La Plazuela del Espíritu Santo, también llamada desde antiguo como Plazuela del Albaicín, siempre me ha parecido como la de un pueblo aparte, con entidad y vida propias, a pesar de encontrarse no demasiado alejada de la mismísima Plaza de San Sebastián. También se da la circunstancia de no ser paso peatonal obligado hacia ningún sitio, salvo a las calles que la rodean.
Y aun cuando se trata de un espacio bastante amplio al que desembocan seis calles, quizás le faltó en el pasado un monumento de relevancia que lo personalizara dentro del conjunto urbano de nuestra ciudad. Si la ermita que se construyó en 1632, haciendo esquina con la calle Alcalá, se hubiese mantenido en pie hasta nuestros días quizás esta plazuela hubiese tenido otra consideración, en el plano pintoresco y monumental, de la que hoy carece. Y, sin embargo, cuando accedemos a este ámbito urbano, por alguno de sus múltiples accesos, siempre sentimos la sensación de encontrarnos ante un espacio que nos habla con intensidad de un fragmento de la propia historia de Antequera. Sentimos siglos de vivir popular, de gentes sencillas y trabajadoras, alejadas de cualquier protagonismo público. Su fuente, que también hacía antaño las funciones de pilar-abrevadero, era el punto de mayor concurrencia del vecindario; entonces y mientras había luz del día, bullía un constante ir y venir de mujeres con cántaros para llevar el agua a sus hogares, mientras los hombres daban de beber a las caballerías o al ganado de todo tipo antes de salir hacia el campo o cuando de él regresaban. Hoy la fuente, como casi todas las de esta ciudad, está seca y sin agua.
La ermita que le dio nombre a la Plazuela
En los documentos más antiguos que conocemos se denominaba a esta plazuela con diferentes nombres, prevaleciendo el término Albaicín que, en realidad, hacía alusión a toda aquella zona. Tengamos en cuenta que el Albaicín granadino, Patrimonio de la Humanidad, no es el único barrio en España con tal denominación (Existen en Baena, Porcuna, Sabiote, Salobreña, Alhama de Granada…), ya que este vocablo parece indicar un barrio en altura y con un poblamiento peculiar desvinculado del resto de la ciudad. Desde hace bastantes años, en Antequera, este nombre se ha conservado exclusivamente en la denominación de la calle que partiendo de las Peñuelas desemboca en calle Vadillo, justo en el punto donde la continuidad hace un quiebro. Poca calle para un término del nomenclátor que antaño dio nombre al arrabal completo; el que surgió en un suave alcor, posiblemente en época nazarí, en torno a un gran ejido extramuros de la ciudad amurallada. La plazuela como tal, sin embargo, parece que fue fruto algo más tardío de un ‘planeamiento urbano’ municipal, que diríamos hoy, gestionado a finales del siglo XV. A tal efecto el Concejo compró en 1494 cuatro solares que eran propiedad de Pedro González de Ocón, Pedro de Narváez, Juan de Huéscar y Pedro de Medina “que los daban por dos mil maravedíes cada uno”, según rezan las actas capitulares del día 26 de agosto de aquel año. Y así nació esta plazuela, antes incluso que se formalizaran las del Portichuelo y San Sebastián.
Ya entrado el siglo XVI, según se recoge en las historias locales, las monjas agustinas hicieron su primera fundación en Antequera hacia el año 1520 en una casa de la Plazuela del Albaicín, aunque no tardaron en mudar su residencia al antiguo camino de Lucena, en un solar mucho más extenso que después sería el convento de Madre de Dios de Monteagudo. Como ya apuntamos más arriba y nos cuenta José María Fernández, fue en el año 1632 cuando el licenciado Ginés de Godoy, uno de los curas de San Sebastián, edificó una ermita en la plazuela haciendo esquina con la calle Alcalá y dedicada al Espíritu Santo, que tuvo patronato y capellán propios durante los siglos XVII y XVIII. A mediados del siglo XIX, sin embargo, este edificio se encontraba abandonado y prácticamente en ruinas, pero para entonces ya este ámbito urbano estaba definitivamente rebautizado como Plazuela de Espíritu Santo.
