El forastero que llega a Menga está en situación análoga a la de aquellos adolescentes que, recién aterrizados aquí desde su Uruguay natal, celebraban cada novedad del recorrido turístico como un hallazgo: “mi primera montaña”, “mi primer castillo” pues ni una cosa ni otra habían podido contemplar en su tierra. Aún así, su léxico incluía tales términos y el correspondiente significado que, más o menos preciso, podía estar haciéndoles llamar “montaña” o “castillo” a lo que apenas merecería tal nombre.
Al acto de confrontación real con una montaña o un castillo en condiciones –pongamos el Cervino y el Alcázar de Segovia– es a lo que el filósofo Kant llamaba “juicio intuitivo”, que consiste en emparejar el contenido mental de un concepto con una realidad presente… en la que éste se halla perfectamente realizado. Y a esa presencia, que encarna tan modélicamente, la idea la llamó “intuición ejemplar”. Tan ejemplar y modélica, que pudiéramos poner un signo de igualdad entre ella y su significado.
Lo dicho podría parecer una sandez si no fuera porque el turista enfoca su cámara al monte Cervino de preferencia a cualquier otra montaña alpina. Por algo será. Y por algo será que el alcázar de Segovia sirviera a Walt Disney de inspiración. Pues, bien: ¿Por qué esa bellísima pirámide rocosa del Cervino, o la proa afilada del Alcázar de Segovia fascinan al fotógrafo? Pues por una razón que intuye con meridiana evidencia: Que hay una perfecta idoneidad entre lo visto y lo pensado. No será una montaña o un castillo más, sino que descansará en esta certeza: “Por fin tengo atrapado (“intuición de esencia”, se dice en filosofía) el símbolo que encarna lo que de validez universal hay en el concepto montaña o castillo; nada puede añadirse, basta con ser mostrado. El castillo diez, la montaña diez, la mujer diez. Pero ¿qué tiene esto que ver con Menga? (sigue)
