El nombre religioso tomado de una chiquilla que conoció, la marcha de su patria chica que hubo de atinar para encontrar el camino de salida, tanto amor a los libros que servían para enseñar, con una pedagogía y didáctica punteras entremezcladas con algunos despistes, muchos de ellos preparados para hacernos pensar y recapacitar. Y su profunda fe, que aumentaba día a día pasando casi a hurtadillas las cuentas del rosario bajo la esclavina del hábito. Creía en Dios, amoroso, sosegado, protector, tranquilo y misericordioso, y ella fue una extraordinaria discípula, que sabía compaginar admirablemente su vocación con la enseñanza. Admiraba todo lo bello de la vida ¡y cómo no! los clásicos y la historia.
Sabía ser crítica y escudriñadora de lo objetivo; aunque entonces la realidad social en que nos movíamos nos obligara al pensamiento colectivo y unidireccional. Porque Sor María José, junto con Sor Matilde y Sor Rosa Aibar, formaron un trío de lujo, me atrevería a decir que casi irrepetible que comenzó su andadura por Antequera en el año 1970. Pusieron al colegio María Inmaculada en un primer nivel. Dio el salto cualitativo y cuantitativo. Pensamiento, matemáticas y arte se ensamblaron para trabajar y conseguir esfuerzo y formación integral del alumno. Tardarían muchos años para que estas palabras sonaran en el ministerio de educación.
Buena gallega, dejaba escapar algunas lágrimas de emoción, nunca de añoranza cuando oía los versos de Rosalía de Castro, que no eran infrecuentes y coincidían cuando tocaba examen de latín. Lista, se dejaba querer, siempre con los sentimientos a flor de piel, y muy fiel. No es de extrañar que la Madre Carmen la quisiera premiar con su milagro. Y toda su vida, antes y después de su enfermedad lo extraordinario ha sido conocerla, disfrutarla, aprender de ella y sentir su cariño especial que solo son capaces de mostrar las almas tan buenas. ¡Disfruta de tu merecido cielo!