Nada sabemos del aspecto que tuvo la primitiva ermita del siglo XVII hasta su total ruina. En los legajos de Obras Públicas (Caja 552.1853-1863.) del Archivo Histórico Municipal de Antequera encontré hace muchos años, cuando estaba preparando mi tesis de licenciatura (1981), una solicitud por escrito al Ayuntamiento acompañada de un sencillo proyecto para reconstruir la ermita. Este dibujo proyectual estaba firmado por “el maestro de obras” Juan Muñoz y fechado en el año 1858, cuyo plano de planta y alzado de fachada publicamos ahora. Refleja un edificio de gran sencillez compositiva y ciertos aires tardo-neoclásicos, que encargó don Agustín Vivas Lara, abogado del Ilustre Colegio de Antequera, para levantarlo de nueva planta. En realidad, su esposa doña María de la Presentación Laguna, ya fallecida, era la titular del patronato de esta ermita y con cargo a los fondos de dicha fundación pretendía don Agustín hacer la obra. Entre otros argumentos alegaba: “No es necesario manifestar la utilidad pública que resultará de edificar una nueva Capilla”, y añadía que estaba “muy distante de las demás Yglesias y siendo (la población) de la clase pobre y jornalera, la que lo habita, con certeza puede decirse, que muy pocos cumplen con el precepto de oír Misa”. Estudiado el tema, el Ayuntamiento “aprobó tanto la idea como su ejecución, pero con sujeción estricta a lo que está mandado respecto a las obras de su clase” (Sesión municipal de 18 de febrero de 1858).
Tampoco esta nueva edificación tuvo demasiada fortuna, ya que José María Fernández, cuando no había pasado ni un siglo de la reconstrucción, en su artículo “Las Ermitas” (El Sol de Antequera, 1943) nos dice que la del Espíritu Santo estaba “desmantelada y en lamentable abandono”. El canto de cisne de este edificio vendría en 1954 cuando, al clausurarse la iglesia parroquial de San Miguel por su estado ruinoso, se trasladó temporalmente dicha parroquia a la ermita después de llevarse a cabo en ella las imprescindibles reparaciones. Reabierta al culto la iglesia de San Miguel, después de su reconstrucción parcial, la ermita del Espíritu Santo volvió al abandono y a su definitiva ruina. Recuerdo todavía, cuando era un niño, el aspecto que presentaba este edifico, abandonado, con la puerta violentada y el interior lleno de escombros por haberse hundido el tejado sobre su bóveda de medio cañón. En el año 1975 se construyó en su solar una vivienda de tres plantas, con el inevitable chaflán sesentero, hoy pintada su fachada de un color ocre amarillo intenso que desdice de la tradicional blancura de esta Plazuela.
Las Alberquillas como solución a un grave problema
Todavía son muchos los antequeranos que recuerdan cómo se acumulaban los montones de piedras y de barro en la plaza y a las puertas de la iglesia de San Sebastián cuando caía una fuerte tormenta sobre Antequera. Un material que se arrastraba desde la ‘Cañailla’ de la Plata que desciende desde el Pinar de Torre Hacho, bajando por la Plazuela del Espíritu Santo, calle Bastardos, tramo de Peñuelas y calle Nueva. Esta situación se repetía un año tras otro como una especie de extraña maldición, que parecía inevitable. Lo cierto es que todos estos arrastres de lodo y de piedras, que bajaban por las citadas calles deslizados por el agua, terminaban en el cogollo de la ciudad, justo en el punto desde donde irradia el comienzo de la numeración de todas las calles de Antequera. Algo que ocurría desde hacía siglos, cuando la calle Nueva era un Arroyón a cielo abierto cruzado de puentezuelas, solo que entonces las aguas se ocultaban bajo la bóveda que comenzaba en la plaza de San Sebastián y seguían por la calle del Gato, bajo el convento de la Encarnación, cruzando la calle de los Tintes, discurriendo por las calles Obispo y Señor de los Avisos, para volverse en la Carrera hacia el callejón de los Urbina y desembocar en la entonces llamada Madre Vieja de la Moraleda; ya nuevamente a cielo abierto, las aguas del Arroyón se fundían con las del río de la Villa.
En el año 1987 nos planteamos desde la delegación de urbanismo del Ayuntamiento la búsqueda de una solución a este ancestral y grave problema. Consultado el ingeniero Francisco Ruiz García, la solución que propuso fue construir tres alberquillas o areneros de decantación sucesiva en el punto más cercano al límite del casco urbano por donde entraban las aguas de lluvia a la plazuela del Espíritu Santo. Este sistema hidráulico para el control de las aguas pluviales, convenientemente cercado de rejas para evitar peligros, contemplaba un primer pozo donde se detenían los materiales arrastrados más gruesos, pasando al segundo y tercer arenero las aguas ya más decantadas e incluso limpias. Construidas las Alberquillas, solo quedaba esperar la primera tromba de agua que cayese sobre nuestra ciudad y, cuando ocurrió, muchos antequeranos se sorprendieron al ver que las abundantes aguas que llegaban a la plaza de San Sebastián ya no venían cargadas de lodo ni de pedruscos. Pasada la tormenta viene la calma y entonces había que proceder a limpiar las Alberquillas por la empresa municipal de Aguas del Torcal, operación que aún debe de repetirse como mínimo un par de veces al año.
