He recibido de la concejala de Igualdad y Área Ciudadana una amable invitación para sumarme a los actos que en torno al 8 de marzo se celebran por el Día Internacional de la Mujer. Claro que estamos hablando de internacionalidad parcial. Allí donde las condiciones laborales, las oportunidades y las leyes tratan a la mujer como sujeto de derechos y obligaciones, siguen sesgadas las retribuciones salariales, y sobre todo, en el ámbito familiar recae el peso de la balanza sobre los hombros femeninos. Hay excepciones, lo admito pero con dos formas tan distintas de pensar, masculina y femenina, y la primera con siglos y siglos de historia y poder, se le hace cuesta arriba y muy dolorosa compartir su dominio.
Ni pensar en países pobres, igualdad es sinónimo de quimera y cuentos de hadas si son capaces de abstraerse de su maltrecho malvivir. Y, sinceramente tengo mis dudas sobre planteamientos y talleres reivindicativos y similares que año tras año se organizan para hacer una llamada de atención colectiva. Pasando la fiesta, esperar hasta otra edición. No son premios, sino formas de vida que han de asentarse y normalizarse por bien de la sociedad.
Yo haría un teatro, “Cinco horas con Mario” de Lola Herrera. Pero en este caso con Mario vivito y coleando y ataviado con un mandil. El decorado una cocina, estar y baño completo, y en la silla dando instrucciones, una mujer. Habría cejas enarcadas y comentarios para todos los gustos. Y, la palabra feminista, que personalmente me disgusta, sería tratada con bastante desprecio.
No exagero, días atrás en el Sur de Málaga venía un estudio de cómo los jóvenes masculinos, a través de las redes sociales, y en las relaciones de pareja controlan a sus chicas con un sentido de la propiedad , que hace décadas los mayores hemos desterrado. ¿Qué nos está ocurriendo para mirar atrás lo que tanto tardamos en ver de frente?
