sábado 5 octubre 2024
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Un edificio de Aurelio Gómez Millán en Antequera. Entre la tradición historicista y el funcionalismo comercial

Cuando se citan a los maestros más destacados de la arquitectura del regionalismo sevillano siempre se piensa en Aníbal González o en Juan Talavera y Heredia, pero está claro que la nómina de arquitectos-artistas de esta corriente fue mucho más numerosa. En esta ocasión nos vamos a detener en la figura de Aurelio Gómez Millán (1898-1991), hijo y hermano de una saga de arquitectos sevillanos. Lógicamente no pretendemos realizar aquí un estudio completo sobre la obra de este artista; solo haremos referencia a ciertas circunstancias personales y citaremos algunas de sus obras más sobresalientes. Y todo ello porque queremos contextualizar una obra suya que aún permanece en la calle Infante Don Fernando de nuestra ciudad y a la que nunca se le ha prestado la más mínima atención. Nos referimos al edificio de los antiguos almacenes de tejidos “Los Caminos”, hoy dedicado en su planta baja a comercio de juguetería.

Con respecto a la información que aquí aportamos, procede del archivo personal del propio arquitecto, que sus herederos depositaron en el Archivo de la Diputación Provincial de Sevilla, y de la publicada por María del Valle Gómez de Terreros Guardiola, nieta del artista, en su monografía de 1988 sobre la obra de su abuelo.

Aurelio Gómez Millán, hijo del arquitecto José Gómez Otero, nació en Sevilla el día 2 de julio de 1898. Otros dos hermanos suyos mayores que él, José y Antonio, también fueron arquitectos e incluso una hermana, Ana, se casó con el maestro Aníbal González. Terminados sus estudios de arquitectura en Madrid en 1922, pronto se trasladó a Sevilla para colaborar con su cuñado en las complejas obras de la Plaza de España, emblema central de la Exposición Iberoamericana de 1929. Entre las obras más destacadas de Aurelio Gómez Millán en Sevilla cabe citar el pabellón de la Casa Domecq (1928-1929), dentro de la exposición Iberoamericana y aún conservado en el Parque de María Luisa, aunque con algunas mutilaciones; el cine-teatro Coliseo (1924-1931) en la Avenida de la Constitución, del que solo se conserva su magnífico exterior; el complejo monumental del Corazón de Jesús (1940-1948) en San Juan de Aznalfarache o las Basílicas Menores de la Esperanza Macarena (1940-1949) y del Cristo de la Expiración o Cachorro (1945-1960). Aunque todos los ejemplos citados, anteriores y posteriores a la guerra civil, responden a un claro concepto del regionalismo historicista, no es menos cierto que algunas de sus obras, ya avanzado el siglo XX, también se vieron influidas por el movimiento moderno en sus corrientes racionalista y funcionalista.

El edificio de los antiguos Almacenes “Los Caminos”

Cuando aún no había finalizado la guerra civil española, en 1938, Aurelio Gómez Millán recibe el encargo del industrial antequerano Francisco Muñoz Juárez de construir un edificio de tres plantas, en calle Infante Don Fernando números 46 y 48 (actual 22), dedicándose las plantas baja y primera a comercio y la segunda a vivienda del propietario. La superficie del solar, sumando las dos parcelas, era de 253,35 metros. El arquitecto cobró por su trabajo 21.400 pesetas, estando incluidos en dicha cantidad los diez viajes que hizo desde Sevilla para la inspección de las obras.

Lo primero que llama nuestra atención en la fachada de este edificio es la forma tan sutil como se combinan las plantas baja y primera, de marcado carácter funcionalista –dedicadas al comercio de telas–, con el historicismo inspirado en el barroco antequerano de la planta superior. Algo que también se plantea en el eje de la izquierda, que incluye, de abajo hacia arriba, la portada de acceso al zaguán de la vivienda, el balcón de la planta primera, el cierro de forja de la vivienda y la torre con tejado a cuatro aguas. El resto de la fachada se corona con un pretil que encierra una terraza, muy al modo sevillano. La diferenciación de ambos conceptos –tradicional y funcional– está marcada por la utilización del ladrillo visto para la planta superior y primera, así como los enmarcados laterales, y el mármol para la puerta y los escaparates de planta baja.

En la construcción del edificio se combinaron los entramados de hierro y la fábrica de ladrillo, siguiendo una práctica edificatoria muy generalizada en la arquitectura española, y sevillana en particular, desde comienzos del siglo XX. Pero la utilización del hierro, en este caso, no se hace como un material de fundición con intención decorativa, sino como un entramado que debía quedar completamente oculto.

La distribución interior del inmueble, hoy prácticamente irreconocible, se planteó con un gran vacío cuadrado en el centro del solar, de manera que éste en la vivienda de la segunda planta se cubría con una claraboya de hierro y cristal y, al mismo tiempo, daba abundante luz a las dos plantas inferiores. En este punto hay que recordar que, aunque el arquitecto ideó que las dos plantas comerciales fueran de libre acceso para el público, finalmente la planta primera solo cumplió funciones de almacenaje, a pesar de sus grandes ventanales. Es de suponer que las necesidades reales de una ciudad de tipo medio como Antequera así lo aconsejaron a la propiedad.

En cuanto a los elementos metálicos de la fachada, se realizaron algunos cambios respecto a lo proyectado por el arquitecto. El diseño de los tres balcones de forja, planteado en el proyecto sin apenas decoración, se cambió por un modelo más acorde con la tradición barroca local, abundante en caracoleos de forja y pletina. También hay que apuntar que el coronamiento del tejadillo a cuatro aguas de la torre, que se proyectó como una gran perinola de cerámica trianera, se terminó rematando con una vistosa veleta de hierro forjado. Pero, sin duda, el cambio más significativo respecto al proyecto original fue la molduración neobarroca de la portada de acceso al zaguán de la vivienda, planteada de quebrados baquetones mixtilíneos –posiblemente a realizar en ladrillo– y materializada en una sencilla enmarcadura de bandas rectas ejecutada en caliza rosa. En cualquier caso, está claro que el arquitecto dio el visto bueno a cualquier modificación de su proyecto.

A modo de conclusión

Visto con la perspectiva del tiempo, podemos colegir que la elección en 1938 del arquitecto Aurelio Gómez Millán para un edificio de las características comentadas, en una ciudad como Antequera, vino a demostrar que el gran impacto estético-arquitectónico que supuso el triunfo de la arquitectura del regionalismo en la Sevilla de la Exposición Iberoamericana de 1929, seguía vivo una década después. Tampoco debemos olvidar que la obra de la Casa Serrailler en Antequera (1928), obra casi póstuma de Aníbal González, en cierta medida seguía siendo un referente de prestigio. Sin embargo, no es menos verdad que, aunque en nuestra ciudad se levantaron durante la II República dos edificios del máximo interés, como son el Cine Torcal (1933-34), de estilo racionalista art-déco, y la sede central de la Caja de Ahorros de Antequera (1932-1935), de estilo eclecticista, la realidad de la nueva dictadura militar, que avanzaba hacia la conclusión de la guerra civil, ya optaba desde un primer momento por recuperar los modelos arquitectónicos más tradicionales. Aquello que se ha dado en llamar la Arquitectura de la Autarquía.

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