Esta obra, así como la del entubamiento de otro volumen de aguas pluviales que bajaban desde el mismo Pinar de Torre Hacho y su conducción hacia el Arroyo del Alcázar, vinieron a suponer en su momento soluciones prácticas de carácter técnico, en evitación de problemas que no por cotidianos resultaban menos graves. Como colofón de esta actuación y para cerrar el callejón de las Alberquillas se levantó una portada de ladrillo, con arco de medio punto jalonado de sendas pilastras toscanas sobre basamentos antiguos de rojo Torcal, sencillo entablamento y frontón triangular, que pretendió ser recuerdo y homenaje a la desaparecida ermita del Espíritu Santo. La cancela de hierro forjado que cierra el recinto presenta en su medio punto radiado la fecha de 1988.
Las obras de urbanización de 1991-1992
A comienzos de la última década del siglo XX, a través del llamado plan de empleo de parados de larga duración, se acometieron una serie de importantes obras para remodelar la plazuela y renovar sus infraestructuras. Las mismas comenzaron en noviembre de 1991, financiadas en un sesenta por ciento por la Junta de Andalucía, y consistieron en un primer momento en la colocación de unos tubos de hormigón de un metro de diámetro, transportados en cinco “trailers” y descargados mediante una grúa de veinticinco toneladas. Colocada esta conducción de las aguas de lluvia ya se pudo continuar, durante los primeros seis meses de 1992, con las obras de remodelación y pavimentación artística de la plazuela y sus entronques con las diferentes calles que a ella concurren. Al frente de estas actuaciones estuvieron el ingeniero técnico industrial Agustín Puche y el encargado de obras José Cobos.
Al demoler todos los pavimentos de aglomerado asfáltico, extendidos una década antes, pudimos comprobar que la fuente abrevadero del siglo XVI había sido movida de su ubicación original por el prurito de situarla en el centro de la plaza para crear una especie de rotonda para el tráfico rodado. De hecho, en las obras de asfaltado de hacia 1969, imaginamos que involuntariamente, no se destruyó la cama de mortero de cal que nos indicaba el lugar exacto dónde había estado colocada la fuente durante siglos. Y allí se volvió a situar en su posición correcta desde el punto de vista histórico.
El pilar abrevadero, realizado en caliza roja de El Torcal, lo forma un mar de planta rectangular que mide 4 x 2 metros. Del centro de la lámina de agua –hoy, es un decir– emerge un prisma rectangular de 50 x 50 centímetros de base y 130 centímetros de altura sin contar la copa de remate. En dos caras de éste se conservan sendas inscripciones alusivas al momento de construcción y a su posterior restauración. En la primera podemos leer: “ANTEQVERA SIENDO CORREGIDOR JOAN GVEDEJA HISO ESTA OBRA. AÑO 1597”; en la segunda reza: “SE RESTAURO SIENDO ALCALDE EL E. S. Dn. FRANCco. GUERRERO MUÑOZ. 1901”. Para el nuevo coronamiento de remate, cuyo original desapareció en fecha indeterminada, me basé en elementos similares de otros pilares andaluces antiguos; en la base de esta pieza, que realizaron los picapedreros del taller municipal, se incorporó en números romanos la fecha de 1992.
La nueva reordenación de la Plazuela, basada en el urbanismo de carácter monumental, se dividió en dos niveles, uno de ellos pensado para el paso de vehículos y el otro de funcionalidad peatonal, coincidente éste con el tramo de casas que hacen esquina con las calles Alcalá y Sol. Para toda la pavimentación artística se utilizó material de adoquín de granito, piedra de la Joya y guijarros de río y para los muretes de nivelación y asiento, ladrillo de tejar y coronación de caliza crema de El Torcal. Como solía hacerse entonces, cuando el lugar lo requería y había espacio para ello, también en este caso se colocaron diferentes alcorques para la plantación de naranjos.
A manera de anécdota quisiera apuntar ahora que, pocos años después de terminada esta obra, un grupo de arquitectos mejicanos visitaron nuestra ciudad para conocer los diferentes pavimentos artísticos que se habían planteado en el casco histórico de Antequera. Estos profesionales, que estaban impartiendo un ‘Taller’ sobre la ambientación histórica de las ciudades patrimoniales en el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico de la Junta de Andalucía (IAPH), se sorprendieron gratamente de lo que se había venido haciendo en nuestra ciudad y, según dijeron entonces, tomaron nota para su reproducción en diferentes ciudades monumentales de Méjico que estaban bajo su tutela. Recuerdo ahora que los espacios que más alabaron fueron la plaza del Portichuelo (diseñada por Francisco Pons Sorolla en 1963), la de Santa María la Mayor –y su balcón hacia las termas romanas– y, precisamente, la Plazuela del Espíritu Santo. En esta última destacaron el tratamiento de niveles, la elección de los materiales utilizados y la disposición de los mismos, así como la impronta castiza del lenguaje edilicio empleado en su urbanización, al tratar sin estridencias un espacio de planta irregular en el que dominaba, en su definición vertical, la arquitectura de carácter más popular.