las cuestas y la plaza de San Sebastián a los pies, teniendo al Arco del Nazareno como elemento más cercano. Una visión que estuvo a punto de perderse para siempre en 1966, cuando en los primeros años del desarrollismo del siglo pasado se pretendió levantar un edificio de seis plantas (bajo+5) a la izquierda –esquina de la cuesta de la Paz– del referido Arco. Un proyecto que se llegó a aprobar directamente por el alcalde Isidro Montoro, aunque tuvo que echar marcha atrás ante la amenaza de dimisión de todos los miembros de la Comisión Municipal de Ornato.

Durante los años de mandato del alcalde Francisco Ruiz Rojas (1965-1975) se reconstruyeron los muros con pequeños torreones, a manera de contrafuertes, que delimitan un lateral de la plaza de los Escribanos, el que encontramos a la derecha una vez atravesado el Arco de los Gigantes, así como las escalinatas de acceso al Patio de Armas. También se hizo entonces un gran movimiento de tierras de todo el recinto para recrear unos jardines de cierto sabor alhambreño, si bien éste se hizo sin la necesaria vigilancia arqueológica. Recuerdo que, siendo estudiante en el Instituto Pedro Espinosa, muchos alumnos subíamos a curiosear lo que se estaba haciendo y era un espectáculo ver como las máquinas iban sacando cientos de esqueletos humanos, que cargaban en un camión pequeño para llevarlos al cementerio. Años después supe que estos restos humanos eran el resultado de un enterramiento masivo que se hizo en aquel lugar, como consecuencia de la terrible epidemia de fiebre amarilla ocurrida en el año 1804.

La conformación del Recinto Monumental cerrado
Aunque la Alcazaba contaba, desde el comienzo de los años ochenta del siglo pasado, con un servicio de jardinería propio –hoy inexistente–, lo cierto es que, al ser un espacio completamente abierto por numerosos puntos, eran bastantes los destrozos que se hacían en los jardines, particularmente las noches de los fines de semana. Para la consecución de un recinto de carácter cerrado y, por tanto, controlable en horas intempestivas, nos planteamos a partir de 1999 un plan que implicaba un importante conjunto de obras que tardaría más de una década en concluirse. Ello suponía la excavación y reconstrucción de las murallas que desde la torre Blanca bajaban hasta el llamado camino de “los pinos del Reloj”, que parte del Portichuelo. También la construcción de un fuerte muro de ladrillo que arrancando de las traseras de las casas del callejón de la calle de San Salvador terminase en la nueva puerta de acceso posterior al Recinto Monumental, en un punto inmediato a la muralla reconstruida. La otra obra necesaria era configurar un acceso de cierta monumentalidad, en un punto cercano al Arco de los Gigantes. Esta nueva puerta se planteó a la vuelta del murete construido en los años setenta del siglo pasado, en evitación de quitarle protagonismo al referido Arco. Para que todo ello cumpliera la función buscada se hacía necesario también un proyecto de restauración-reconstrucción de las antiguas barbacanas, ya que algunos lienzos de muralla, particularmente de los que dan cara a la plaza de San Sebastián, carecían de altura “defensiva” original, en gran parte por antiguas acumulaciones de escombros domésticos. Todo este programa de obras, de enorme complejidad técnica y arqueológica, se llevó a cabo entre los años 1996 y 2010. Pero vayamos por partes.

El 18 de octubre del año 1999 se comenzó la excavación arqueológica de toda la zona en la que, al comienzo del año siguiente, apareció la antigua cimentación de la torre del Quiebro y, más abajo, el muro ataluzado de sillares como parte de la barbacana que precedía a la torre Blanca y los torreones menores que bajan, escalonadamente, ya como parte del recinto de la Medina. En el año 2002, mediante una Escuela-Taller, entonces con sede en la Fábrica de El Henchidero, se comenzó a reconstruir el lienzo de muralla almenado que uniría la torre Blanca con la nueva torre del Quiebro, que a continuación se elevó sobre la base conservada y excavada el año 2000. En estas obras colaboraron los módulos de albañilería y de cantería de la citada Escuela-Taller, bajo la dirección técnica del aparejador Rafael Morente Díaz, responsable del OAL de Promoción y Desarrollo del Ayuntamiento de Antequera. Debemos añadir que la reconstrucción de la torre del Quiebro, no solo marcaba el punto estratégico y de bisagra donde convergían los recintos murados de Alcazaba y Medina, sino que añadió un importante elemento a la visión poliorcética en la distancia de las murallas antequeranas en su frente sur.

Algo a lo que también colaboró la reconstrucción, en el año 2001, de la torre albarrana cilíndrica de San Juan y los lienzos almenados inmediatos, obra que realizó la delegación municipal de Patrimonio Histórico bajo la dirección del aparejador Manuel Cruz Sánchez. Con todo ello y, desde una cierta lejanía, se había recuperado la visión de conjunto de las defensas medievales antiquiríes, delimitadas en los extremos de este frente sur por la torre del Homenaje (Papabellotas) a la izquierda y la nazarí Torre-Puerta de Málaga (Ermita de la Virgen de Espera) a la derecha.

