Es una constante en la historia de la vida local, que sus épocas de mayor auge tuvieron su base en la llegada de familias emprendedoras que veían una Antequera desprovista de muchas cosas y con un potencial enorme en otras. Algunas de ellas pusieron en marcha una de las mayores industrias de la historia local, con el doble aspecto positivo de que animaron a familias antequeranas que veían los frutos del esfuerzo de quienes venía de fuera a descubrirnos lo que se podía hacer, e hicieron lo propio.
Un testigo de excepción, el historiador Cristóbal Fernández, nos deja datos fidedignos: “El genio emprendedor, activo e industrioso de los hermanos Moreno, ha abierto una nueva era de prosperidad para Antequera, explotando una inagotable mina de riqueza, y promoviendo su futura grandeza, dando principio a su fábrica de hilados… Puesta en funcionamiento la fábrica de los primeros, Vicente Robledo construyó la suya en El Henchidero, y la Ribera de los Molinos se va poblando poco a poco de magníficos y elegantes edificios destinados a la elaboración de la lana, y fábrica de paños y bayetas”. A los Moreno, siguieron Vicente Robledo, Pérez y Perea, Avilés, Luque y Ramos.
El resultado fue algo que resulta difícil de creer: a mediados del siglo XVIII, Antequera tenía ¡87 fabricantes textiles, con 147 telares! Lo curioso es que daban trabajo a 848 hombres, pero no se contaba la gran cantidad de mujeres y niños que también trabajaban en las fábricas. Cincuenta años después, ya se contabilizaban todos, resultando trabajar en dicha industrias casi seis mil antequeranos, lo que representaba un tercio de la población local, trabajando 180 días al año, con un jornal que iba de los 3 a los 5 reales por día.
Antequera, gracias a las iniciativas emprendedoras de quienes venían de fuera y animaban a los de dentro, se codeaba industrialmente con las primeras poblaciones andaluzas y españolas, y sus fábricas de mantas merecían la distinción de “Reales Fábricas” otorgada por Carlos III y luego confirmadas por Isabel II.
Esos emprendedores utilizaban la abundante lana de la cabaña antequerana, que se hilaba y tejía en las fábricas, movidas por el Río de la Villa y las gigantescas ruedas de molino, con canjilones que se movían por el peso del agua para enseguida volver a su cauce.
Enormes máquinas formaban la manta, después de varias labores de preparado de la lana –que vimos hacer en los años 40 y 50–, y confeccionada la manta, grupos de mujeres ribeteaban los bordes con cintas de raso que le daban un bello aspecto. Todo el proceso, originaba unas mantas sin parangón en España… pero sus propietarios no supieron adaptarse a las nuevas tecnologías que aprovecharon, cómo no, los catalanes: fuimos testigos de la venta en 30.000 pesetas de la última patente de mantas antequeranas, lo que suponía el adiós a una gran industria antequerana…