Si sabemos hacer tan bien las cosas, engalanar la ciudad, buscar actividades que llenen el tiempo vacacional, cobijar el Belén más atractivo imaginado, y darle olor a canela a los exquisitos productos navideños que traspasan nuestras fronteras, ¿qué nos queda por hacer?
Esto viene a colación porque el pasado 8 de diciembre, fiesta nacional, me acerqué a contemplar una vez más el Belén de Santa Clara, o lo que es lo mismo, la maravilla de hacer realidad la ciudad de Belén en tiempos del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Una vez dentro, con una cola interminable, mi amigo Manolo, a iniciativa de él, comentábamos la falta de pequeños detalles que hacen grande, atractivo y rentable el entorno. Me decía que en el mostrador donde él despachaba playmobil, se le podía hacía hueco a un pequeño mapa callejero que ayudara a los visitantes a prolongar su tiempo de ocio en cafeterías, restaurantes o tiendas de cualquier género. No era terreno baladí, aunque mediara un tiempo para alcanzar beneficios; pero que antes o después habría que hacerlo para despegar en turismo. Apuntaba que él había vivido muchos años en la Costa y, que los días festivos es cuando no hay un solo comercio cerrado. Que un lotero en la puerta del Belén, con la solapa a rebosar de números prendidos con alfileres como si se tratara de una exposición ambulante de la suerte, hace su agosto moviéndose menos que la vicepresidenta en el debate.
Y, si encima se rodea de un puesto de chuches o de castañas asadas, le infieren al entorno, luz, movilidad y atracción, pequeñas cosas que se van haciendo precisas para que el turismo, que ha sido muy significativo y ha ayudado a vestir nuestras calles de ambiente, se encuentre cada vez más cómodo entre nosotros y vuelva.
Todo estas conjeturas de mi amigo Manolo, yo las comparto porque él sabe donde hay posibilidad, por remota que sea, de hacer aflorar dineros y éstos atraen a cualquiera.