La otra obra importante para definir el Recinto Monumental cerrado era la Puerta Nueva de la Alcazaba, que hoy sirve de acceso a todos los visitantes del monumento. Como ya queda dicho, esta puerta, que se construyó en los meses de julio a diciembre de 2002, se ubicó en las inmediaciones del Arco de los Gigantes y, en su cara interior, presenta dos habitáculos enfrentados que hacen la función de punto de información y venta de billetes, así como de pequeño almacén de intendencia. El tramo entre estos dos espacios se cubre con una bóveda rebajada, todo lo cual sirva de base a una terraza, que hace las veces de torre-mirador con acceso desde arriba. El vano de la Puerta Nueva propiamente dicha presenta jambas de sillares de piedra arenisca y un arco de medio punto peraltado, realizado en ladrillo, que aparece enmarcado por alfiz rehundido. Se cierra este vano con dos grandes hojas de madera, recubiertas con bandas horizontales y solapadas de hierro, fijadas a la base lignaria con una clavazón de forja.

La otra intervención, absolutamente necesaria para completar el total cerramiento del Recinto Monumental de la Alcazaba, era el muro que se construyó, con planta en forma de ”L” y sin apariencia defensiva, entre la trasera de la última casa del callejón de San Salvador y la nueva puerta trasera de acceso al referido recinto. Este muro de nueva construcción, levantado ya en el año 2003, se fabricó totalmente de ladrillo de tejar, presentando entre verdugadas horizontales cajones de espiga de pez, similar a uno de los paramentos laterales de la torre de las Damas de El Partal en la Alhambra de Granada.

La restauración de las torres del Homenaje y Blanca
En los años cuarenta o cincuenta del siglo pasado, en una fecha difícil de determinar, el Ayuntamiento construyó una escalera para acceder al nivel del adarve de la torre del Homenaje y así poder acceder con cierta comodidad al interior de la misma. Su configuración no respondía a criterios afines a la arquitectura defensiva, sino más bien a una función práctica, desarrollando tres tramos en planta de zigzag. Además, se hizo de muy pobre mampostería, lo que unido a la falta de mantenimiento terminó ocasionando su medio ruina en las décadas siguientes.

En noviembre del año 1993, desde la delegación municipal de Patrimonio Histórico, planteamos la total demolición de la referida escalera moderna y su sustitución por otra más acorde con el monumento. Del análisis detenido de la cara interior del primer tramo del lienzo de la muralla noroeste pudimos sacar la conclusión de cual fue en origen la forma y ubicación del primitivo acceso; una escalera maciza y adosada al muro de forma paralela, optándose en su construcción por una fábrica de sillares de piedra, acorde con la rotundidad tectónica de la propia torre del Homenaje. Los peldaños, realizados en ladrillo a sardinel, y los remates del pretil, labrados en sillares de piedra arenisca, completaron el resultado final de la nueva escalera, que se terminó de construir en julio de 1994.
En mi último mandato como alcalde de Antequera (1999-2003), en unión de los alcaldes de Úbeda y Estepa, todos del Partido Socialista Obrero Español, planteamos un proyecto común ante la Unión Europea para la restauración de una parte importante del Patrimonio Histórico de nuestras respectivas ciudades. En el caso de Antequera se incluyeron cuatro proyectos individuales: todas las cubiertas (tejados) de la iglesia parroquial de San Pedro, la fachada y cubiertas de la iglesia de propiedad municipal de San Juan de Dios, las fachadas y cubiertas de la iglesia de las Descalzas y la consolidación de las torres y murallas de la Alcazaba de la ciudad. Los cuatro proyectos terminaron haciéndose realidad, aunque lógicamente ahora el que vamos a comentar o desarrollar es el último de los citados.

El proyecto de la restauración de la Alcazaba, redactado en el estudio del arquitecto Pedro Pacheco, abarcaba la intervención de las torres del Homenaje y Blanca y la consolidación de los lienzos y torreón que delimitan el recinto a lo largo del callejón del Aire y calle San Salvador. También se incluía en esta obra la consolidación y recrecido de los lienzos que, partiendo de la Puerta de Málaga, corren sobre los escarpes del Caminito del Huerto de Perea, haciendo de base a los antiguos Adarves (Calle Niña de Antequera); pero este apartado del proyecto ya no se correspondía con la propia Alcazaba, sino con la cerca murada de la Medina. Todas estas intervenciones fueron adjudicadas en 2004, mediante concurso público, a la empresa “Covalco”, si bien ésta subcontrató a la empresa “Chapitel” los trabajos de tratamiento de la piedra.

La restauración de la torre del Homenaje afectó fundamentalmente a sus paramentos exteriores, ya que el templete y chapitel piramidal de la campana (Papabellotas) estaba restaurado –con financiación de Unicaja– desde el año 2002, incluso la reconstrucción del desmoche de una de las esquinas superiores de la torre se había acometido por la delegación municipal de Patrimonio Histórico en 1996. En el interior de la torre del Homenaje se procedió a la demolición de toda una serie de construcciones parasitarias, casi todas realizadas en el siglo XIX para vivienda del campanero y acceso hasta la campana, quedando un gran vacío interior de planta cuadrada, lo que no afectó a la subida al terrado ya que en este caso contaba con escalera propia de obra y peldañeado de ladrillo. Es decir, para subir hasta el interior del templete y campana del Papabellotas había que plantear una gran escalera de madera, que dejara intactos las cuatro paredes recuperadas. Esta importante obra lignaria fue financiada por la Dirección General de Bienes Culturales de la Junta de Andalucía en el año 2007, siendo realizada la misma con las maderas del siglo XVII que habían servido de cubierta en la iglesia de Santa Clara, ya que durante las obras de rehabilitación de este templo como Centro Cultural se sustituyeron las estructuras que soportan el tejado por vigas metálicas. La nueva escalera de madera del Papabellotas, realizada por los carpinteros Hermanos Arcas de Antequera, siguió en su diseño un modelo clásico castellano, sirviendo de referencia la que conocimos en la cárcel medieval de la villa segoviana de Pedraza.

La torre Blanca presentaba bastantes más problemas, ya que dos grandes grietas la atravesaban desde arriba hasta abajo en los frentes que dan hacia el Patio de Armas. Una patología que venía de bastante atrás, como se puede comprobar en fotografías muy antiguas. Además, dado que en la restauración dirigida por Leopoldo Torres Balbás en tiempos de la II República no se terminó de cubrir toda la segunda planta, ni se rehízo el terrado, el coronamiento estaba falto del necesario arriostramiento. La solución fue un cosido oculto del muro del frente norte y un zuncho perimetral bajo el pretil del terrado. También se restauraron o repusieron las bóvedas que faltaban de la planta alta y los peldaños de piedra de las escaleras que comunican las diferentes plantas y se completaron las solerías de barro cocido siguiendo la disposición que presentaban los testigos conservados. Concluidas las obras de restauración de las torres del Homenaje y Blanca, sus interiores ya pudieron ser visitados por el gran público, que hasta entonces desconocía la existencia de las interesantísimas estancias de época musulmana y sus variados tipos de bóvedas: en la torre del Homenaje las salas de la Guardia, de las Armas y del Concejo; y en la torre Blanca la planta primera (defensiva) con sus saeteras y en la planta segunda las tres habitaciones de carácter residencial.

El proyecto de las barbacanas
Se denomina barbacana, según la definición del gran arquitecto renacentista español Alonso de Covarrubias, a la “muralla baja cerca del foso, que está delante del muro”.Es decir, un muro defensivo complementario, construido delante de la propia muralla, para dificultar el asalto militar al recinto fortificado. En el caso de la Alcazaba de Antequera las barbacanas son un añadido del periodo nazarí, que habían llegado hasta nuestros días en estado bastante ruinoso o directamente desaparecidas en algunos tramos.
Ya en las excavaciones de 1999-2000, realizadas a los pies del sector sur (torre del Homenaje-torre Blanca) fueron apareciendo importantes muros correspondientes a las barbacanas, desdibujadas durante siglos, por estar enterradas bajo los escombros resultantes de la demolición del barrio viejo del interior de la Alcazaba en los años finales del siglo XVI.

En el año 2009 el Ayuntamiento redactó, a través del estudio del arquitecto Pedro Pacheco Orellana, un proyecto de “Restauración de las Barbacanas de la Alcazaba de Antequera” para presentarlo al programa del 1% Cultural del Gobierno de España, que entonces presidía José Luis Rodríguez Zapatero. Previa aprobación del pleno municipal y de la comisión provincial de Patrimonio Histórico de la Junta de Andalucía, el proyecto fue incluido en el citado programa y financiado por el Gobierno central, adjudicándose la obra a la empresa antequerana “Covalco”.

En líneas generales, el proyecto pretendía dar solución a los gravísimos problemas de estabilidad que presentaban las barbacanas, debido a la pérdida de los bordes superiores del estuche de mampostería de piedra, lo que provocaba una constante pérdida de su fábrica de relleno. La solución aportada consistía en la restitución de la referida mampostería, dejando perfectamente reconocible la parte añadida con una línea de lajas de pizarra, método ya aplicado en otras muchas actuaciones anteriores en las murallas de Antequera, en evitación de crear futuras confusiones a la comunidad científica.
En definitiva, se proponía –y se llegó a ejecutar– una actuación que ayudara a una mejor comprensión de la estructura y función de las barbacanas, como elemento paradigmático de la arquitectura defensiva hispanomusulmana en general y del emirato o sultanato nazarí en particular. Se entendía que la faceta didáctica supone un mejor conocimiento de los monumentos, haciéndolos más atractivos para el ciudadano y, en definitiva, ayuda a su protección y conservación. Hoy, sin embargo, las barbacanas entonces restauradas prácticamente no se pueden visitar, ya que se encuentran invadidas de matojos, hierbajos y tierras arrastradas por la lluvia y el viento desde hace unos pocos de años.

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